miércoles, 23 de febrero de 2022

REGRESO A BOUNTIFUL

 Que hayamos abandonado el cosmos de inspiración divina y nos hayamos abrazado a un mundo de dominio absoluto del sujeto humano, ha supuesto que cada vez que damos un paso o un paseo surja un problema, sin que tengamos el libro de instrucciones que nos diga cómo manejar todo ese cúmulo de novedades que de inmediato acontecen. Así de manera artificiosa nos hemos ido alejando de la naturaleza primordial, hasta llegar a ser unos extraños respecto a ella y entre nosotros mismos. Pero Carrie Watts, la protagonista principal de Regreso a Bountiful, dice no a todo lo anterior. Dice basta ya. Su necesidad de volver al pueblo donde nació es para ella de lo más natural, pero en el pequeño apartamento de Houston, donde vive con su hijo y nuera, se convierte en un problema grave al que no le ve solución, porque para ella no es un problema. Así que tira para adelante. Lo dicho, artificio contra naturaleza. En esas estamos. Este es el dilema al que se enfrenta un espectador de la era digital al ver la película en su casa y más tarde al tratar de conversar con sus colegas en la taberna. No es fácil, aunque vivir en la era digital nos haga creer que estamos todos conectados en un nuevo cosmos. Falso de toda falsedad.


El dilema que acontece, mientras veo a Carrie Watts tratando de volver a Bountiful, es como ser mediador entre el saber en que uno se ha convertido bendecido por la única gracia de sus sueños y sus ideas, y sentir la dimensión de tal extravío al abandonar el camino trazado, digámoslo así, por los tractoristas de Bountiful (como la amiga de Carrie), a donde ésta quiere volver bendecida por el amor verdadero que siente hacia ese destino que es el mismo lugar que la vio nacer. Si nos fijamos con atención, es el mismo dilema al que se enfrenta Charlie Wales (nuestro reciente antepasado) cuando regresa a Babilonia, que como miembro de la realeza americana es nada sospechoso de trabajar de tractorista rural. Sabemos que no podemos volver a Bountiful, porque ya no existe, pero también hemos aprendido como manifiesta Ludie, el hijo de Carrie Watts, después del conmovedor diálogo final con su madre, que no podemos seguir viviendo solo a base de imponer nuestros sueños y nuestras ideas. 


Al fin y al cabo, Carrie, su hijo Ludie, la nuera Jessie Mar y los espectadores digitales hemos aprendido que debemos aprender a llevarnos bien, a saber combinar el artificio de la ciudad donde vivimos y la naturaleza que nos constituye y nos rodea. Y todo esto lo hace Peter Masterson, el director de la peli, sin hacer uso interesado de la ideología ecológica, ni del enfrentamiento de la ciudad contra el campo, ni el de los viejos contra los jóvenes, ni ninguna de esas dualidades malsanas a que estamos acostumbrados en la vida diaria. Lo hace mostrando una de las formas posibles que tiene el mundo tal y como es, haciendo poesía mediante las imágenes que filma, con la veterana y sabia Carrie Watts como guía y rapsoda al frente del viaje a que nos invita a acompañarla. Y el espectador que a estas alturas soy, agradece que Matterson no haya puesto al frente de tan noble experiencia al enclenque de su hijo Ludie o a la desencajada de su nuera Jessie Mar. Ni que haya entregado su historia en manos del dogmatismo científico o religioso. Ni que haya dejado alguna grieta en su relato, por donde se pudiera colar la moda política, social y psicológica del momento. El valor y el coraje de Carrie Watts, como el de Ulises, es una garantía contra todos esos ladrones del universalismo en su empeño, único e irrepetible, de regresar a Bountiful-Itaca.