Las palabras gordas y grandes, las muchas y pequeñas, como mejor le guste, tienen ese algo de aglomerado compacto que hace que entre sus sílabas no circule el aire. Hay cemento pero no aire. Y sin aire no es posible que circulen otras intenciones y significados que las que el mandarín o dueño de la palabra haya querido otorgarle. Las palabras gordas, las muchas y las pequeñas sientan bien a los veinte años, esa edad que se parece a un bloque y a un volcán a partes iguales, pero se atragantan a partir de los treinta y cinco, que es la edad, según los biólogos evolucionistas, a partir de la cual un ser humano sano se empieza a dar cuenta de que la vida va en serio. ¿Quiere esto decir que la peña no está en su mejor momento? No creo que muy diferente a otras épocas. Lo que si se ha disparado, como las hipotecas basura, debido a los medios de propaganda es ese afán por hablar y hablar sin respirar, sin tomar aire. Hablan y hablan, y como cuando se tiran pedos solo les produce satisfacción a ellos. De forma vertiginosa hoy muchos hablantes hacen más uso de las palabras que del jabón, lo que produce una aceleración de la atrofia léxica, un aumento del ruido ambiente y una perdida proporcional de higiene. Los tópicos y los prejuicios se extienden así, en el hablar cotidiano, como una plaga de langostas. Todo lo nublan y todo lo gripan. Guardo mi mejor desconfianza para esos charlatanes, sea cual sea su tribuna y su medio, que hablan siempre desde la determinación de pensar que no pueden llegar a ser nunca unos pencos.
No se trata de estar siempre hablando desde el campo de lo poético, pero la poesía sirve para eso. La palabras son un hito en la larga epopeya de la evolución humana y siempre han sido intrumentalizadas por el poder en beneficio propio, por lo que siempre ha sospechado y marginado, o liquidado físicamente si la coyuntura era propicia, a las personas que se tratan de manera diferente con ellas. Diferente y con todas las palabras, y con su aire. Son esas presonas que no se las dejan robar ni desprenderse gratuitamente de ellas.
La forma más eficaz que tiene el poder de adueñarde de las palabras es quitarle el aire que queda entre sus sílabas y entre sus compañeras en las frases, lo cual es el camino más corto para acceder al canon del pensamiento único, que se deriva de la causa única. El trabajo sucio de semejante solución final le corresponde al ministerio de propaganda, y al repetir una mentira insostenible mil veces hasta que se convierta en una verdad irrefutable. Llegados a este extremo cualquier individuo pude dismular, con su palabrería, su condición de asesino bajo la de mártir, o la de estafador bajo la de filantrópico. En cualquiera de los casos nada impide a este tipo hablar así en otra parte.