jueves, 11 de octubre de 2012

CRÓNICAS RENANAS 3




EL INVENTO DE LA VELOCIDAD

El automóvil, como todos los objetos, tienden a evocar la memoria. Y en el mejor de los casos la escriben directamente. Antes de llegar a Manheim, siguiendo la ruta de Bertha Benz, hay algunos motivos para corrobar esto que digo. Quiero destacatar, sobre todo, el museo del auto de Karl Benz, que se encuentra en el pueblo de Ladenburg. En el se puede dar un repaso a los diferentes modelos que fueron ocupando protagonismo en la vida de la gente, desde quel prototipo que pilotó la señora Benz y que inaguró la era del automóvil, hasta los que iniciaron la andadura de esa revolución del automovil dentro de su propio mundo: los coches de competición de lo que hoy conocemos como la Fórmula 1. En Manheim, una escultura que representa la silueta del prototipo que inventó Karl Benz, nos recuerda que en ese lugar existió el taller donde el ingeniero alemán trabajaba y donde fabricó aquel primer modelo.

El automóvil difundió la velocidad entre la humanidad. Y la velocidad de aquel mecanismo fue acelerando nuestras vidas hasta límites nunca antes conocidos. Bien se puede decir, entonces, que la velocidad a que nos ha lanzado el automóvil ha conseguido lo que tantas revoluciones contemporanéas intentaron y que fueron otros tantos fracasos: un hombre nuevo, en tanto que nuevo es el vértigo con se ha venido relacionando, a partir de entonces, el ser humano con la naturaleza y con sus semejantes. Y creame que esta apreciación se hace aún mas acusada, al hacer el recorrido en bicicleta, cuya cadencia en el pedaleo conserva la relación preautomovilística, que era milenaria, con la velocidad.

Es, por tanto, la velocidad a que lleva nuestras vidas el uso masivo del automóvil la que, a la larga, escribe nuestra memoria en la actualidad. Dicho de otra manera, es esa velocidad la que nos piensa y la que determina lo que somos, en tanto en cuanto condiciona todo lo que hacemos. Incluso la nueva filosofía de la lentitud, no puede prescindir de su influencia, y menos volver a recuperar el ritmo anterior a aquel discreto origen automovilístico. Que para bien y para mal, comenzó un cinco de agosto de 1888, cuando una honorable ama de casa quiso ir a ver a su madre.