viernes, 7 de noviembre de 2025

ADIÓS, HERMANO MÍO

 Dejó escrito Einstein que hay dos cosas que se expanden sin parar: el universo y la estupidez humana: “Solo en el primer es caso tengo mis dudas.”, remató la cita.

La estupidez humana es una de las formas de la inteligencia de la especie humana. De ese aspecto de la inteligencia que no se quiere reconocer como humana, sino como divina, apropiándose de los atributos de los dioses con absoluta determinación. Es decir, sustituyendo el miedo humano por la intrepidez absoluta de los dioses frente al mundo, la ignorancia humana por la omnisciencia absoluta divina, la pereza humana por la diligencia absoluta divina y la cobardía humana por el valor y coraje absolutos de los dioses. Por eso la mayoría de los que se creen unos genios son entupidos, lo que ocurre es que si son verdaderamente unos genios el resto de los mortales les perdonamos la estupidez no viéndola. Claro está, no es el caso del narrador de nuestro cuento: ADIÓS, HERMANO MÍO, de John Cheever.


Lo que hace nuestro narrador es mover el cóctel anterior de atributos divinos con elaboradas dosis de apariencia y autoengaño, y voilá, ante el lector atento se empieza a dibujar la estupidez que envuelve a este buen hombre, que nos habla del mar con la  convicción divina de que es una creación suya (véase la escena final como mejor ejemplo de ello), negándose a ver lo que humanamente es: la tumba de su padre. Cheever es un gran observador de estas conductas humanas dentro de la sociedad del bienestar, que es donde ahora más prolifera la estupidez. No es difícil intuir la complicidad y continuidad entre Sennet y Cheever, cada uno en su campo imaginativo, respecto a la investigación de esa deriva de la corrosión del carácter del ser humano que acaba en su propia estupidez. Volviendo al cuento, Cheever nos muestra una de esas formas divinas de la inteligencia y la contrapone frente la inteligencia humana del lector, creando así las condiciones de posibilidad de lo que el lector puede hacer con lo que pasa en ese cara a cara. Fijémonos que el único que no tiene nombre en el cuento es el narrador (ademas del padre y de la madre). Luego podemos deducir que cualquier padre y cualquiera madre pueden engendrar en el universo familiar, que han creado con las mejores de sus intenciones, un estúpido. Yo mismo que estoy escuchando al narrador de este cuento, si me dejo llevar por sus palabras campanudas y altisonantes.