Aunque los turistas digan en las encuestas lo contrario - ya se sabe
que el turista estándar suspende por unos días su mirada crítica habitual por
un puñado de horas de sol y un plato de paella - la tristeza civil es el
sentimiento al que estamos destinados, y el que mejor nos identificará, una vez
que la justicia sea mas difícil de representar y, mas difícil, aún, de
conseguir parcialmente. Y lo peor de todo es que no dejaráhueco a la nostalgia
de lo se fue para no volver, ni a la melancolía de lo que pudo ser y no fue.
Convengamos: nada fue y nada pudo llegar a ser. Todo fue, y solo eso pudo
llegar a ser, una cruel estafa de casino. Por tanto, tampoco tiene sentido
recuperar, ni aunque fuese de forma espuria para que no decaigan los ánimos
en los parques temáticos, la recomendación gramsciana de que el pesimismo
temporal de la razón lo combatamos con la fuerza del optimismo de la voluntad. La tristeza los alcanzará igualmente,
ya los está alcanzando.
La tristeza civil a que me refiero no es un sistema de pensamiento, ni
tampoco es una disciplina, ni una filosofía, ni una religión, ni una forma de
psicología, ni una ciencia, etc. Es más bien una enfermedad crónica. Forma
parte de una herencia ancestral, ajena a la razón y al optimismo de la
voluntad e, incluso, ajena a los fastos de las bonanzas económicas
coyunturales. Y no hace falta conocer los entresijos de esa herencia para
entender lo que digo, basta con fijarse atentamente en el presente. Ahí vive,
al igual que el primer día, todo. Como la sal sobre la estalagmita, ha ido
precipitando sin descanso sobre las vidas anónimas conducida por una manera de
mirar el mundo siempre indudable, porque siempre se encuentra afiliada a algún
bando, y cuyo goteo implacable ha petrificado la perspectiva de sus
propietarios.
Respecto a lo que nos queda, continuará la
despreocupación de la mayoría por la búsqueda de la verdad. Que es un trabajo
propio de los espíritus solitarios, más acuciante aun, cuando el cuerpo ya no
sabe donde meterse, o se meta donde se meta le da lo mismo.
En definitiva, nuestro mundo será más pequeño todavía. Pero no más feliz ni más bello. No nos hará tan pobres como para hacernos llorar, pero si, irremediablemente, que seamos bastante mas tristes. A pesar de todo, aquí, seguiremos mirando y escuchando. Sin dar nada por acabado, ni nada por definitivo. Aceptando el desafío de que algo o alguien modifique nuestra visión habitual de la realidad.
En definitiva, nuestro mundo será más pequeño todavía. Pero no más feliz ni más bello. No nos hará tan pobres como para hacernos llorar, pero si, irremediablemente, que seamos bastante mas tristes. A pesar de todo, aquí, seguiremos mirando y escuchando. Sin dar nada por acabado, ni nada por definitivo. Aceptando el desafío de que algo o alguien modifique nuestra visión habitual de la realidad.