martes, 24 de agosto de 2010

CRÓNICAS BERLINESAS 4



WANNSEE Y LA VILLA MARLIER

La villa sita en “Am Grossen Wannsee” fue construida en 1914-1915 para el industrial Ernst Marlier, de donde conserva el nombre con el que se le conoce. En 1921, fue vendida a Friedrich Minoux, que en aquella época era uno de los directores generales del complejo industrial Stinnes. En 1940, Minoux, acusado de graves delitos de corrupción y estafa, vendió la villa, junto a los 30.000 m2 de terreno junto al lago, a la fundación de las SS Nordhav, fundada por Reinhard Heydrich, Jefe de la Policía de Seguridad y del Servicio de Seguridad de las SS (SD).

Cuando el viajero se echa al camino a darle a los pedales lo primero que se le descompensa no son las constantes vitales como la tensión arterial, el colesterol, las transaminasas, los triglicéricos, y tal y tal, que lo habitual es que vayan consiguiendo cifras que subirían la autoestima de los galenos naturistas y nutricionistas. Lo primero que se descaraja son los sentimientos. El diálogo habitual entre cuerpo y espíritu, se ve conmocionado por las exigencias que el recorrido le pone a cada parte delante. No es que sea diferente en la rutina de cada día, lo que pasa es que el itinerario de la rutina tiende a moverse en los campos continuos y el del viaje ciclista en el espectro de los campos discretos. O dicho en roman paladino, las horas de cada día de un tipo medianamente sano se descuelgan de su agenda con parecida fluidez y obcecación como el agua sale del grifo y busca el sumidero. Mandan las obligaciones y los compromisos y no queda tiempo para fijarse en los detalles, en las partes, en los fragmentos de esa unidad convencional del tiempo. Pero, justamente, son esos trozos los que determinan su ámbito discreto (léase tercera acepción en el diccionario), que a golpe de pedal y siguiendo un itinerario previamente establecido, se apodera inequívocamente de la percepción del viajero. Es cuando hay que aprender a enfocar de nuevo, cambiando de lente y de lenguaje, para que conociendo cuando ocurrieron los hechos se pueda percibir toda la fuerza del dónde, que coincide cabalmente con el destino que me había propuesto. Es una tarea que requiere una cierta forma física y mental. Pero es un propósito recomendable. De acuerdo, también saludable y todo eso.

Aquellos caballeros, que compraron al empresario Minoux la casa junto al lago, sabían odiar de verdad. Lo que ocurre es que nadie en su sano juicio se acerca a la Villa Marlier con la intención de fotografiar lo que pudiera quedar de tanto odio pegado a sus paredes. Y sin embargo, hay que atenerse a este lugar porque fue allí donde un grupo de odiadores profesionales (creáme, no es una figura literaria, existen como existen los apagafuegos profesionales, y además mandan y tienen mucho prestigio) planificó minuciosamente el asesinato de todos los judíos de Europa. Repito, hay que atenerse al lugar y olvidarse mientras se hace la visita: habitación a habitación, panel fotográfico a panel fotográfico, rostro a rostro y curriculum a curriculum de cada uno de los quince jerarcas nazis que participaron en la reunión, del destino de tantos millones de hombres, mujeres y niños, que se hicieron humo a partir del momento en que se notificaron los preceptos y obligaciones que allí se diseñaron, y que había que cumplir a rajatabla aplicando las más modernas técnicas de producción industrial. A esta reunión se le conoce con el nombre de la Conferencia de Wannsee, y se celebró el 21 de enero de 1942. Y el trabajo que allí se fraguó, perfectamente documentado con sus protocolos y procedimientos, ha pasado a la historia con el nombre de “La Solución Final para la cuestión judía en Europa”.

Ya fuera de la Villa Marlier, en la fachada que da a la calle, reinaba, hoy como entonces, la más absoluta normalidad y tranquilidad entre las otras villas y chalets colindantes. Ay, lo de mirar para otro lado, ese jodido hábito que tan bien le sienta a la cobardía humana. En la fachada que da al lago, igualmente, la serena belleza del agua se mantenía ajena al odio y al paso del tiempo. Fue entonces cuando me permití recordar el destino de tanta gente que sufrió las horribles consecuencias de aquella conferencia. Me vino a la cabeza el poema de Paul Celan, “Fuga de la muerte”. Nadie como el poeta rumano supo explicar con palabras ese trágico destino. Le dejo la primera estrofa:

“Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus
mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza”

El centro de Berlín, la capital de los sentimientos que, según dice algún cronista, en otros lares andan dispersos, estaba ya más cerca.