jueves, 3 de abril de 2025

ISABEL MARINA

 NO EXISTE EL FIN

Puede parecer un milagro
que, después de tantos años,
siga el amor expresándose
en nuestros cuerpos,
nos siga amalgamando
en una alquimia,
en un renacimiento continuo,
devolviéndonos a la epifanía
de la primera vez.

Se abrazan nuestros cuerpos
y los dos comprendemos
que estábamos juntos
antes del principio,
y que no existe el fin.

EL ÚLTIMO AMOR DEL PRÍNCIPE GENGHI

 EN UN MUNDO ENCANTADO 

Leído el cuento de “el último amor del príncipe Ghengi” dentro de un mundo desencantado como el nuestro, la tecnología digital dominante, promotora de ese nihilismo, es una forma extrema, y no confesada, de encantamiento - me gusta/no me gusta; me encanta/no me encanta - que puede entrometerse en nuestra lectura sin control por nuestra parte. Sin embargo su autora, Margueritte Yourcenar, gran conocedora del mundo antiguo y clásico, tiene un gran talento para representar atmósferas del pasado en el presente mediante la creación de potentes voces narrativas que van y vienen haciendo verosímiles la relación de esos tiempos históricos tan distantes y distintos. Véase la afamada “Memorias de Adriano.”


En el cuento que comento, como ya he mencionado, mediante el uso adecuado del lenguaje su narrador consigue mostrar al protagonista Genghi, ante la mirada atenta del lector de nuestro presente, no como un honorable príncipe de entonces envejecido a los 50 años, ni a la “Dama del pueblo de las flores que caen” como una simple criada y concubina esclavizada al único servicio de aquel. Lo que quiero decir, es que las palabras de este cuento no son un signo o etiqueta que sustituye a otra cosa o persona. Ejemplo: el signo “príncipe japonés” no sustituye al titulo nobiliario oriental de hace muchos siglos. El signo “Dama del pueblo de las flores que caen” no sustituye a sierva  esclava sexual de la misma época. El signo cabaña o palacio japonés no sustituyen al objeto cabaña o palacio japonés de aquellos años medievales.


Las palabras de este cuento son el nombre de una Idea o Sentimiento (sentir el sentido), con toda su capacidad evocativa y asociativa en el momento que se leen. Están llenas de vida y han llegado hasta nosotros gracias a la labor de quien nos cuenta la historia: el narrador. Así el Quijote, Madame Bovary etc. El sentir de las palabras del cuento de Yourcenar acucia al lector y el sentido hace que ligue las cosas, desvelando el sentimiento que las sostienen y las empujan. Al leer el cuento de Ghenji hay que hacer y aprender el tránsito que se efectúa entre lo histórico y lo universal, entre la intimidad individual y la exterioridad común, quitando las capas que su uso, casi siempre proveniente del interés ideológico o instrumental del momento, ha ido poniendo sobre ellas.


¿Donde están hoy los cincuentones que hablan desde la proximidad de la muerte? Escalando un ocho mil en el Himalaya. Participando en campeonatos de Sky de alta exigencia en los Alpes. Jugando al pádel. Entrenándose para la maratón de Nueva York para tratar de bajar de las dos horas. Y, como no, intentando seducir, vía  internet, a jovencitas de veinte años. En este aspecto, digamos, material y corporal, los cincuentones del siglo XXI no han cambiado mucho respecto al príncipe Ghenji. Es en la trampa asesina de la dualidad cuerpo y alma donde se producen las mayores diferencias. Debido a las incompatibilidades de sentido y de reducción cognitiva. Y teniendo en cuento la acción política como medio de transmisión del sistema de incompatibilidades.


Fue Max Weber quien diagnóstico, a principio del siglo XX, que la modernidad había ido desencantando a la sociedad de un modo irreversible. Weber llamaba desencantado al nuevo mundo de las decisiones personales, de los individuos separados de la iglesia, el de la descripción científica del universo y de todos aquellos elementos fascinantes que iban a construir la era moderna. Lo que quiero decir es que a diferencia de la sociedad premoderna y encantada, donde Yourcenar sitúa la acción narrativa de su cuento, el lector que hoy lo lee sostiene y reproduce aquellos elementos del desencanto hoy dominante que he mencionado. Un dato sociológico o antropológico, si se quiere, que al aplicarlo al cuento de Ghengi se convierte en un dilema narrativo. ¿Es posible el acto de la lectura de un modo comprometido y responsable con el texto concreto en cuestión en estas condiciones: ser lectores pertenecientes a la modernidad desencantada. Aún más, a una sociedad que todo lo más a que aspira, en su relación con la acción creativa, es al entretenimiento? La concreción del texto en cuestión y la abstracción de ser lectores pertenecientes a la modernidad desencantada, pero al mismo tiempo pegados como una lapa a la tecnología digital, ¿se avienen de alguna manera y en algún sitio del acto de la lectura de ese texto concreto o muestran sin aspavientos su incompatibilidad, lo leas como leas, lo mires como lo mires? ¿Tienen alguna relación nuestros “me gusta o no me gusta diarios”, con los anhelos de la “Dama del pueblo de las flores que caen” respecto al príncipe Ghengi, y viceversa? Como epítome de todo lo anterior dejo lo que dice la “Dama del pueblo de las flores que caen” en el primer encuentro con su amado cincuentón, ya casi ciego del todo…”Me he perdido por los senderos de la montaña y lloro porque me dan miedo los jabalíes, los demonios, el deseo de los hombres y los fantasmas de los muertos.”


martes, 25 de marzo de 2025

ALMUDENA VIDORRETA

 ADVERTENCIA

Puede que al salir de tu escondrijo
te sorprendan, como a mí, los alacranes,
que el espectáculo no te entretenga
y a menudo la impostura te incomode.
También, probablemente, tengas miedo,
se te frustre la pasión advenediza
y preguntes sin descanso las razones
por las que hay depredadores, ruido, bestias.
Verás en cuanto salgas
adentro de la selva por mi herida
que conviene entrenarse en fortaleza,
león, marmota, avión y caramelo.
Así te aprenderé y cuando leamos
un día entenderás que, hasta nosotros,
que te hicimos de todo el amor,
de todo el deseo y las ganas,
somos animales imperfectos
y, con eso del instinto que supura
de estas pieles de raza furiosa,
si hemos de morder, mordemos,
sobre todas las cosas, por ti.


SECRETOS Y MENTIRAS

 SOBRE CORAZAS Y ALMAS

Cualquier espectador que mire esta película lo primero que le vendrá a su memoria, sin demasiado esfuerzo, es el lado canalla de su vida familiar. Entendiendo por lado canalla el cuarto trastero,  donde se amontonan todas las maledicencias e inquinas  aderezadas con su buena dosis de bilis de cianuro, que acumulan las relaciones familiares. O como dijo Lev Tolstoi “todas las familias son igualmente felices, las desgraciadas lo son cada una a su manera”. Y luego se lanzó en tromba a escribir Anna Karenina. Así, talmente, hizo Mike Leigh al dirigir la película “Secretos y mentiras”.

Si cualquiera tiene al alcance ese repertorio memorístico, no cualquier está en condiciones de saber administrarlo. Podrá hacerlo, como es lo habitual en los clubs de lectura, diciendo lo que piensa creyendo que eso es equivalente a pensar lo que dice. Y creerá mal. Y es que lo primero que detecta el espectador, desde el primer fotograma, es una extraña perfección, diría que no humana, en la forma de moverse y de conversar que tienen conjunta e individualmente unos personajes tan vulgares y poco interesantes. Es como si dijeran, así somos y así nos manifestamos, de adentro afuera y viceversa, uno a uno y todos a la vez con nuestras máscaras a cuestas, entre lo universal y nuestra mezquina historia familiar. Eso sí, sin servidumbre ideológica alguna, o identidad de género a la moda. Una extraña perfección, por decirlo así, hecha de una perfección extraña a base de melodrama, comedia, humor, drama, en los momentos mas imperfectos de la condición humana: léase la manifestación de sus pasiones y emociones primarias. Una extraña perfección que conjuga el alma y el cuerpo de los personajes sin la habitual dicotomía criminal. Justo en esos momentos en que más nos parecemos al animal que llevamos dentro. Al final, los personajes saben dónde están y como tienen que seguir con los parientes de su vida al lado. Han encontrado una salida, por decirlo con el mono Kafkiano de “informe para una academia”, a sus continuados encontronazos o desencuentros familiares. Y es que el arte narrativo acaba hallando su forma, el sentir del sentido también llamado sentimiento, nunca es una simple manifestación de las emociones básicas de la vida. Es a este milagroso acontecimiento a lo que asistimos, cuando vemos esta película.

Y con esa contradicción a las espaldas, las propias del espectador y las de los protagonistas de la peli, realmente cuesta hallar las palabras para describir la intensidad emocional y racional de esta película. Por ponerle un titular, sin que sirva de precedente: Creo que en ninguna otra película he derramado tantas lagrimas. Ni me enfadado tanto, ni todo lo que se decían los personajes por momentos me ha importado una higa, a medida que subía el suflé de la peli. A mi juicio ese es su mayor mérito: la formidable pericia de la puesta en escena donde la potencia comunicativa que pone en marcha la complicidad entre director y personajes llega a emocionarnos en lo más profundo de nuestras almas, cuando todo lo que vemos parece apuntar al mayor de los desbordamientos y fiascos narrativos. Y todo ello sin más armas, como he dicho más arriba, que una historia transmitida por unos personajes espantosamente humanos aunque bendecidos por su estado de gracia divino. Unos personajes, que como casi todos nosotros, viven escondiendo en su intimidad unas profundas heridas, cuyo último destino - como no podría ser de otra manera - es remontar el pozo de la vergüenza y la culpa, y finalmente salir a la luz. Es en esta exteriorización cuando la peli adquiere la forma que vemos, donde se encuentra la llave de la curación de las heridas de los personajes. Y, a la postre, también del perdón recíproco entre ellos.


Quedémonos, como dice Ángel Fernández Santos en su critica a estos secretos con sus mentiras, con la escena en que la madre y su hija negra olvidada se encuentran en una parada de metro, después de varias conversaciones telefónicas, para conocerse. Una escena que muestra al espectador quienes nos están contando la historia. Pues aunque, hasta ese momento, nos haya parecido increíble por su turbulencia y desasosiego, esta historia de ficción, como todas las historias de ficción, se asienta en algún lugar de alguna alma humana a la busca de sentido, no flota ingrávida como los nubarrones de la tormenta antes de descargar toda su furia con lo que lleva dentro, sin piedad ni contención. 

miércoles, 19 de marzo de 2025

ANTONIO GALA

 SONETO EN QUE SE CUENTA CÓMO MUERE

ALONSO QUIJANO DESPUÉS DE HACER MORIR
AL INMORTAL DON QUIJOTE

Relincha con ternura Rocinante.
Solloza Sancho. Se arrebuja el ama.
Negro a la cabecera de la cama,
murmura el cura en un latín errante.

Muda Sansón Carrasco de semblante.
La sobrina una lágrima derrama.
El barbero, a quien nadie le reclama,
todo lo ve con su habitual desplante.

«Ya no estoy loco», dice el moribundo,
y mira en torno… Don Quijote muere
de pronto entre un olor de lluvia y cieno.

Gira sin tino el renovado mundo.
Y en su inmortalidad solo interfiere
un tal cuerdo lector Quijano el Bueno.

LA FAMA

 Quedar luego como colegas fue siempre el temor que le corroía por dentro. Juana Diosdado, así se llama mi exmujer, ganó mientras estuvimos casados más de una decena de premios literarios sin haber conseguido la fama en el sector, que era lo que ella buscaba con más ahínco. Ser reconocida en el mundo literario, para entendernos, como Arguiñano lo es en el de la gastronomía. Yo le he dicho siempre, antes y después de separarnos, que el mundo editorial está cambiando, como casi todo, y que tiene que aprender a adaptarse. Le pongo el ejemplo del cuento Borges, “la lotería de Babilonia”, por seguir dentro del ámbito narrativo. El autor argentino describe en su relato un sistema de apuestas para repartir la mala suerte, de modo que los agraciados se quedan sin trabajo o pierden una oreja dependiendo de lo afortunados que sean. No conseguir la fama después de haber ganado diez premios literarios, estaría - le digo a mi exmujer - dentro del mismo rango de infortunios. No en balde, el gobierno ya se encargó en su momento de hacer una ley de educación y cultura, que seguro se inspira en el cuento de Borges, cuya columna vertebral es la ley del mínimo esfuerzo. Todos tontos pero iguales. Le hablo así a mi exmujer porque yo si quiero ser su colega, pues es el mejor antídoto contra su fracaso literario y nuestro fracaso matrimonial. Y sirve a la salud mental de nuestros hijos. Que, al fin y al cabo, son unos niños muy afortunados, dada la mala suerte que tienen con los padres que les han tocado.


lunes, 17 de marzo de 2025

PAULA ARBONA

 MI PROBLEMA

Quizás mi problema es
que no puedo ver un árbol.
Cuando veo un árbol,
veo un bosque.
Cuando veo una persona,
veo un pueblo.
Veo sus secretos,
su pasado,
su tormento.
Quizás mi problema es
que no puedo dejar de mirar
viendo aquello que no está.