BERLIN: LA TUMBA DE MARLENE
Nada mejor que iniciar esta crónica que repitiendo la frase de Billy Wilder sobre Marlene Dietrich: “Berlín es Marlene.” Es, por decirlo así, la tercera pata donde, a mi entender, se sustenta la imagen del pasado berlinés. Las otras dos son, como vamos viendo, la Segunda Guerra Mundial y el muro soviético. Así que se puede afirmar, sin miedo a desbarrar, que Berlin es la última batalla de la Segunda Guerra Mundial, Berlin es el muro que levantaron los soviéticos para hacer visible ante el mundo cual era el escenario donde representaba su farsa: la nueva era atómica y la guerra fría, y Berlin, como no, es Marlene Dietrich. Fíjese en el cúmulo de coincidencias significativas, esta crónica acabará junto a la tumba de la diva de las piernas perfectas en el barrio donde nació, Schöneberg, enterrada allí el mismo año, 1990, que se produjo la reunificación alemana, un año después de la caída del muro. Por tanto, estas crónicas sobre Berlin acabarán por el principio, cuando la que, luego sería una diva, era entonces solo una chica de un pueblo limítrofe con la capital, cuya aspiración profesional únicamente era ser famosa, algo que hoy es una carrera universitaria de prestigio pero que tuvo su Epifanía cuando entonces. Igualmente la ciudad de Berlín, después de la humillante derrota de la Primera Guerra Mundial, y en representación de toda Alemania, también quiso ser famosa. Cada una a su manera las dos, Berlin y Marlene, Marlene y Berlin, lo consiguieron. Hasta que llegó el Führer y mandó parar. Ese paralelismo entre la vida de la mujer y la de la ciudad, en el período de entre guerras, es a lo que se refería Wilder, gran amante de Berlín, con su famosa frase.
La Dietrich, como se la conocía en los ambientes berlineses de entreguerras, representa la otra cara de la moneda del mundo berlinés de entreguerras, el reverso se llama Franz Biberkopf, personaje principal de la novela de Alfred Döblin, “Berlin Alexanderplatz”. Quizá sea esta marcada duplicidad, que no dicotomía, entre realidad y ficción, la que mejor define la República de Weimar, marco político y social donde se desarrolló el mito de La Dietrich, que no es otro que el de la nueva feminidad del siglo XX que avanzaba en la década de los 30 hacia la peor de las catástrofes. Poco tiempo después, las mismas llamas que consumieron la República de Weimar acabarían con la imagen cristalina que Franz Hessel describe en su libro sobre la diva. La Dietrich que quiere y dibuja el autor se sorprende de su propia fama. En una entrevista con la actriz, incorporada al volumen dice entre provocación y eslogan publicitario: "En realidad, ni siquiera vivo la fama como es debido. Cuando se estrenó 'El ángel azul' en Berlín emprendí mi viaje a América. El día que salí de Nueva York, nuevamente fue el día del estreno de 'El ángel azul' allí. En Berlín importa poco si se es hombre o mujer. Hacemos el amor con cualquiera que nos parezca atractivo.” Franz Biberkopf, al salir de la cárcel por haber asesinado a su novia, está fascinado con este ambiente berlinés, aunque lo tenga que vivir desde la marginalidad y oscuridad gansteril que aquel momento de esplendor también estaba produciendo alrededor de su epicentro: Alexanderplatz.
Amaneció un día luminoso en Berlín, lo cual facilitó el pedaleo camino de la tumba de La Dietrich. Como estábamos hospedados en el barrio donde ella nació, el acceso al cementerio donde está enterrada fue rápido. Antes nos volvimos a pasar por el ayuntamiento de Schöneberg, famoso porque fue desde su balconada donde John Kennedy pronunció su famosa frase: yo también soy berlinés. Hoy una placa recuerda aquel momento irrepetible. Como era de esperar al llegar al cementerio encontramos con rapidez la tumba de Marlene, pues está indicada en un plano en la puerta de entrada. Y como era de esperar, también, tuvimos que esperar unos minutos para hacer la foto adjunta, pues había otros feligreses de la Diva que querían llevarse el recuerdo. Amén.