martes, 4 de noviembre de 2025

CIUDADANO BERLINÉS 6

 Para ir al aeropuerto de Tempelhof de Berlín alquilamos una bici, que sería también nuestro medio de transporte en el viaje que haríamos días después por la Alemania Luterana. Tempelhof tiene una doble significado para el transporte de la época alemana de entreguerras y de la época dominada por el régimen del nacional socialismo. Por un lado para la aviación civil: de allí salió la compañía aérea alemána Lutfansa; y de Tempelhof también salió la razón de ser de la Luftwaffe, la empresa militar nazi que le permitió controlar en los inicios de la Segunda Guerra Mundial los cielos europeos, hasta que los aliados, norteamericanos incluidos, dijeron basta y le dieron la vuelta a la tortilla en estos asuntos tan vitales en la guerra contemporánea de volar y bombardear a mansalva.

La historia de este primitivo campo de aviación - así se conocía la nueva infraestructura que iba apareciendo en las afueras de las grandes ciudades. Era, como no, un campo enorme en el que antes habían pastado las vacas, donde aterrizaban unos trastos con hélices que se llamaban aviones, que no pastaban sino que se elevaban como los pájaros. Más o menos así lo cuentan las crónicas locales de la época, en las que señalaban que las vacas de la época no daban crédito a lo que veían sus ojos bovinos mientras se realizaron las obras de la nueva infraestructura - se remonta a 1909, cuando el francés Armand Zipfel realizó la primera demostración de vuelo en Tempelhof seguido más tarde por el estadounidense Orville Wright. El 6 de enero de 1923, Tempelhof fue declarado oficialmente aeropuerto y el 6 de enero de 1926 se fundó en Tempelhof la aerolínea Deutsche Luft Hansa AG precursora de la compañía Lufthansa. En 1934, como parte del plan de Albert Speer para la reconstrucción de Berlín durante el periodo nazi, el Ministerio de Aviación del Reich bajo el mando de Hermann Goring, encargó al arquitecto Ernst  Sagebiel la edificación de una nueva terminal de pasajeros, que substituyese a la primitiva, de 1927. Las obras se iniciaron en 1936 y finalizaron en 1941. El complejo de salas del aeropuerto y los edificios adyacentes forma una estructura monumental de un cuarto de circunferencia de más de un kilómetro de longitud. Hasta la construcción del Pentágono, la terminal de Tempelhof fue el mayor edificio del mundo. Norman Foster lo describió como "la madre de todos los aeropuertos".

Allí llegaron un día caluroso de julio de 1945 Harry Truman y Winston Churchill - presidente de EE UU aquel  y primer ministro de su majestad del Reino Unido el del puro - para inspeccionar en la ciudad de Berlín los efectos de su política de destrucción masiva. El del bigote gordo, de apodo Koba y georgiano de nacimiento por más señas, dicen que llegó a Berlín en coche, para reunirse con sus colegas vencedores y repartirse las ruinas del pastel berlinés, en la reunión que habían organizado para tales propósitos en la ciudad de Postdam, cercana a la destruida capital del destruido Tercer Reich. El que Koba no coincidiera con sus colegas en Tempelhof hace suponer que se debiera a que sus colegas ya eran sus enemigos. Había que hacer el paripé de firmar La Paz que habían traído los vencedores, aunque en verdad lo que luego los herederos recibimos en herencia fue una nueva guerra, la guerra fría. El que primero se dio cuenta de esto fue Winston Churchill, el pispas, que desde las islas británicas veía todo lo que se echaba encima en el continente. Lo primero que vio fueron las intenciones de Koba en el frente del este. Como su colega, el cabo furriel del bigotito, quería apoderarse del continente, por lo menos hasta la cuenca del Rin. No en balde acordaron el pacto de no agresión pocos días antes de empezar la Segunda Guerra Mundial. Por eso el del puro dijo, cuando el del bigote chiquito quedó atascado en el fango del invierno ruso, que el enemigo a partir de ese momento era el del bigote gordo. Dicho y profetizado. A lo que vino después del tratado de Postdam a tres, el del puro le puso un nombre y registró el copywriter: el telón de acero. Es todo esa tierra que queda al este de Europa, bajo la firme tutela de la bota de acero de Koba. Chimpun. Winston hubiera preferido a Delano Roosewelt. Espera a Truman a pie de la escalerilla del avión donde llega Truman a Tempelhof. Nada más aparecer por la puerta le parece un trilero del medio oeste que lo mismo trafica con whisky que con la energía atómica, como así fue. Estuvo encantado de anunciar a sus colegas y al mundo que tenía preparado un par de pepinos para doblegar a los japoneses y acabar de una vez por todas con esa maldita guerra. Koba es Koba, no pareció inmutarse. Él inventó  el cálculo súper decimal. Para Koba un muerto es una tragedia humana, pero tres millones de muertos es una estadística. Y en este plan. Ahora que lo tenía delante de sus narices, el del puro se dio cuenta lo corto que se había quedado en sus apreciaciones respecto a Truman. Lo que más desconfianza le produce a Churchill en la corta distancia es su sonrisa. Le parece la de un vendedor de ovejas de Oklahoma. Antes de ira a Postdam para encontrarse con Koba, Churchill quiso visitar lo que quedara del búnker donde había vivido el cabo furriel del bigotito pequeño. Truman decide ir hasta la puerta de Brandeburgo para pasar por debajo de sus arcadas, como hizo Napoleón en 1806. Ya se ve que El Corso tiene predicamento todavía en la otra orilla del Atlántico.