miércoles, 29 de mayo de 2024

LEYES DE LA ASCENSIÓN 1

Esto es lo que hay, dice Hope. Pero qué haces con lo que hay. Nada, porque aspirar a más, o a otra cosa, me expondría a decepciones demasiado dolorosas. Hope sabe, con toda seguridad, que Dios ha muerto y que nosotros lo hemos matado. Un dictum con el que Nietzsche pretendió zanjar una forma de pensar que ya no daba más de sí, pero que sus lectores o los herederos de la atmósfera creada con esa cita a lo largo de los años, la han respirado al pie de la letra. Si Dios ha muerto que nos queda a sus asesinos. Hope lo tiene claro. Nos queda la vida y el diálogo con los otros asesinos. Un diálogo que es la única posibilidad que tenemos, piensa Hope, de recuperar el sentido último de las cosas que hemos perdido. Sin embargo, se arrepiente de no poder hablar así en público. De no ser fuel a esa convicción íntima. Su intransigencia social se lo impide. No puede hablar del mundo sin sentirse como una adelantada, una anunciadora bendecida por la bondad del luminoso porvenir que ella cree ver la primera, encarnado en la proximidad del paraíso anhelado. Hope lleva toda la vida luchando contra esa enfermedad. No puede evitar envestir con un ataque repentino de furia, insultando o agrediendo a quien se haya cruzado en su camino con cualquier opinión o argumentación que contradiga lo que para ella es sagrado. Por ejemplo, su lucha contra la injusticia del mundo que impide la llegada de lo mejor. Como una Juana de Arco o Manuela Malasaña se levanta con la espada o las tijeras en las manos, y arremete con toda la furia que en ese momento tiene a su disposición contra quien la ha injuriado, a su entender, sin venir a cuento. Pero un día se romperá por dentro, y no es desacertado imaginar que llegue a pronunciar, si algún un periodista se le acerca donde esté sentada en el parque de su barrio, las primeras palabras dichas más arriba en esta especie de epitafio anticipado.