Me dice K que la muerte colocada en el centro de la polis aumenta la banalidad de las redes sociales en proporción geométrica a la voluntad de ocultarla. Frente a esta aparición imprevista e inopinada, los rostros y ademanes de sus habitantes, el nosotros, se hacen cada vez mas inimpresionables, o también, mas resistentes a la estupefacción o al asombro frente a lo que nos se sabe y no se sabrá nunca. Aunque, incomprensiblemente, su proyecto de vida ferozmente individualista se deja seducir por los cantos de sirena de los ejércitos de grupos ideológicos que le anuncian su pertenencia jurídica a proyectos de sociedad de supervivencia local. Contra el otro que llega, o el otro que lleva entre el nosotros mas tiempo que muchos de los que están ocultos ahí dentro. Es el espíritu de Ropocop. Según k el androide mejor acabado de toda la historia de la distopía (la cara oculta de cualquier utopía), que empeñada en dibujar un futuro totalmente inahabitable está consiguiendo el efecto contrario, a saber, hacer vivible como sea el presente actual. Pues los personajes que crean los narradores distópicos son quiénes nos han de acompañar en nuestro camino desde el centro de la polis hacia el abismo. A veces da gusto ir hacia esas profundidades de la mano de tipos tan grotescos y esperpénticos, ironiza K.
La cultura digital se ha apropiado completamente de la actitud estoica de antaño, que inculcaba la negación de la admiración ante cualquier acontecimiento de la vida. Hoy es bastante habitual estar rodeado de amigos y familiares, los seres queridos dice K, de los que no te acuerdas cual fue su última manifestación de asombro, cuando tuvo lugar y cual fue el motivo que la provocó. El intercambio constante de selfies y twits entre esos robocops, que forman las pandillas de jóvenes adultos actuales, son parte de esa munición distópica que se ha mencionado, que hace equiparar al cielo con el abismo dando como resultado una nueva relación innovadora con el infinito.
No en balde, piensa K, la matriz teologal de lo digital, como no podía ser de otra manera en todo lo que provenga de la ciencia y de la política en la polis, hace que sus feligreses desarrollen una nueva manera de entender la beatitud, que se opone, término a término, a la grave normalización de la fuente original que practicó durante todo el siglo XIX la beatitud victoriana, por decirlo así. Lo digital mata la vida a la velocidad de la luz, una y otra vez, sencillamente porque los feligreses digitales no quieren tener experiencia de la vida ni arraigo en sus imperfecciones e infructuosidades. Si a esa velocidad todo es suficientemente fácil e intercambiable, nada es merecedor de tu asombro y de tu capacidad de impresionabilidad. Así K llega a la conclusión de que el nosotros digital de la polis es una zona libre de estupefacción, aunque no de sonrisas almibaradas.