Es la
que se resiste a apartarse a un lado y ponerse a la cola para pedir un plan de
jubilación, la que, como decía en el anterior post, mantiene en pie cada día a
los salvadores de todos y a los que tienen respuestas para todo. Es transversal
porque afecta a toda la población, pero cada tribu por su lado defiende
numantinamente pertenecer a un solo lugar y un único ideario. Su lugar y su
ideario con su gente dentro. Aquí radica el principal obstáculo para su
extinción. Llegados a este extremo, no queda más remedio que hacerse el
harakiri a lo japonés.
No es
ninguna novedad, lo que pasa es que la memoria busca la ayuda del alzeimer
antes de tiempo y antes de que el conocimiento se ponga a funcionar. Estos
sacrificios ancestrales perduran porque son inevitables y se han repetido en
diferentes momentos de nuestra historia reciente, formando parte del Gran Harakiri a que se sometió nuestro
siglo europeo anterior, entre 1914 y 1989. Pasó con la extinta Unión Soviética
y pasó con la República de Weimar, y a otra escala pasó con el final de la
España franquista. El conjunto de la sociedad con la casta política dominante al
frente, hecha mafia con toda la legalidad vigente de su lado, implosiona hacia
dentro porque es incapaz de explosionar hacia afuera. Se raja de arriba abajo. Quien
maneje la cuchilla es lo de menos, uno que pasaba por allí. El mundo ha quedado
a la deriva y lo que venga a continuación es impredecible. Guerras, crisis, golpes
de mano, en fin, todo eso que en situaciones de “normalidad” está sujeto y
controlado en los recodos de las alcantarillas estatales o en los pliegues del alma
de cada cual. En esas estamos.
En
semejante situación solo tienen futuro los que mejor sepan utilizar en su
beneficio la desconfianza que todo lo anterior produce a espuertas. Esa es la materia
prima de la parten, porque es la única con la que se puede contar. Así se va formando
una nueva sensibilidad que poco a poco se va imponiendo, arrinconando a la
vieja. Cuanto más se desconfie más vivo se está y de más fuerzas se disponen para
organizar proyectos sociales e individuales viables y obras de arte
verosímiles. El recelo y la suspicacia se van convirtiendo, aunque les pueda
parecer increíble a los del antiguo régimen, en el espirítu de los nuevos tiempos.
No tardará en aparecer una de esas organizaciones que se autodenomine algo así
como Desconfiados sin fronteras.
Tanta
impiedad escandaliza, sin duda, a los antiguos creyentes que siguen repitiendo
sus jaculatorias ante una cada vez mas menguada audiencia. Acostumbrados a
tener plaza fija en el púlpito, no alcanzan a entender que la desconfianza esté
sustituyendo, como la mejor y mas eficiente argamasa que hoy une a los
corazones y los cerebros, a los herrumbrosos dogmas predicados sin desmayo por
ellos durante tantos lustros, desde aquella desquebrajada atalaya. “Toda la
vida he sido de aquí y he trabajado en lo mismo, pero me fascina haber
descubierto, ahora que no tengo nada, lo parecido que somos todos expuestos a
la intemperie, zurrados como estamos por la que nos está cayendo. Si te
he de ser sincero, y de forma inopinada, antes que el grito y el lamento, es ese
descubrimiento lo que me da fuerza para seguir. Y no me preguntes hacia donde,
porque no se qué decirte.” Así me hablaba el otro día uno que ha perdido
definitivamente la fe en la vieja sensibilidad.