viernes, 13 de mayo de 2022

REUNIÓN

 Las ideologías llenan con una luz cegadora los senderos que cada sociedad se inventa, para que transiten los cuerpos de los individuos que las habiten hacia su salvación final. Así ha sido siempre. Desde la salvación del hombre pecador del cristianismo originario de ayer (matriz de todas las demás ideologías que luego vinieron y ahora vienen en forma de oleadas identitarias) hasta la salvación planetaria del ecologismo laico de hoy. Todas las ideologías pretenden, en última instancia, salvar a la parte de la humanidad que dicen representar y condenar a la que lo impide. Pero en esta lucha nunca consiguen la salvación que pretenden, aunque lo que sí consiguen es dejar el alma de los unos y de los otros y el alma del mundo desamparadas y sumergidas en la sombra. 


Si el alma es oscura necesitamos Dioses que nos guíen a través de esa oscuridad. Es lo que ha hecho la psicología científica desde que cogió el relevo del lenguaje de la poesía que no era otro que el de los mitos. No hay mas drama humano que no conocer nuestra sombra, he leído a los poetas. Un drama que se encarna, por seguir con el argumento del cuento de Cheever, en el mal que hacemos los adultos (en forma de padres  y profesores) queriendo iluminar con las mejores luces todos los rincones que ocupan nuestros infantes (en forma de hijos o alumnos) y en el mal que hacen los infantes queriendo ser la primera y única luz sin sombra (adanismo) en sus vidas recién estrenadas. En fin, el mal que nos hacemos y hacemos con nuestros deseos arbitrarios, nuestra falta de coraje y nuestra incapacidad de amar “incondicionalmente”. Sin la sombra somos el muro donde se estampana una y otra vez la vida, pero envueltos por ella sin tratar de conocerla somos solo un destino ciego y sin piedad, he leído a los filósofos.


En el cuento “Reunion”, la poética de John Cheever se hace con la autoridad del relato de la mano del narrador que ha elegido para contar esta historia. Ni un gramo de psicología científica aparece en las palabras de los protagonistas, sobre todo en las palabras altisonantes del padre, que consiguen guiar al lector entre ese cúmulo de sombras que se le echan encima a partir del encuentro con su hijo en la Grand Central. Unas palabras que lo dejan, al final de su lectura, delante de un horizonte de luminosidad del que carecía al principio, tal vez debido a los prejuicios que lo abrazaban provenientes de las luces, sin una gota de sombra, propias del cúmulo de ideologías entre las que vivimos en nuestro presente.