LA TORRE DEL DINERO SE ILUMINA AL ATARDECER.
Comenzamos a pie por el final, iluminados por el faro del dinero actual europeo. Aclaro este extremo. Aunque el pedaleo iba a empezar en Bayreuth, las bicis tuvimos que alquilarlas en Frankfurt, y luego viajar en tren a la ciudad de Wagner para, ahora si, dar pedales siguiendo el río Meno hasta llegar al ciudad de Goethe. Bici y tren forman un matrimonio bien avenido que facilita mucho las cosas al ciclista, siempre a la intemperie medioambiental y de sus limitaciones personales. Después de la siesta comprobamos que es la hora de cenar por estos pagos. Salimos del hotel para comer algo, fue rápido. En la esquina cercana hay un restaurante italiano que no tiene pizza, sino pinsa que parece igual pero es de trigo sarraceno, no llena y es más digerible según el camarero, de origen Romano. Los raviolis están fantásticos, con salsa de lima o cítrico. La tarde va cayendo lentamente de forma apacible sobre la ciudad de Goethe. Esta lentitud se repetirá en todas la tardes del viaje en la ciudad donde concluya la etapa correspondiente. Es una constante del verano alemán en estas llanuras intermedias de su geografía. Los movimientos de las personas y de las cosas se adecuan a la luz declinante, lo que produce un efecto de renovación general en el ambiente. Hasta la torre del dinero europeo, sede del Banco Central Europeo, se olvida de sus graves decisiones internas diarias y se preocupa que la luz del atardecer refleje todo su esplendor en las cristaleras que conforman el edificio. De repente, se trasforma en una iglesia de cubismo gótico, si los ingenieros y arquitectos me permiten la expresión, que compite en belleza con la catedral de Burgos o de Amiens.
A ver como afronta la ciudad la final de la copa, me digo mientras damos los primeros pasos después de cenar. Suena a destino, pero también a tanteo y percepción. Estamos en el barrio oriental de Frankfurt donde ya se está celebrando, con unas horas de antelación, la representación del mayor espectáculo futbolístico del continente. En este barrio el río Meno adquiere un protagonismo definitivo como eje vertebrador de la ciudad. A ambas orillas hay terrazas y otros espacios donde se arracima la vida de la ciudad en sus distintas formas, aunque dada la ocasión dominan las que acogen la algarabía propia del espectáculo deportivo que se avecina. Zonas de baile, zonas con grandes pantallas y música disco, zonas aparentemente libres de alcohol y música, zonas oscuras donde pandillas de adolescentes se juntan como las ovejas, parejas de enamorados ligeramente separados del griterío, una lectora solitaria sentada en el pretil del puente, grupos dispersos y diversos de aficionados alemanes al fútbol que quieren mostrar su apoyo a la Roja, un tipo con prominente barriga me saluda con la jarra de cerveza en la mano y me pregunta si soy italiano, no, le contesto, soy español. Se levanta de la silla, casi tira al suelo el ordenador que estaba preparando para la final inminente, y me abraza con efusión fraternal. Ganaremos. La inquina del aleman contra el inglés es menos conocida que la que profesa contra el francés, pero no por ello tiene menos dosis de rencor y resentimiento, dosis calladas y disimuladas si se quiere, pero rencor y resentimiento al fin y al cabo, no en balde dura y dura todavía en el siglo XXI. Y el fútbol que es la sublimación más sofisticada de todos los rencores y resentimiento tribales heredados y por heredar, es quien mejor logra captar todo ese galimatías ancestral, con sus veintidós niños millonarios pegándole patadas al vejigo en un rectángulo de color verde rodeado de gradas rugientes. Desde el Imperio a eso se le llama pan y circo No dude amigo, ganaremos, le contesto a mi colega alemán, dándole un abrazo fraternal y europeo. Al lado de donde nos encontramos aparece de nuevo la torre cubista y gótica, en realidad no nos ha abandonado nunca en el recorrido que hemos hecho por el barrio oriental de Frankfurt, ha cogido un resplandor tornasolado de final de día. Lo que hace que me transmita una repentina confianza, si me olvido de lo que pasa en el redil de sus señorías parlamentarios, en un futuro económico sin hambrunas: las arcas de la Europa bancaria actual están a buen recaudo, me digo, al tiempo que enfilamos nuestros pasos hacia el hotel. Poco antes de llegar un griterío que viene de un bar cercano anuncia el segundo gol de la Roja, que es el de la victoria. Hemos ganado.