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En la tertulia en la que participo cada domingo para deliberar sobre una película, fue R. la que definió la película de “los que trabajan”, de Antoine Russbach como una tragedia. No entendí del todo lo que nos quería decir con sus palabras, pero si sentí que en esa expresión se escondía la parte esencial de la película. Yo hablé de la peli como una variante de la guerra de Ucrania, N. habló de la ausencia de comunidad como causa de nuestros males, L. y M. ensancharon con sus reflexiones el ámbito de inteligibilidad de lo que se iba diciendo. Sea esto que escribo un resumen esquemático de todo lo que se dijo.
Ahora os adjunto arriba las reflexiones que sobre el asunto hace Alejandro Gandara, comparando la tragedia antigua con la tragedia del siglo XX y XXI, para poder empezar a comprender (mirando las peripecias del “héroe” de la película “los que trabajan”, Frank Blanchet) lo que hemos perdido y, a mi entender, lo que no hemos sido capaces de restituir. Al final, llegó a la conclusión provisional (por aquello de que la esperanza es lo último que se pierde) que la naturaleza del ser humano moderno es su condición irreductible de perdedor, que, paradójicamente, se cree así mismo como indiscutible número uno y vencedor de todas las peleas donde se mete. Pérdidas trágicas que empezaron con la figura de Dios como productor de sentido y que continuaron, como hace Fausto-Frank, perdiendo su alma al venderla al Diablo-Mal, el autentico vencedor de esa batalla, una más dentro de la guerra interminable en que se ha convertido la modernidad.Un proyecto de modernidad cuyos actores políticos y sociales siguen traicionando, contra toda eticidad, aquella promesa kantiana de perfección que es La Paz Perpetua, un ideal donde sea imposible imaginar la guerra. Únicamente formas diversas de conversación.