miércoles, 18 de mayo de 2022

JACK GOES BOATING

Parafraseando a Richard Ford en la pregunta que se hace sobre Chéjov, podría uno atrever a preguntase, utilizando la primera persona del plural, ¿por qué nos gusta tanto Philip Seymour Hoffman? El deseo de Hoffman al ponerse, por primera vez, detrás y delante de la cámara de manera simultánea sea, tal vez, al igual que Chejov, “orientar la atención del espectador a los sentimientos maduros, las complejas reacciones humanas y los pequeños problemas de elección moral en el seno de dilemas mayores, que escapan en nuestra impulsiva vida social incluso a una observación sutil.” Y es que con el paso de los años me he ido dando cuenta que las tinieblas que envuelven a los seres humanos, y las mías propias, son oscuras solo por desconocidas, eso que no admitimos en público pero que íntimamente sabemos que están ahí. Están ahí, aunque no sabemos la forma que tienen. Para saberlo hay salir fuera a relacionarse con los otros. Es decir, hacer llegar la luz donde antes no lo había. Este es el principal atributo de la ficción narrativa.


En fin, el deseo de Hoffman tal vez sea complicar y poner a prueba nuestra visión de personajes que erróneamente creeríamos capaces de comprender a simple vista, algo que hasta ahora solo había podido hacer como actor. La autoridad como director, añadida a su condición habitual de actor, hace que Jack, el personaje principal de “Jack Goes Boating”, sea alguien tan irreductible como, paradójicamente, accesible. Ante su aparición en escena conviene abordar su significado, a mi entender, dejando de lado el proceder mecánico habitual del pensamiento, a saber, como si fuera una más del mismo o parecido argumento que vemos con frecuencia en alguna de las diferentes pantallas, ni hacerla equiparable a la imagen de su amigo o compañero de trabajo, Clyde, al que el espectador conoce de manera simultánea al propio Jack. Pues es, precisamente, esta aparición de ambos conversando en sus respectivos coches limusinas la que nos indica que no es lo que vemos todos lo días. Ese inicio de la película no significa, para entendernos, “como si” estuviéramos delante de una escena, por decirlo así, en la que Jack ocupa el lugar de los perdedores, los tímidos, los indecisos o cualquiera de las categorías que la psicología científica o la jerga popular puedan elaborar, si no lo han hecho todavía, para catalogar o estabular este tipo de conductas. Jack ocupa desde el principio, ante mi mirada, un lugar en el mundo, mejor dicho, es el mismo Jack un lugar en el mundo, desconocido para mi y que me invita conocer, claro está, si soy capaz de seguir la traza que me abren los ademanes de su cuerpo y de su rostro, que es lo único que me va a dejar ver durante el metraje de la película y la única guía que me ofrece para llegar a mi destino como espectador, que es justo donde él, solo él, se encuentra como personaje principal. Los otros personajes que le acompañan en esta aventura, Lucy la mujer de Clyde y Connie la compañera de trabajo de Lucy, están donde estoy yo nada más comenzar la película. Van a ser, por decirlo así, mis cómplices de este viaje.


Cabe preguntarse, entonces, ¿quienes, de los personajes que comparecen ante esta película (espectador incluido) está más bajo la influencia de la oscuridad entendida a la manera que he dicho antes, y no tal y como la entiende el tecno positivismo moderno? Sin lugar a dudas los tres personajes secundarios que acompañan a Jack, que no son conscientes de sus tinieblas, Clyde y Lucy menos que Connie, ni de la luz que desde allá lejos les emite Jack. Y también el espectador mismo, que tiene que tomar la decisión de a quien seguir en su itinerario visual. 


Nada más comenzar la peli, aparentemente, el desnortado es Jack y quienes tienen la brújula en la mano, Clyde y Lucy, lo que les anima a hacer algo tan antiguo como ejercer de casamenteros. Así le proponen iniciar una relación sentimental con Connie, mediante una cita a ciegas en su casa. Pero, poco a poco, el espectador se da cuenta que tener la brújula es un estorbo, que en el norte de la brújula no aparece Jack sino ellos mismos, y que ahí ya nada pueden hacer dentro de las tinieblas que han abrazado a lo largo de los años que llevan viviendo juntos. De su estafa existencial pronto se da cuenta Jack, aunque no llegue a explicarlo nunca con palabras. Clyde y Lucy son incapaces de seguir amando lo que tienen cerca, a ellos mismos, si algún vez lo hicieron. Algo cuyas dudas razonables se ofrecen a Jack, y a través de su expresivo estoicismo, poco a poco también al espectador, pero eso no quiere decir que aquellos no puedan ver en la existencia de los demás, sobre todo en el alma de Connie, que es la que al final conduce al espectador al destino donde se encuentra Jack, que adquiere forma de un cita en verano remando sobre las tranquilas aguas de un estanque.