Podía dar altos rendimientos en un bazar oriental de todo a cien, pero no había hecho la carrera de económicas y dos masters para estar rellenado las estanterías de una tienda así. De todas maneras acepté el formulario de Asía Total - ese era el nombre de la gran superficie china - que tenía que rellenar y me comprometí a entregarlo al día siguiente. Al salir a la calle, de pronto, me entró una repentina crisis de fe en el progreso humano, una creencia adquirida el día de mi primera comunión. La vida tiene un propósito me convencí aquel día. Mi compañero de pupitre en la escuela del barrio, Jacinto Ugarte, estaba convencido de ser vasco. Menos dotado de recursos imaginativos, Antolín Ledesma era un forofo del Real Madrid. Entre estas identidades, y otras de menor rango, pasé mi infancia y mi adolescencia.Cuando elegí económicas al llegar a la universidad estaba convencido que Dios había creado el mundo bajo el auspicio de las matemáticas. Días antes de tener la entrevista en la tienda china acababa de ver una película japonesa, donde el protagonista se ganaba la vida limpiando inodoros públicos, lo que le dejaba suficiente tiempo para ganarse su propia vida, según sus propias palabras. La sabiduría que albergaba esta doble manera de sentir la vida, también de procedencia asiática, me hizo pensar de nuevo en el destino que me reservaba la carrera de económicas y los dos másters. Y en el que podía tener si firmaba el formulario de Asía Total.