Ser libre no es tenerlo todo o probarlo todo, sino saber elegir
¿En qué consiste la libertad? ¿Existe realmente la libertad? ¿Es algo que tienes antes de saberlo, algo que sólo adquieres al saber que lo tienes o algo que para tenerlo debes renunciar a saber con precisión qué es? ¿Eres capaz de libertad o eres libertad y por ello capaz de ser humano? ¿Quieres ser rico o quieres ser digno?
El lector conoce a la protagonista, la modesta señora Sommers, no mucho tiempo después de que un día “se encontró inesperadamente en posesión de quince dólares.” Esas son palabras que pertenecen al primer párrafo de este cuento, de su formalidad creativa. Un cuento titulado Unas medias de seda, de Kate Chopin. No hay, por decirlo así, ninguna deriva sociológica, moral o psicológica que atraiga o distraiga la atención del lector, según esta se entienda, hacia esos ámbitos. No hay, para entendernos, en los párrafos que vienen a continuación ni una palabra que nos digan explícitamente o de manera sugerida como han llegado esos quince dólares a su bolsillo, si el calificativo modesta es sinónimo de pobreza o de austeridad económica, o de carácter, si hay en su vida un marido o un padre para sus hijos, o ni una cosa ni la otra. Lo que sí dice el narrador es que ese dinero le producía una sensación de importancia que hacia años que no sentía. Y comienza entonces a dejar ver los primeros movimientos de su conciencia, a saber, lo importante no es lo que me ha pasado: me he encontrado inesperadamente con quince dólares, sino que hago con lo que me ha pasado y lo más importante, que hace eso que me ha pasado conmigo. Ese movimiento de la conciencia de la protagonista es lo que ocupará la mayor parte de la brevedad del relato.
A ‘que hago con lo que me ha pasado’ la señora Sommers responde al principio bajo la influencia maternal - para arreglar la ropa de sus hijos - en la que vive en ese momento. Eso sí moviéndose arriba y abajo con una actitud inequívocamente sonámbula, como se mueven todas las madres, vivo sin vivir en mi. Importante señalar este estado mental, para luego entender el giro que se producirá en el cuento cuando la señora Sommers piense gastar los quince dólares en ella misma. Un giro que no surge por generación espontánea ante la sonrisa de la fortuna de encontrarse inesperadamente en posesión de esos quince dólares, sino que está sugerido con anterioridad por la opinión que los vecinos tienen de la señora Sommers cuando la recuerdan viviendo años mejores, antes de convertirse en la modesta señora tal y como la conoce el lector.
Ante ‘que hace conmigo eso que me ha pasado’ comienza la protagonista a dar rienda suelta a lo que lleva dentro y que tuvo que aparcar, parece sugerirse nuevamente por voz del narrador, cuando tuvo a sus hijos. Se inicia con la escena en la que sus manos entran a ciegas en contacto con unas medias de seda, al remover un montón de ropa amontonada de diversa función y cometido, y de distintos colores y texturas. Y eso que lleva dentro - no de manera consciente - no es otra cosa que el paquete de preguntas con que he iniciado este escrito. Y es en este momento donde el lector atento nota que la voz del narrador acorta distancias con la señora Sommers y con el mismo, invitándolo a que se incorpore a lo que va a contar a continuación porque le interesa hasta tal punto que sin su presencia las peripecias de la protagonista no existirían. Ya que, efectivamente, la libertad de un ser humano mortal, finito e imperfecto - conviene no olvidar toda la retahíla de adjetivos que nos constituyen como tal ser humano, para que no se nos suban los humos divinos a la cocorota - no es tenerlo todo y probarlo todo, sino, muy al contrario, saber elegir entre la diversidad que nos rodea. Que no está puesta ahí ante nosotros comp si fueran los productos de un supermercado, ofertas del día incluidas, dispuestos para tentar nuestro bolsillo a cuenta de calcinarnos el corazón y la mente.
Al acabar de leer el último párrafo del cuento, cabe preguntarse si la señora Sommers, y el lector a su lado, han aprendido a ser libres. No es descabellado decir, subidos ambos a ese tranvía que deseamos no se pare nunca, que los dos hemos aprendido con notable alto ese complejo examen que no es otra cosa que el examen de la vida: aprender a ser libres entre los demás seres humanos.