SENTIRSE HERIDO POR LA VIDA NO ES PARA TANTO
¿Cual es el reverso de la comodidad y conformidad aniquilante e indiferente en que vivimos? Pues que esa realidad es opaca y nosotros siempre vamos a ciegas, aunque nos creemos que lo sabemos todo y lo controlamos todo. Aunque creamos que somos especiales. Y nuestros intentos de comprenderla en una comprensión total, o de abarcarla con el primer golpe de ojo, son infructuosos. Lo real se define precisamente por la imposibilidad de pillarlo, es igual la época. Nada hay más sorprendente, más mágico, más poético. En un hospital todo lo dicho anteriormente ocurre con mayor motivo e intensidad, porque la distancia entre la vida y la muerte se achica. De repente, en este hospital, todo el mundo es mortal y se siente amenazado por la vida. Ya ves. Talmente es lo que ocurre en la película de Catherine Corsini “La fractura.”Ocurre, valga decirlo, sin que la sonrisa que produce en el espectador el sentido del humor que conduce la historia no deje de aflorar en sus labios. Al fin y al cabo, sentirse herido por la vida tampoco es para tanto. Todo ello forma parte del hecho de seguir existiendo, juntos. ¡Más madera!, como diría Groucho Marx, quien supo como nadie darle al efecto cómico rápido e inesperado del gag el protagonismo principal que se merece en la ficción narrativa, liberándolo de su condición de secundario o guarnición. Esta es la estructura narrativa que elige Corsini para contarnos su historia.
Los acontecimientos, o gags, que sin cesar suceden en la película se hacen notables en el trayecto que ofrecen al espectador cuando aparecen en primer plano. Así como la araña teje un capullo digestivo alrededor de su presa, la mente del espectador aísla el acto inesperado o inusualmente rápido de ese primer plano para desplegar en torno a él una red de significados con el fin de admitirlo y comprenderlo. Pero el acto, sea cual sea, sólo es movimiento efímero en la sucesión de gesticulaciones que están ocurriendo en el mundo del hospital y en sus alrededores. Así es como nos presenta su historia la directora Corsini: más allá de la actualidad, que, como ciudadanos sabemos, es una actualidad que se presenta en los medios de desinformación de masas deshilachada, llena de emocionalidades enfrentadas e incomunicadas a fuerza de ser básicas o tribales. No es que más allá de esa actualidad mediática que presenta la película de Corsini las cosas se aclaren mucho, pero hay una especie de catarsis en ver todas las sombras a la vez, danzando en el mismo escenario. Ya lo decían los griegos: las emociones se purifican en contacto con lo inefable, con lo que no tiene ni media palabra, ni te la dice, ni se la espera.
Este hospital de la película no es un hospital más, este hospital y lo que ocurre dentro y sus alrededores solo existe durante el tiempo que dura la película y mientras los espectadores la vemos. Como la casa en Dublin de la película de “los muertos”, que vimos hace poco, solo existe entre el tiempo que Houston ha decidido poner un principio y un final. En el hospital, y algo brutalmente, me pareció oír decir a un espectador ausente de la tertulia: “me vi frente a un universo cotidiano al que generalmente nunca estoy expuesto, funcionaba según el lema: Imposible desentendernos más del asunto que allí nos había convocando.” Sin embargo, el hospital de la peli no está concebido solo para la enfermedad y la muerte, sino como parte inseparable de la vida. Lejos del silencio del cementerio o de la frialdad del laboratorio de las farmacéuticas. Ese negocio. Un hospital que recibe a la Vida con toda su arbitrariedad y cálido alboroto como si entrara en un mercado de abastos. Entendido no tanto como un espacio de compra y venta de mercancías, sino como un espacio de encuentro de fuerzas humanas heterogéneas que nunca se hubieran encontrado de seguir por separado la comodidad y conformidad aniquilante de sus vidas, como dije al principio.
Así Julie y Raf, así Yann, así la enfermera de las rastas, en sus correrías inacabables por los pasillos del hospital marcando el ritmo y el tono de sus cuerpos y de sus almas así la señora que acaba muriendo en silencio en un rincón apartado rodeada de toda esa algaravía. Así, como no, los chalecos amarillos que ponen el hilo musical en el interior del hospital con el estruendo de sus justas reivindicaciones afuera, así con el contrapunto obligatorio de las sirenas de la policía y de las ambulancias que no dejan de sonar tratando de reponer el orden en la Gran Noche de las Fracturas. Una noche en la que todo parece romperse, desde el codo de Juli y la pierna de Yan, hasta el mundo profesional de la enfermera de las rastras, en fin, hasta el mundo del bienestar que los protagonistas y los espectadores habíamos creído que sería para siempre. Pues así nos han educado: como tipos especiales, los más especiales e irrompibles al otro lado de la enfermedad y la muerte. Y de nada vale clamar para que comparezca el culpable. En esta ocasión el culpable no tiene ni media palabra, ni nos la dirá, ni se espera que nos la diga. Es inefable. Como los grandes misterios que sostienen la vida.