BERLIN: LA CATEDRAL FRANCESA
A principios del siglo XVIII la comunidad de los hugonotes era el 25% de la población de Berlín. El término hugonotes (en francés: huguenots) es el antiguo nombre otorgado a los protestantes franceses de doctrina calvinista durante las guerras de religión. Muchos de los que fueron expulsados de su lugar de origen se instalaron en Berlín y otras localidades alemanas.
La Catedral Francesa está situada directamente en el Gendarmenmarkt en Berlín Mitte. El magnífico edificio anexo a la iglesia Friedrichstadt francesa alberga el Museo Hugonote. La exposición cuenta la historia de los refugiados protestantes de Francia y cómo los hugonotes de Berlín, Brandeburgo y Prusia enriquecieron la economía y la cultura. El punto de partida para este desarrollo es la Reforma, que también condujo a la formación de una minoría protestante en Francia. Como parte de una intriga política perseguida por el rey y el clero católico, cada vez más hugonotes huyen a Prusia a partir del siglo XVI. Los gobernantes locales les prometen protección. El príncipe elector Federico Guillermo de Brandeburgo dio la bienvenida a unos 20 000 refugiados con el edicto de Potsdam en 1685. La iglesia francesa de Friedrichstadt, construida a principios del siglo XVIII, se convierte en un importante punto de encuentro para los inmigrantes. La catedral francesa, que fue construida entre 1780 y 1785, fue utilizada por el rey Federico II de Prusia para mostrar su propio esplendor. 150 años después, la catedral es convertida en un museo. Desde entonces, se organizan exposiciones fascinantes que le enseñarán una visión de la vida y la historia de los Hugonotes.
Mientras visitamos el museo mencionado no puedo dejar de pensar en las contradicciones que dan forma a la vida reciente de esta hermosa capital alemana y, por extensión, a la vida de todo el país. Pensar que fue Prusia, el reino mas importantes del siglo XVII y, al fin y a la postre, el motor de la unificación alemana en 1870, el que acogió a los refugiados hugonotes franceses, choca de frente con el espíritu disgregador y perseguidor de las minorías que, paradójicamente, se apoderó de la nación alemana justo a partir de su unificación. El paseo por las diferentes salas del museo invita a imaginar un pasado remoto alemán más sensible con las calamidades humanas, que el pasado reciente, por decirlo así, que se les echó encima con la unificación. También la exposición subraya en muchas de su piezas y cuadros la cara fraternal del espíritu prusiano del siglo XVII con quienes sufren la persecución por razones de creencias religiosas. Un espíritu que se hizo imperial y antisemita con la unificación en el último cuarto del siglo XX: altivo, arrogante, convencido de poder con todo y con todos, como así quedó demostrado en la Segunda Guerra Mundial. Únicamente la desunión que produjo la construcción del muro pareció devolver, se me ocurre pensar al salir a la calle después de haber visto con atención la exposición, la antigua sensatez y fraternidad a estos descendientes berlineses de aquellos ancestros prusianos. Y, por último, una vez culminada la visita al museo, constatar la nula conciencia histórica que tenemos los europeos. Pues el enfrentamiento entre Francia y Alemania (epitome moderno de los múltiples enfrentamientos y odios latentes aún en la vida actual europea), que al final de 1945 produjo la desaparición de Europa como continente dominante en el mundo, parece no reconocerse en ese pasado de fraternidad cultural y religiosa entre dos partes de esas entidades políticas en el siglo XVII. Lo que puedo servir como ejemplo para la construcción europea del porvenir, repitámoslo otra vez: la protección legal que dio el reino de Prusia a los refugiados hugonotes franceses, quedó prontamente en el olvido ante las ambiciones y resentimientos de las partes, dejando así la vía libre para el enfrentamiento y la destrucción mutua. Sobre los escombros y millones de muertos de todas aquellas catástrofes, vivimos todavía.