martes, 12 de septiembre de 2023

CRÓNICAS DEL RÍO SPREE 7

 BERLÍN: MEMORIAL SOVIETICO


El cielo amenazaba lluvia a pocos kilómetros del centro de Berlín. Es lo único que se puede esperar en la época posterior a la muerte de Dios, cuando el azul celeste se esconde detrás de una masa de nubarrones negros. Así de predecible es nuestra época hipertecnológica. Sin embargo, los ciclistas experimentamos este fenómeno natural más con sentimientos de perplejidad arcaicos que con la prepotencia tecnológica que da la verificación de los hechos. La bicicleta es un instrumento tecnológico que se puede emparentar sin sonrojo con el arado o la rueda. De hecho la proporción podía quedar así: andar es a pedalear, como cavar la tierra con la azada es a hacerlo mediante el arado tirado por las mulas o los bueyes, o con el tractor. El caso fue que viendo la amenaza meteorológica tratamos de buscar cobijo debajo de un cobertizo que estaba a la entrada del parque Treptower, tal y como constaba en un cartel enganchado en el cobertizo. Mientras oíamos lo truenos y a la espera del chaparrón, leímos con más atención el resto de la información del cartel mencionado, descubriendo con sorpresa que en el interior del parque se encontraba un monumento conmemorativo soviético, que por las fotografías adjuntas nos dio la impresión de ser algo de grandes proporciones. Los truenos aumentaron pero la lluvia no llegaba, incluso las nubes negras parecían disolverse ante el estrépito de aquellos. No tuvimos que esperar más de diez minutos para comprobar que la cosa no iría a mas. Como buenos ciclistas y campesinos sacamos la mano fuera del cobertizo y nos dimos cuenta que la lluvia de momento no haría acto de presencia. El último trueno sonó poco después del último relámpago, justo en dirección de donde veníamos. Eureka, de momento estábamos salvados. El horizonte físico y mental se hicieron más inteligibles. ¿Qué hacer? No había ninguna duda, iniciar una vista al monumento soviético, tal y como nos animaba el cartel del cobertizo. Sin pérdida de tiempo, el ciclista como el campesino cree en el lenguaje del cielo y sabe, también, que es superior a sus posibilidades de defensa. El ciclista y el campesino tienen una honda conciencia de estar siempre a la intemperie.


Los monumentos soviéticos en los pueblos y ciudades de la antigua RDA, dentro de la cual pedaleamos durante doce días, están repartidos de forma arbitraria. Son monumentos funerarios en recuerdo de los soldados, caídos en combate durante las diferentes batallas que se libraron en el frente oriental en la fase final de la Segunda Guerra Mundial. Estos monumentos están íntimamente ligados con los restos del muro de Berlín que, según ley promulgada para tal fin, pueden instalarse en las plazas de los pueblos alemanes que así lo decidan. El frente oriental de la Segunda Guerra Mundial y el muro de Berlín son, por tanto, dos hitos importantes en la memoria y la imaginación no solo soviética, sino, sobre todo, en la contemporánea memoria e imaginación europea.


El enorme monumento funerario del parque Treptower, situado en el centro del sitio conmemorativo, donde están enterrados 5000 soldados de la Armada Roja que murieron en la batalla de Berlín, está coronado por una escultura de bronce, de 70 toneladas de peso, que representa a un soldado soviético. Con su espada bajada y un pie sobre una esvástica rota, lleva a un niño en sus brazos. Su postura proclama la victoria. Parece que la escultura quiera ordenar que gobierne la paz y al mismo tiempo, ser una promesa de un futuro seguro. Ver foto adjunta.

Al ciclista que se acerca al monumento parsimonioso, empujando la bici, le cuesta digerir todavía el incumplimiento de las promesas que parecen anunciar la contundencia de la gran escultura que preside la enorme explanada del monumento funerario. No pasaron quince años de lo que el monumento simboliza cuando los mismos que lo construyeron levantaron el ominoso muro de la capital alemana, que  levantaba acta definitiva de la nueva era que empezaba y que era la que habíamos heredado quienes nos encontrábamos en ese momento en el recinto funerario: la era atómica, o la época en la que la política y por ende la sociedad ha caído en el momento de máxima desconfianza entre los contendientes, representada por los dos bloques enfrentados, capaces cada uno de ellos de destruir varias veces a la humanidad entera mediante el arsenal nuclear acumulado. Sin embargo, nada de eso se notaba en el ambiente del la gran explanada mencionada. Más bien al contrario, todo parecía discurrir entre los presentes como si estuviésemos en un recinto ferial cualquiera, de esos que anuncian su visita a bombo y platillo por la tele o las redes sociales. De vuelta al camino sobre la bici, las nubes volvieron a amenazar a pocos kilómetros ya del centro de Berlín. Fue entonces cuando me dio por pensar sobre la fragilidad humana, hoy oculta detrás de innumerables máscaras de engañosa autosuficiencia narcisista, que produce ese fenómeno cada vez más arraigado de esa fragilidad: la falta de memoria individual que arrastra o construye la falta de memoria colectiva. Visto así, los 5000 muertos del ejército soviético enterrados bajo nuestros pies no eran, siguiendo el mandato de su jefe supremo y de nuestra desmemoria, nada más que una mera estadística.