miércoles, 14 de febrero de 2024

LA GALLINA CIEGA 6

 NO ERA QUE HUBIESE RECOBRADO LA ESPERANZA. ERA QUE YA NO TENÍA NECESIDAD DE SENTIRLA.

La plaza de Callao es como una gran coliflor que da vida pasada y actual a un buen número de esplendorosos brotes emocionales e intelectuales. Nada más te tienes que colocarte en el centro de la plaza y seguir las agujas del reloj y de los cuatro puntos cardinales, le dije a Maxaub para tratar de orientarle el ánimo, que había girado hacia ese lado, tan propio de los nihilistas posmodernos actuales, en el que no tenía la necesidad de sentir la esperanza delante de lo que iba viendo desde que volvió de su exilio. 


La enumeración de esos brotes mencionados son los siguientes, 

que desde la plaza de Callao están todos, más o menos, a la vista física del ojo y en su defecto o ausencia al alcance de la vista propia de la mirada imaginativa que los vuelve a poner en su sitio. Hotel Trip Granvia, Gran Vía 23, como ya he dicho en la anterior entrada, era el lugar donde Ernest Hemingway se refugiaba para escribir primero las crónicas de la guerra y después de la guerra  las crónicas taurinas y sociales en los viajes que efectuó a España como corresponsal de la revista Life / Restaurant vasco “Or Kompon”, calle Miguel Moya 4, donde se escribió la letra y la música del himno falangista “Cara el sol” / Edificio Union Radio, Gran Vía 32 (hoy sede de la Cadena Ser) / Tablao de flamenco  Torres Bermejas, calle Mesoneros Romanos 11, meca del arte flamenco en la postguerra y en la actualidad / Sala de fiestas “Pasapoga”, Gran Via 37, donde actuaron Antonio Machín, Frank Sinatra, Rosa Morena, etc. / Hotel Florida, en la plaza Callao, donde hoy está El Corte Inglés, sede oficial de los corresponsales de guerra extranjeros en la contienda civil española / Sede de la revista satírica La Codorniz, en plaza Callao 4, actual cine Palacio de la Prensa, un espacio de humor en tiempos de la máxima tristeza del régimen franquista, años 40 / Edifico “Carrión” y cine Capitol, Gran Vía 41, donde se estrenaron “el último cuplé” y “la violetera” poniendo su palmito y su escasa voz la actriz manchega internacional Sara Montiel. Algo así como Pedro Almodóvar en la actualidad, me preguntó Maxaub entre dientes, pues no quería entrar en las comparaciones que siempre le habían traído malas experiencias. Yo pienso, le contesté, que el mancheguismo internacional es algo que nos viene desde el Quijote, el más internacional de todos los manchegos. Lo que queda por dilucidar entre el gentío es que pesa más si lo manchego o lo internacional, teniendo en cuenta la tardía internacionalización de la novela cervantina por parte de los autores ingleses, ya en el siglo XIX. 


Ninguna emoción, me dice Maxaub. Tampoco le dijeron nada cuando atravesó la aduana del aeropuerto. Pensaba que todo iba a ser de otra manera. Pensaba, me dijo, que al ir donde en aquel entonces se escribió la letra del “Cara el sol”, se iba abrir el cielo e iban a caer sobre nosotros todos los rayos y truenos que el Papa de entonces, Pío XII, le pidió a Dios que dejara caer sobre los que no apoyaron la sublevación de los militares republicanos. Y fue, y se puso delante del la finca que en su día ocupó el restaurante Vasco “Or Kompon”, y nada, efectivamente no pasó nada, ni sintió nada. Volver a casa treinta años después, era como emigrar a un lugar extraño y desconocido. Nada, no sentía nada. Ni siquiera el temor a que lo fueran a detener en cualquier momento, como cuando entonces se marchó al exilio. Ante su mirada, todo lo que da forma a la coliflor de la plaza de Callao está en perfecta sintonía, teniendo detrás cada una de esa flores un currículum, por decirlo así, de lo más variopinto. Y sino, ¿qué tiene que ver el último cuplé de Sara Montiel con las crónicas de guerra de Ernest Hemingway? ¿Que tiene que ver el fantasma del Hotel Florida, oculto detrás del pintoneo que no cesa de El Corte Inglés? La Paz. Lo 25 años de paz franquista, me contestó el exiliado eterno.  


Lo de Antoni Machín fue otra cosa, dice Maxaub. No se si era debido a que el cantante era cubano y le evocó la revolución castrista, pensé sin hacérselo saber. Pero no. Al parecer, según me confesó, escuchó por primera vez la voz de Antonio Machin en Paris, donde primero trató de probar suerte en su aventura Europea. Fue casi una casualidad que aquella tarde entrara en la sala donde cantaba Machín, aunque la volvió a recordar cuando ya, después de la guerra, su fama subió a lo más alto en la sala de fiestas Pasapoga de Madrid. De todas maneras, reconoce que le adviene al animo una mezcla de compasión y agradecimiento. Las canciones de Machín junto a los artículos y chistes de la revista con La Codorniz fueron los dos mejores antídotos contra la roña y la tristeza imperante en aquellos años inmediatos después del final de la guerra. Compasión y agradecimiento que quiere entender como una forma de unión fraternal entre el exilio interior y el exterior, unión hecha fuera de las influencias perniciosas del politiqueo imperante. Noté una brizna de optimismo, paradójicamente, en esa equiparación de estaturas que el desarrollismo franquista con sus nuevas técnicas, arquitecturas y comunicaciones iba poco a poco instalando en la geografía por la que caminábamos peripatéticamente. No le dije nada, no siendo que lo considerara una debilidad imperdonable en su condición de exilado impenitente, se viniera a bajo y quisiera salir corriendo hacia el aeropuerto para subirse al primero avión que volara hacia Méjico.