jueves, 28 de marzo de 2013

DESENCUENTRO FRATERNAL O AMISTOSO


Me llama y me dice que se está pasando unos días de visita turística en la ciudad donde vivo. Luego me propone que me acerque al centro, que es donde está hospedado, y que comamos juntos. Le contesto que ya le diré algo, ya que estos días tengo más trabajo del habitual. Mi empresa organiza una de esas ferias de diseño industrial, y formo parte del equipo que se encarga de que todo esté a punto y en su sitio.

Tenemos lo que llamo una relación asimétrica, llena de intermitencias. Él es el que más hace por ella desde el punto de vista de insistir en que nos veamos. Yo, una vez que estamos uno frente al otro, soy el que nutro la conversación con algo que no la haga parecer un encuentro de besugos. A él le parece suficiente. A mí me parece que para eso no vale la pena quedar. Él busca en mí al hermano que nunca ha tenido y en consecuencia ve nuestra amistad dentro del marco de las relaciones familiares, donde lo importante no es tanto lo que se diga como decir algo, proporcionando con ello sentido al hecho de estar juntos, que es lo realmente insustituible. Yo busco, dudo que pueda ser en él, lo que no he encontrado en mi familia: alguien con quien poder hablar para decir algo, que es lo contrario del hablar por hablar que normalmente practico con mis hermanos. Él no va a dar el primer paso para romper nuestra relación, porque a un hermano se acude siempre que llame. Yo tampoco, porque un amigo por muy dejado que sea, al contrario que un hermano, siempre puede mejorar. En definitiva, un hermano no se elige aparece un día a tu lado, que es más o menos lo que yo soy para él, mientras que un amigo es una elección voluntaria, sujeta como todas las elecciones a la posibilidad de error, de poner a alguien en el centro de tu vida, que, de momento, él no lo es para mí.

Un mes antes de recibir su invitación para comer juntos, me envió mediante correo electrónico unos de esos libelos que circulan por internet donde se protesta contra todo sin ofrecer soluciones creíbles a nada, para acabar mostrando un catálogo de buenas ideas y mejores intenciones con las que, se mire como se las mire, es imposible no estar de acuerdo. Yo le respondí, igualmente vía correo electrónico, que lo que me interesaba es que me hablara de él. De lo que hace con lo que le pasa en su vida cotidiana y de lo que su vida cotidiana hace con él. Le dije que se pusiera esa frase en la cabecera de la cama y que la leyera al final de cada día como si se tratara de una oración. Después, le dije por último, cuéntame algo sobre lo que ves. Rápidamente me contestó que, de momento, no.  

martes, 12 de marzo de 2013

EGOÍSMO EXPANSIVO O RETRÁCTIL 

El caso es que un colega hacía tiempo que me había invitado a pasar un fin de semana con él, en la casa que tiene en el campo. Así que allí me fui tan contento. El momento meteorológico es el propicio. Y los momentos individuales y sociales están llenos de los peores presagios. El invierno está a punto de acabar, pero los fríos no se han acabado todavía. La primavera deja ver sus primeros emisarios, pero todavía es renuente a aparecer con todo su esplendor.  Ya en compañía de mi colega, elegimos una de las muchas excursiones que se pueden hacer por aquellos lugares. En menos de media hora tenía las montañas nevadas delante. Sin previo aviso, mi ánimo reacciono de forma expansiva, buscando la fusión con toda aquella majestuosidad. Ya de vuelta, y después de las duchas pertinentes, nos fuimos a cenar a un restaurante del pueblo. El comedor estaba a rebosar. Mi ánimo, entonces, reacciono de forma contraria a como lo había hecho hacia un rato frente a las montañas. Empezó a controlar el lugar, muy lejos de cualquier intención de fundirse con él. Fuera de esos movimientos de mi ánimo, todo fue muy bien.

De regreso a donde vivo, vine pensando que con nuestras lecturas y nuestras miradas en general pasa lo mismo, no en balde son una representación de lo que convencionalmente llamamos realidad. Que, aunque a demasiada gente le parezca increíble, no son la realidad. Hay narradores que te invitan a fundirte con ellos y otros que desde la primera línea o la primera imagen no dejas de observarlos de reojo, controlando cada palabra que pronuncian y cada movimiento que hacen. A lo mejor, me dije, eso tiene que ver con la naturaleza imprevisible y proteica de nuestro egoísmo. Dependiendo de la exigencia a que nos invite lo que se nos pone delante, o de la inseguridad que nos inocule, reaccionamos de manera expansiva o retráctil. No es de extrañar, recordé entonces, lo que había leído en una revista del corazón: su Majestad la Reina Isabel II de Inglaterra, colgada de su sempiterno bolso y de su semblante de frágil abuelita, preguntó a un grupo de eminentes economistas, con los que estaba reunida en un acto protocolario: ¿por qué no supieron ustedes prevenir la catástrofe antes de que se produjera? Ya ve.

jueves, 7 de marzo de 2013

SIN RECONOCER QUE NO HAY FUTURO, NO HAY FUTURO


Mal acostumbrados. Las promesas de la modernidad nos ha convertido en unos ciudadanos mimados. Nuestra principal debilidad son nuestras malas costumbres. Cada ciudadano tiene a su lado un cabrón que le ha robado el futuro, es decir, la vida. Siempre estamos metidos de lleno en el vértigo de las deudas impagables. Sin darnos cuenta del daño que hacen a las relaciones humanas, ya que nunca se sabe como y con que se pagan, y si llegará algún día el momento de su plena satisfacción. La incansable repetición, ante quien se ponga delante, de la liturgia que sostiene a las deudas impagadas, llena el vacío de tantas vidas sin futuro o tantos futuros sin vida. Así nos pastoreamos.

Conviene, por tanto, que vayamos aceptando que sin reconocer, ante uno mismo y ante quien quiera oírlo, que no hay futuro, no habrá de verdad futuro. Una deuda es un contrato en el que se establecen los términos y los plazos. Sus claúsulas, aun las de la letra pequeña, pertenecen enteramente a su campo de acción. Fuera de éste ya no hay deuda que valga, ni nada que pagar. Fuera de ese contrato entramos en otro ámbito, que probablemente coincida con el de la satisfacción de los deseos, que como todo el mundo sabe no hay dios ni fuerza humana que los satisfaga.

Cegados por la literalidad de lo que vemos y oimos cada día, creemos que ahí radica unicamente todo lo que hay que saber sobre las relaciones humanas. Sin querer ver la agonía que acompaña a lo irracional que anida en ellas. ¿Hay algo más falto de razón que esperar que algún día nuestros deseos, por el hecho de de ser nuestros, se cumplan? ¿Hay algo mas irracional que imaginar nuestros deseos como si fueran pagarés a corto o medio plazo, que siempre nos debe el Otro?