Goethe, que no era muy dado a las exageraciones, calificó a la Revolución Francesa, guerras Napoleónicas incluidas, como una monstruosa experiencia. Es decir, el periodo que va desde el asalto a la Bastilla en 1789 a la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo en 1815. Estos veintiséis años de monstruosa experiencia, al decir del escritor alemán, no impidió, sin embargo, que la modernidad que inspiraba se colase en las entrañas de la existencia europea hasta nuestros días, con sus episodios de luz y de sombras que hicieron palidecer, estas últimas, lo que de monstruoso tuvieron los hechos fundacionales de la Revolución Francesa y su secuela del Imperio Napoleónico. Nunca volvimos a ser de otra manera que modernos. El último de esos episodios fue la caída del muro de Berlín en 1989 que, frivolidades del calendario, coincidió con la celebración del doscientos aniversario del asalto a la Bastilla francesa.
La película “Cerca del enemigo”, del director alemán Jan Josef Liefers, va de esto. De lo que hay detrás de la caída del muro de Berlín. Entendiendo por caída del muro de Berlín (1989) el punto y final del arco emocional que nació con el asalto a la Bastilla (1789). Si nos fijamos bien, asalto y caída son palabras que no solo no se repelen sino que tienen, por decirlo así, una relación de atracción erótica. No hay asalto o abordaje que no presuponga la caída o el hundimiento. Como no hay vida que no signifique, entre otras cosas, el tiempo de descuento para la muerte. El caso es que Liefers nos muestra con su imaginación fílmica lo que las piedras del muro de Berlín, esparramándose por el asfalto de la capital alemana debido a los martillazos de sus ciudadanos, no nos dejaros ver. Detrás de esa ruina en que se convierte el ominoso muro un hombre y una mujer llaman a la puerta de un pastor protestante para pedir acogida. Quienes piden hospedaje son, ni mas ni menos, que el expresidente Erich Honecker del régimen comunista de la República Democrática Alemana y su mujer Margot, la eterna ministra de educación, los seres más odiados del lado este del muro recién caído. Volvemos al principio. El pastor protestante, Uwe Holmer, les da una cama y un plato encima de la mesa, cumpliendo con las obligaciones que le exigen su creencia religiosa. En el exterior, los vecinos del pueblo se han enterado de quién ha llegado y empiezan a mostrar su descontento con manifestaciones por las calles y concentraciones en la puerta de la casa del pastor protestante. Llegados hasta aquí, al espectador le surge el dilema de si seguir o no el periplo narrativo de la película, y si fuera que sí hacia donde. Pues al pastor protestante y a los manifestantes les asisten las razones de sus creencias, aunque no en el mismo plano. Al pastor protestante, como al médico, le asiste la razón de su código deontológico que no hace distinciones éticas, mientras que los manifestantes exigen, y con razón democrática, que se aplique la justicia a las tropelías de Honecker y su mujer. Justicia de Dios versus Justicia de los hombres.
La revolución francesa, asistida por la razón burguesa, y la revolución rusa, asistida por la razón proletaria, se imaginaron y se llevaron a cabo en nombre de la justicia de los hombres, como única justicia verdadera en la tierra, y en contra de la justicia de Dios que quedaba así deslegitimada para siempre en el ámbito terrenal. Eso creíamos. Y es que de la justicia de los hombres no entienden los dioses, y viceversa. Sea tal vez el error, o falta de perspectiva, que todavía perdura entre los teólogos del más allá y los laicos del más acá.