LEIPZIG
Quedamos con Conor, un compañero de estudios alemanes de mi mujer, en Leipzig, con la intención de cenar juntos la noche del domingo. El curso de alemán había acabado el viernes y era una forma de despedirnos. Conor es un irlandés de Galway que habla de forma aceptable el español, así que no fue difícil aceptar la cita por parte de todos. También es un irlandés que ha heredado de forma civilizada las inquinas de la época imperial británica, lo cual le hacía aparecer como un inglés exiliado en su insularidad. Visto así de exótico, la impresión que me dio al oír sus primeras palabras fue que su familia bien podía haber nacido en Burgos o Nápoles, aunque emigró a Galway mucho antes de que él naciera. Sin embargo, lo que me pareció más interesante de su lugar de nacimiento fue - y así se lo hice saber en algún de nuestras conversaciones, en la cafetería de la escuela durante los descansos de las clases - que Galway era también la ciudad natal del primer novio de Gretta Conroy personaje fundamental en el desenlace final del cuento de “Los muertos”, de James Joyce. Conor se dio por enterado pero no manifestó - ni a favor ni en contra, lo cual se lo agradecí - ningún comentario respecto a ese paisano de ficción que lo había traído a colación al poco de conocernos. Ni respecto al autor de cuento, Conor estaba hospedado en Berlin, en casa de un amigo, y pensaba quedarse una semana más para seguir estudiando el idioma de Lutero.
Antes de la cita con Conor nos dimos una vuelta en bici por el centro de Leipzig y alrededores. Mientras escribo esta crónica, leo la noticia que al fin han validado la autoría de una pieza musical para órgano escrita por Bach en el tiempo que vivió en Leipzig. La pensaban estrenar, con todos los honores, esta semana misma, en la iglesia de Santo Tomas, donde el músico trabajó como Kantor y donde se encuentran sus restos mortales. Algo de aquella noticia leímos, en forma de rumorología, en la visita que hicimos la iglesia aquel domingo de agosto del que estoy hablando. La iglesia de Santo Tomás es una iglesia luterana. Es conocida por ser el lugar donde Johann Sebastián Bach trabajó como Kantor y donde se encuentran sus restos mortales. De estilo gótico, en el lugar que hoy ocupa ha habido otras iglesias desde el siglo XII y diferentes remodelaciones a lo largo de la historia moderna. En ella predicó Martín Lutero el domingo de pentecostés de 1539.
Aunque la huella de Lutero en Leipzig tiene su mayor presencia e intensidad en el palacio de Pleissenburg, donde tuvo lugar en 1519 el Debate de Leipzig. El Debate fue una “disputatio teológica” ocurrida en junio y julio de 1519, entre Andreas Karlstadt, Martín Lutero, Felipe Melanchthon y Johann Eck. Eck, un defensor de la doctrina católica y fraile dominico muy respetado, había retado a Karlstadt, un teólogo, a un debate público sobre el libre albedrío y la gracia. Su propósito era discutir las enseñanzas de Lutero, quien en 1517 había iniciado la Reforma protestante con la publicación de sus 95 tesis. El palacio de Pleissenburg actual ha perdido la unidad y fuerte presencia que muestran las litografías de época, debido, sobre todo, a los efectos de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y las posteriores reconstrucciones, que han dejado su imagen un tanto fragmentada rompiendo la continuidad de sus partes respecto a la del original. Una placa en una de las alas del palacio recuerda la “disputatio teológica” del siglo XVI que se celebró allí.
La Universidad de Leipzig fue fundada el 2 de diciembre de 1409 por Federico I, elector de Sajonia, y su hermano Guillermo II, margrave de Meissen. En su origen, estuvo formada por cuatro facultades. Actualmente, posee catorce facultades y cuenta con alrededor de 26 000 estudiantes. La Universidad ha cumplido más de 600 años ininterrumpidos dedicados a la docencia y a la investigación.
Mientras paseo de un edifico, la universidad de Leipzig, a otro, el palacio de Pleissenburg, las calles de Leipzig no dejan de recordarme las señas identitarias centenarias de la ciudad, hechas con la profusión de ferias y mercados así como con la huella que dejó en la ciudad la producción de libros como consecuencia de la invención de la imprenta, mientras paseo, digo, me cuesta sustraerse al vínculo que detecto entre el edificio de la universidad y el palacio de Pleissenburg bajo la influencia de reforma protestante de Lutero. Cuesta no asociar los debates estudiantiles con las réplicas y contrarréplicas del agustino Lutero y el dominico Eck, sobre lo que cada cual entendía por el libre albedrío y la gracia. Y bien mirado es un debate que, mutas mutandis, conserva todavía hoy - época de más polarización ideológica que la del siglo XVI, si cabe - su aura y fulgor en las discusiones a cara de perro sobre los asuntos religiosos del siglo XXI, así en la redes sociales como en las aulas universitarias. A saber, el cambio climático, las relaciones intersexuales e intergeneracionales, la resignificación del pasado, el animalismo, el transhumanismo y su castigo adjunto mediante las cancelaciones preventivas impuestas por los belarminos correspondientes. En fin, el debate de siempre que no cesa, sobre donde colocar el cuerpo y donde el alma en el cosmos del tecnocapitalismo actual. Y, como no, que hacer ante la lectura obligada de las diferentes biblias que acompañan a todas esas creencias: deben ser hechas por predicador interpuesto, como creía el católico Eck, o a solas con tus pecados y virtudes, como creía Lutero.
La batalla de Leipzig (16 a 19 de octubre de 1813), también llamada batalla de las Naciones, fue un enfrentamiento dentro de las llamadas guerras napoleonicas, en el que Napoleón Bonaparte incó el morro y el sombrero ante los ejércitos aliados, casi de forma definitiva. Fue el mayor enfrentamiento armado de todas las guerras napoleónicas y la batalla más importante perdida por segunda vez por la Gran Armada, después de la derrota en la batalla de Bailén en España cinco años antes. En la cena que mantuvimos con Conor, nos recomendó vivamente que visitáramos al día siguiente el monumento que, en 1913, fue construido en conmemoración del centenario de la batalla, pues a su entender, nos dijo, es uno de los principales monumentos de Leipzig, La estructura mide 91 metros de altura. Tiene más de 500 escalones que ascienden hacia la plataforma superior, en la parte más alta del monumento, desde donde se contemplan unas enormes vistas de la ciudad y sus afueras. La estructura está hecha de hormigón, recubierta con placas de granito. Su construcción fue financiada enteramente por donaciones particulares y por una lotería independiente del Estado. El Kaiser Guillermo II estuvo presente en la inauguración, pero solo como invitado, ya que no habló. El monumento es considerado uno de los mejores ejemplos de la arquitectura guillermina con muchos elementos masónicos. He de reconocer, que la invitación de Conor fue determinante en la decisión de ir a ver el monumento, mejor dicho en la manera de verlo una vez estuviésemos delante. En la conversación Conor resaltó su grandiosidad no tanto por sus dimensiones como por lo que representaban. Noté enseguida que la sombra del imperio inglés rondaba entre los platos de la mesa en que nos habíamos sentado para cenar. También noté que no era un apasionamiento furioso sino comedido, atravesado por la razón lógica. En ese momento de 1813 Napoleón Bonaparte representaba para Europa lo que Inglaterra representaba para Irlanda. Una imposición por la fuerza, si quieres bien y si no quieres también. No me atreví a preguntarle si esa herencia impositiva formaba parte del carácter irlandés, o era un asunto más bien particular del suyo. Al despedirnos, nos miró agradecido por la compañía y a través de la forma de esa mirada deduje que aquella herencia forma parte de la atmósfera tranquila que hoy se respira en la isla del verde esmeralda.