Al hablar sobre el Amor los espectadores (y lectores) occidentales tenemos un problema con el lenguaje, a saber, solo lo entendemos dentro de la tradición del campo semántico que fundó la literatura del romanticismo del siglo XIX, donde predomina la pasión propia de la atracción sexual. Fuera de ese marco todo entra de las convenciones y el hastío propio del matrimonio burgués. Talmente Madame Bovary y todos sus múltiples imitadores, hasta llegar a la deconstrucción de los posmodernos donde ya no existe lenguaje ni por supuesto amor que valga. Solo existe, por decirlo así, el derecho al roce tipo “aquí te pillo aquí te follo”, y con fecha de caducidad dicha por anticipado ante notario antes de meterse en la ama o donde sea, con un tipo o una tipa, valga la redundancia, de la misma especie, no siendo que vaya a ser que te contamines. El AMOR, ahora si con mayúsculas, se reserva para los animales, esos seres angelicales que son muy obedientes a las manías y crueldades del narcisismo extremo de sus dueños. Y, por último, como no, el AMOR DE LOS AMORES, EL AMOR INCONDICIONAL, también con todas las mayúsculas y esta vez entendido literalmente, a los teléfonos móviles inteligentes que llevamos pegados como una lapa a la palma de la mano, que vienen a sustituir como es fácil suponer al desamor en que ha caído nuestra propia inteligencia humana. En esas nos amamos.
Dicho esto, no deberíamos olvidar, sin embargo, que nuestra tradición grecolatina nos ha dejado en herencia este puñado de acepciones de la palabra Amor, lo cual dice bastante de nuestra pésima condición de albaceas.
*Amor Pasional eros atracción sexual, puede ser destructivo
*Amor entre amigos, Philia
*Amor ágape o el de las fiestas
*Amor fraternal entre hermanos
*Amor paterno filial entre padres e hijos
*Amor de larga duración entre adultos.
De alguna manera todas estas acepciones están presentes en la película de Douglas Sirk, “Escrito sobre el viento.” Y todos ellas están, sin que ninguno de estos amores se vea atravesado por el ambiente del negocio del petróleo y del dinero que de ahí emana. No hay, por decirlo así, una subtrama ajena a esos amores que condicione su relación y maduración final. Están ahí presentes en la puesta en escena, porque así lo ha decidido el narrador, y solo la relación entre ellos les lleva a su destino final. Una relación que enfrenta a dos fuerzas opuestas, pero complementarias, en este duelo de amores que propone Sirk. Una, la pasional y autodestructiva de los hermanos Hadley, Kyle y Marylee, y la más contenida de los que vienen de fuera de la familia petrolera para participar en la ceremonia del Amor que allí va a tener lugar, Mitch Wayne y Lucy Moore.
Seamos sinceros, tal y como está hoy el asunto de los afectos, si alguien nos busca no va a encontrarnos en el camino de la felicidad, pues el enfoque postmoderno, paradigma dominante en la actualidad, hacia lo que nos hace felices es en el mejor de los casos difuso. En el peor, pesimista o demasiado crítico con el concepto. Se detectan demasiadas resistencias hacia lo colectivo. A diferencia de las sociedades clásicas en la que el nivel de integración es alto y la búsqueda de la felicidad formaba parte del ideario explícito.
Pero como espectadores de un hoy, tan disgregador como egos están buscando de manera desatinada su media naranja, ¿estamos en condiciones de preguntarnos por nuestros miedos? Si todavía llegamos a tiempo de hacernos esta pregunta, antes de que el algoritmo y la inteligencia artificial lo hagan por nosotros, podríamos comprobar cómo la desesperación de los hermanitos ricos y la templanza de sus empleados y amantes, son dos caras de nuestro mismo rostro, aunque no tengamos un padre petrolero muy rico, ni nadie nos vaya a invitar a entrar en una familia así, para ser juez juez y parte de la desesperación y descalabro familiar clásico o a la antigua.