Desde
su creación intuimos que el mundo está mal hecho. No sabemos por quien, ni por qué,
ni a cuento de qué. Por esa misma razón igualmente, desde entonces, las
criaturas que lo venimos habitando nos empeñamos en desmentir la obra de su
misterioso y desconocido arquitecto, imaginando nuestra propia obra que, como
no podía ser de otra manera, trata de responder una por una a todas aquellas
preguntas, construyendo sitios y lugares de hechuras impecables. Y es así como, al final, va
el mundo. De ilusión en fracaso. Ilusionándonos cada vez más con una imaginación
menos pomposa, fracasando cada vez con menos
ahínco. Lo que marca, no la decadencia sino la madurez de una civilización.
Ocurre que eso no se puede transmitir siempre por vía genética o cultural, y cada generación se lo tiene que imaginar como si todo empezara de nuevo. Y hay generaciones, como las de ahora, que producen un número insostenible de “plurales espalilaos” que corren dando codazos para suplantar la figura del arquitecto misterioso y desconocido, haciendo que su historia sobre lo que ocurre sea la única verdad sobre lo que nos ocurre. Pero las prisas no son buenas para nada y normalmente lo que nos cuentan es una mala història. La historia de nuestra maltrecha economía, que es un correlato paralelo de la sempiterna mediocridad de nuestro cine. Por algo será. La una solo sabe hacer caja con “el ladrillo” y el chanchullo sumergido, y el otro hace lo propio el año que Santiago Segura saca a la luz una nueva secuela de Torrente. Malas historias las dos, que nos ayudan a olvidarnos de nuestras endémicas miserias poniendo bálsamo sobre el dolor de los problemas que las acompañan, pero que no nos animan a entender a las unas y menos a encontrar soluciones para los otros. Esa forma tan nuestra de ir al cine y de mirar la vida.
Ocurre que eso no se puede transmitir siempre por vía genética o cultural, y cada generación se lo tiene que imaginar como si todo empezara de nuevo. Y hay generaciones, como las de ahora, que producen un número insostenible de “plurales espalilaos” que corren dando codazos para suplantar la figura del arquitecto misterioso y desconocido, haciendo que su historia sobre lo que ocurre sea la única verdad sobre lo que nos ocurre. Pero las prisas no son buenas para nada y normalmente lo que nos cuentan es una mala història. La historia de nuestra maltrecha economía, que es un correlato paralelo de la sempiterna mediocridad de nuestro cine. Por algo será. La una solo sabe hacer caja con “el ladrillo” y el chanchullo sumergido, y el otro hace lo propio el año que Santiago Segura saca a la luz una nueva secuela de Torrente. Malas historias las dos, que nos ayudan a olvidarnos de nuestras endémicas miserias poniendo bálsamo sobre el dolor de los problemas que las acompañan, pero que no nos animan a entender a las unas y menos a encontrar soluciones para los otros. Esa forma tan nuestra de ir al cine y de mirar la vida.
Crisis
ha habido siempre, crisis hay todos los días, lo que no hay son buenos
narradores de las mismas, y al frente de todos ellos, cada día, hoy mas que
nunca, los peores de todos, los profesionales de los medios de comunicación,
empeñados en que no nos enteremos de nada. Nunca ha habido tantas pantallas y
medios de comunicación, y nunca ha habido tanta confusión respecto, por otro
lado, a los problemas de siempre. Caben dos suposiciones. O a los tramperos de las nuevas
tecnologías informativas y de la comunicación les vienen grandes los problemas de
siempre. O los problemas de siempre han mutado, por influencia de las nuevas
tecnologías informativas y de la comunicación hacia una perspectiva, y en
consecuencia, un misterio hasta ahora desconocidos, y definitivamente van a su libre albedrío.
Sea
como fuere, lo que no puede ser es meterle todos los días mas suspense y confunsión
a un mundo, el nuestro, para hacernos creer que es inaceptable. Sabemos, por
experiencia, que esto pasa en las ficciones cuando al director se le escapa de
las manos la película, y pretende que no se le note el engaño. A cambio tiene
la virtud de sostener la atención y, si llega el caso, mover el culo ante lo
inaceptable de la situación. Pero también sabemos, porque ya hemos visto muchas
películas malas, que detrás del suspense no viene nada, excepto lo que sabíamos
o temíamos. Mejor dicho, detrás del suspense y la confusión, así en la vida
como en la ficción, se atrinchera la mentira.