martes, 12 de marzo de 2013

EGOÍSMO EXPANSIVO O RETRÁCTIL 

El caso es que un colega hacía tiempo que me había invitado a pasar un fin de semana con él, en la casa que tiene en el campo. Así que allí me fui tan contento. El momento meteorológico es el propicio. Y los momentos individuales y sociales están llenos de los peores presagios. El invierno está a punto de acabar, pero los fríos no se han acabado todavía. La primavera deja ver sus primeros emisarios, pero todavía es renuente a aparecer con todo su esplendor.  Ya en compañía de mi colega, elegimos una de las muchas excursiones que se pueden hacer por aquellos lugares. En menos de media hora tenía las montañas nevadas delante. Sin previo aviso, mi ánimo reacciono de forma expansiva, buscando la fusión con toda aquella majestuosidad. Ya de vuelta, y después de las duchas pertinentes, nos fuimos a cenar a un restaurante del pueblo. El comedor estaba a rebosar. Mi ánimo, entonces, reacciono de forma contraria a como lo había hecho hacia un rato frente a las montañas. Empezó a controlar el lugar, muy lejos de cualquier intención de fundirse con él. Fuera de esos movimientos de mi ánimo, todo fue muy bien.

De regreso a donde vivo, vine pensando que con nuestras lecturas y nuestras miradas en general pasa lo mismo, no en balde son una representación de lo que convencionalmente llamamos realidad. Que, aunque a demasiada gente le parezca increíble, no son la realidad. Hay narradores que te invitan a fundirte con ellos y otros que desde la primera línea o la primera imagen no dejas de observarlos de reojo, controlando cada palabra que pronuncian y cada movimiento que hacen. A lo mejor, me dije, eso tiene que ver con la naturaleza imprevisible y proteica de nuestro egoísmo. Dependiendo de la exigencia a que nos invite lo que se nos pone delante, o de la inseguridad que nos inocule, reaccionamos de manera expansiva o retráctil. No es de extrañar, recordé entonces, lo que había leído en una revista del corazón: su Majestad la Reina Isabel II de Inglaterra, colgada de su sempiterno bolso y de su semblante de frágil abuelita, preguntó a un grupo de eminentes economistas, con los que estaba reunida en un acto protocolario: ¿por qué no supieron ustedes prevenir la catástrofe antes de que se produjera? Ya ve.