Cada latido de su corazón tenía un reflejo contrario en la geografía de su cara. Hasta tal punto se acentuó el extraño fenómenos, que aprendió a afeitarse al tacto para evitar la opinión del espejo. Su cara avanzaba de manera inexorable separada de su corazón, sin saber que hacer para evitarlo. Empezó a notarlo después de leer “El Aleph”, de Jorge Luis Borges. El amor del autor argentino por los libros, hizo de él un adicto a la lectura, pero le creó un lío emocional como nunca antes había sentido. Si el espejo confirma aquella anomalía, entonces: ¿quién soy yo?