miércoles, 22 de diciembre de 2021

LA INTEMPERIE

 Según Josep María Esquirol no somos seres expulsados del paraíso, sino seres pertenecientes por naturaleza propia a lo que él llama el ámbito de la intemperie. La primera concepción del mundo explica nuestra necesidad de proyectarnos sobre él, tener siempre a mano la idea de un proyecto, que nos devuelva a donde creemos que nos expulsaron injustificadamente, pues nos lo merecemos, aquí el cuidado se ha convertido es un asunto sanitario o se salud publica dependiente de los presupuestos del Estado. Mientras que la segunda concepción derrota para siempre nuestra inocencia y nos da, a cambio, la fuerza de la resistencia como la única manera de aprender a ser y aprender a hacer en la intemperie del mundo, aquí el cuidado es algo ontológico o inherente al hecho del ser humano y estar vivo, no necesita la subvención de los presupuestos del Estado. La idea de paraíso y de proyecto nos hace a imagen de Dios, pequeños dioses cortesanos (hágase la luz y la luz se hizo, hágase el coche y el coche se hizo, tráiganme la luna y dócilmente la luna vino). Dios y Yo forman parte, si nos fijamos, de la misma tradición de ese campo semántico arrogante y sabelotodo. Dios y Yo son primos hermanos. Pero es que no hay proyectos para todos en el paraíso, lo cual supone que una gran mayoría tiene muchas posibilidades de convertir en un problema sanitario o de salud pública. Mientras que la idea de resistencia nos sitúa en nuestra verdadera condición de seres humanos mortales e imperfectos: mira, mira asómbrate una vez más de como sale el sol hoy por el horizonte, escucha, escucha lo que dicen hoy las palabras de este amigo del alma que está a tu lado. Mirar y escuchar, escuchar y mirar también forman parte inherente de esa tradición que tiene todo acto creativo en el origen. El problema surgió cuando nadie le dijo a Adan: mira mira, o escucha escucha ante el asombro del mundo creado por Dios, ¿tal vez se lo dijo Eva y ni Dios ni Adan le hicieron caso? Puede. El  “saber hacer humano” (técnica) dejará de hacernos daño, es decir, dejará de hacernos creer que somos pequeños dioses cortesanos y que nos merecemos el paraíso, si lo aprendemos junto a la humanidad que se desprende del “saber ser humano” (cuidado). El mundo se hace verdaderamente mundo humano cuando alguien lo mira y lo escucha, pero cuando se le ignora, es decir, cuando ni se le mira ni se le escucha, ¿que hace el mundo con nosotros? ¿Podemos seguir llamando mundo al mundo y a yo y a tu nosotros?

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Como mejor se comprende lo anterior es saliendo a caminar con frecuencia en compañía, pues la naturaleza y el otro inspiran de manera inigualable una forma de andar por la vida. Caminamos solos pero también podemos ir de la mano, podemos ir ensimismados con nuestras obsesiones pero sin perder de vista la compañía de al lado, así, paso a paso, tenemos la oportunidad de abrazarnos en nuestra soledad, no a ella. 

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Si quieres pensar mira hacia el cielo, decía Ptolomeo. Mientras caminemos, miremos y escuchemos las fuerzas del universo físico que solo vemos en algunas de sus manifestaciones, más que ver las medimos, por ejemplo, la gravedad. Ya que al medirla creemos que la comprendemos y, acto seguido, la podemos dominar.