jueves, 22 de diciembre de 2022

LA VIDA ES SUEÑO

 Algunas preguntas antes de ir a ver la obra “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca, en adaptación de Deglan Donnellan, que unos dicen que se ha cargado el original y otros que lo ha modernizado.

¿Por qué en una sociedad oficial laica y en la práctica llena de narcisistas extremos, se postula por el estado la necesidad de relacionarse con los autores clásicos de la época teocrática? 

¿Es auténtica o inducida esa necesidad, como si fuera un producto mas de consumo? “Compre compre lo que no necesita…”, según palabras del cantautor Rosendo Mercado. El sesenta por ciento de la población compra más, mucho más, de lo que necesita. Correlato de otro sesenta por ciento de la población que se vanagloria de no haber leído nunca un libro. Se nutren solo con los 140 caracteres de twiter. Digamos entonces, que en justa correspondencia con nuestro narcisismo extremo, somos un país de extrema Anorexia espiritual. 


¿Por qué una época donde domina con mano de hierro la ebriedad del Ego, tiene necesidad de relacionarse con otra época donde dominaba con igual empeño y ahínco la ebriedad de Dios?

¿Por qué la celebración y representación de la navidad produce consenso y la representación por el inglés de “la vida es sueño” produce disenso o enfrentamiento?


¿A los ciudadanos de un país como el nuestro nos conviene hacer un uso de nuestros clásicos para seguir ahondando en nuestras heridas cainitas? ¿No sería más decoroso e imaginativo hacerlo para encontrar, al fin, la necesaria armonía entre nosotros? ¿No es esta de nuevo, y después de las catástrofes de 1945, la misión irrenunciable de la creación humana? Venga, inglés, si te sientes mejor llámate artista si quieres.


Inglés, tienes que leer y representar “La vida es sueño” como si tuvieses a Dios delante, su misterio e inabarcabilidad. Fíjate, inglés, que he dicho como si, no he dicho teniendo a Dios delante. Tu Dios anglicano si quieres, el que se peleó, hasta la escisión, con el Dios del Vaticano. No lo hagas nunca, inglés, como si fueras un ingeniero (epítome de la sociedad digital hiper tecnologizada en la que vivimos), que todo lo controla, todo lo sabe, todo lo manipula, no lo hagas como si hubieras sustituido a Dios, al Dios de tu tradición si quieres, es decir, como si fueras tu un dios mismo. El único Dios. Además de increíble e inverosímil, inglés, queda feo. Y desprende un abstruso tufo de intereses, no de amor incondicional al teatro.