A principio del verano me di una vuelta por Documenta 15, la feria internacional de Arte Contemporáneo que se celebra cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel (estado de Hesse). Mi interés por el Arte Contemporáneo tiene que ver con mi preocupación por saber cual es mi lugar en el mundo, es decir, desde don miro y escucho y desde donde me miran y me escuchan, que a su vez intuyo tiene que ver no tanto con lo que sé como con lo que ignoro. Así he aprendido que el proceder mecánico o maquinal que utilizamos la mayoría de las veces, por no decir todas, que nos relacionamos con la realidad y la ficción me aleja, paradójicamente de ese lugar en el mundo que busco. A esta deriva colabora, a mi entender, la digitalización de nuestra experiencia y el entusiasmo que ha despertado en el centro del debate social y político la llamada inteligencia artificial.
Si el arte clásico o sacramental estuvo tutelado por la figura omnipresente de Dios, el arte contemporáneo lo está por la filosofía. Como dice Jose Luis Pardo, “si la filosofía es la captación del propio tiempo en el pensamiento, el arte contemporáneo es la concreción visible de los conceptos abstractos que produce esa captación.” Sin entender ese transfiguración cuando me pongo delante de una obra de arte contemporánea, si acepto el razonamiento de Pardo (ver fotos del siguiente post). Aunque también sé que la inspiración divina del arte clásico o sacramental prevalece en mi visión del mundo, aunque no milite en ninguna de las religiones vigentes. Documenta 15 se publicitó como feria de arte contemporáneo y, sin embargo, estaba organizada bajo la tutela de las diferentes ideologías o religiones laicas actuales: ecologismo, animalismo, etnicismo, feminismo y demás ismos. Lo cual provocó mi radical estupefacción. ¿Estaba delante de lo que no sé, o delante de una colosal estafa, o mi proceder mecánico o maquinal a la hora de pensar lo que tenia delante era ya irreversible? ¿Sentían lo mismo quienes me rodeaban en ese momento? Una vez más, no lo sabia. Al volver a casa volví sobre las páginas del libro de Artur Coleman Danto, ¿Qué es el Arte?
Escribe Artur Coleman Danto:
“La pregunta no es si las máquinas pueden pensar, sino que pensamientos pueden tener. Y me parece que no tendrán pensamientos sobre el cuerpo. No quiero decir que no haya juegos del lenguaje que una máquina pueda dominar y que impliquen lo que podríamos dar en llamar el lenguaje del cuerpo. La máquina pude decir “me duele la cabeza”, y nosotros le preguntamos: “¿es por algo que comiste?”, y la máquina dirá que no, que se debe al estrés, y replicaremos que debe relajarse y la máquina nos preguntará como va a hacer tal cosa, con tantas responsabilidades como tiene. Pero esto equivale a fingir: las máquinas no tienen dolores de cabeza, no comen, no tienen estrés, no pueden tomarse unas vacaciones. Para entender estas expresiones uno tiene que tener un cuerpo como el que tenemos nosotros.”
¿Pero la vida moderna no es eso? Una práctica continua del arte del fingimiento, de donde se deriva toda la filosofía de la sospecha (Marx, Freud, Nietzsche) que la inspira. Entonces, volviendo a Pardo, ¿el arte contemporáneo es la representación cabal de esa sospecha dentro de la cual existimos? En fin.