Dice K que hoy ha dormido mejor, después del primer día de este tiempo de mudanza que ha comenzado al final del verano. Espera que será largo y no exento de sobresaltos, hasta después de navidad según sus cálculos mas optimistas. El por qué de la mudanza, como la presión arterial, obedece siempre a causas diversas. Toda mudanza es material pero, sobre todo, es espiritual. Frente a los que se mudan de vez en cuando, están los que no se mudan nunca y llevan viviendo en la misma casa desde que nacieron exhibiendo la fotos de esa movilidad inmóvil. Están orgullosos del lema en casa como en ningún sitio. Frente a que los se mudan saltando de ciudad en ciudad, están quienes se mudan saltando de barrio en barrio de la misma ciudad. Su lema favorito es nada a largo plazo. El que tenga problemas de sueño, piensa K que se debe a esa deslocalización material y espiritual que se avecina durante este tiempo de mudanza. La ciudad de acogida, en la que lleva viviendo mas de diez años, hace dos que se ha convertido en una extraña, así en lo material como en lo espiritual. Este paralelismo entre lo primero y lo segundo desmiente que uno se va de la ciudad porque, pongamos, no aguanta sus ruidos o esta muy sucia y cosas así. Dice K que la extrañeza que siente respecto a la ciudad que lo acogió hace mas de una década, y que se ha ido apoderando irreversiblemente de su ánimo, esta envuelta por la confusión antes que por la claridad. Si no fuera así su sentimiento sería claro y diáfano, no seria, en cualquier caso y situación, un sentimiento de extrañeza. Puesto a seguir alguna pista, a K le parece oportuno vincular levemente la sensación de extrañeza a lo que se acaba y ésta al origen de por qué vino a la ciudad hace mas de diez años. ¿Que hay de los culpables?, se pegunta K a la busca de consuelo. De igual manera que una ciudad te acoge, piensa K, también llegado un momento la misma ciudad te expulsa. Sus murallas invisibles protegen al “nosotros” que de forma oculta gobierna en toda ciudad. Toda ciudad es así. Tiene algo de Chicago y otro algo de Nueva York. Los señores de la ciudad se reparten sus barrios con implacable impiedad. La pregunta sobre los culpables, por tanto, es impertinente dice K, no los hay ni se los espera. Aunque haberlos los hay, sin duda, y su culpa es diferente dependiendo el lugar que ocupen en la jerarquía que presiden los señores de la ciudad. Podría decirse que hay culpables criminales y culpables de un orden político y moral. Pero eso no tienen importancia mientras la ciudad siga siendo, con la propaganda en las pantallas, una ciudad acogedora. Mientras vivir sea solo igual a sobrevivir, no hay culpables ni juicio moral que valga. Todos somos nosotros y cabemos en su ciudad amurallada.