Me
llama y me dice que se está pasando unos días de visita turística en la ciudad
donde vivo. Luego me propone que me acerque al centro, que es donde está
hospedado, y que comamos juntos. Le contesto que ya le diré algo, ya que estos
días tengo más trabajo del habitual. Mi empresa organiza una de esas
ferias de diseño industrial, y formo parte del equipo que se encarga de que todo esté a punto y en su sitio.
Tenemos
lo que llamo una relación asimétrica, llena de intermitencias. Él es el que más hace por ella desde el
punto de vista de insistir en que nos veamos. Yo, una vez que estamos uno
frente al otro, soy el que nutro la conversación con algo que no la haga parecer
un encuentro de besugos. A él le parece suficiente. A mí me parece que para eso
no vale la pena quedar. Él busca en mí al hermano que nunca ha tenido y en
consecuencia ve nuestra amistad dentro del marco de las relaciones familiares,
donde lo importante no es tanto lo que se diga como decir algo, proporcionando
con ello sentido al hecho de estar juntos, que es lo realmente insustituible.
Yo busco, dudo que pueda ser en él, lo que no he encontrado en mi familia:
alguien con quien poder hablar para decir algo, que es lo contrario del hablar
por hablar que normalmente practico con mis hermanos. Él no va a dar el primer
paso para romper nuestra relación, porque a un hermano se acude siempre que
llame. Yo tampoco, porque un amigo por muy dejado que sea, al contrario que un
hermano, siempre puede mejorar. En definitiva, un hermano no se elige aparece un
día a tu lado, que es más o menos lo que yo soy para él, mientras que un amigo
es una elección voluntaria, sujeta como todas las elecciones a la posibilidad
de error, de poner a alguien en el centro de tu vida, que, de momento, él no lo es para mí.
Un
mes antes de recibir su invitación para comer juntos, me envió mediante correo electrónico
unos de esos libelos que circulan por internet donde se protesta contra todo
sin ofrecer soluciones creíbles a nada, para acabar mostrando un catálogo de
buenas ideas y mejores intenciones con las que, se mire como se las mire, es imposible no estar de acuerdo.
Yo le respondí, igualmente vía correo electrónico, que lo que me interesaba es
que me hablara de él. De lo que hace con lo que le pasa en su vida cotidiana y de lo que su vida cotidiana hace con él. Le dije que se pusiera esa frase en
la cabecera de la cama y que la leyera al final de cada día como si se tratara de una
oración. Después, le dije por último, cuéntame algo sobre lo que ves. Rápidamente
me contestó que, de momento, no.