AL FINAL DE LA ESCALERA, de la Peter Medak
El protagonista principal de la película “Al final de la escalera”, John Russell, un destacado compositor y profesor de música, pierde a su mujer y su hija en un trágico accidente. Para recuperarse, abandona su residencia y acepta un puesto académico en Seattle en una fundación que posee, entre otras, la propiedad sobre una vieja mansión que ha permanecido desocupada durante largos años, con la condición de utilizarla como espacio de práctica profesional para los alumnos, además de vivienda. Hasta aquí la sinopsis.
A mi entender, Medak, en el inicio de la película, sugiere al espectador en que medida lo fantástico es parte de la otra cara - la no visible o intangible - de lo moderno, y no un antigualla del pasado, tal y como dice Jacobo Siruela en su prólogo a la “Antología Universal del Relato Fantástico”, que el mismo ha hecho y publicado en su editorial Atalanta. Para corroborarlo fijémonos en la escena en la que John Russell le pregunta a Claire ¿qué quiere su hija de él, por qué lo llama?, asociando la voz que se oye dentro de la casa (y la pelotita que cae desde el final de escalera) con la voz de su hija muerta. Ante esa llamada caben dos respuestas. La propia de un compositor de música, ¿qué otra cosa es la creación artística en general y la música en particular, sino una llamada desde el más allá, es decir, una llamada desde lo que no entendemos pero queremos comprender, pues esa llamada nos atraviesa el alma, si es que en la modernidad todavía eso es posible. Es la respuesta que se enfrenta al misterio de la vida, a sabiendas que es inexplicable desde la razón lógica habitual en el más acá. La segunda respuesta es la de que todo lo oscuro, o ininteligible, según esa misma razón lógica aplicada ahora al suspense, debe ser hecho tangible y visible, ya provenga del más acá como del más-acá-un-poco-más-allá, pues desde esta visión todo está en el más acá, para poder medirlo y clasificarlo. Es la respuesta del detective empeñoso, y es la que elige John Russell. Fijémonos en la escena en la que con las mismas manos que toca el piano, se lanza con desesperación a quitar las maderas que ocultan el agujero de donde viene el estruendoso ruido que lo está sacando de quicio. Es la respuesta, después de la clase magistral de la médium, que mejor se adapta a la estructura de cuento de miedo que, a partir de ese momento, adopta la película. Cuento de miedo que entronca, como bien dijo Naxo en la tertulia del domingo, con los relatos y miedos infantiles del tipo: “que viene el lobo, que viene el lobo” o “cuidado con el hombre de saco…, etc”, que perduran placenteramente en nuestra intimidad adulta, como dijo Marga, pues, paradójicamente, refuerza nuestra seguridad en el presente. Y que a mí me parece bien que así sea, aunque me chirría un tanto la elección de un compositor de música para protagonizar semejante aventura.