jueves, 5 de septiembre de 2024

CRÓNICAS DEL RÍO MENO 7

EL CASTILLO DE PLASSENBURGO

Según empezamos a subir la empinada cuesta imagino a los ministeriales de la familia de los Plassenberg, aupados en sus coches de caballos, adelantándonos por la derecha. El día está claro pero unas nubes de tormenta amenazan por el oeste. Un poco más atrás un agrimensor con su impedimenta profesional colgada en forma de bandolera, camina algo más ligero que nosotros lo que me da que pensar que no es la primera vez que hace ese camino. El pueblo de Kulmbach va quedando abajo con su forma alargada, destacando la torre de la Iglesia más o menos en el medio de la traza urbana. Afortunadamente es verano y no hay nieve, pero el agrimensor al pasar cerca de nosotros nos advierte de la dureza de la subida cuando un capa de nieve cubre el asfalto. No se si lo dice para que no se nos olvide si se nos ocurre venir para Navidad, o para que nos compadezcamos de su desdicha, porque sus palabras ocultan ese sentimiento que parece antiguo. Él lo lleva haciendo desde hace unos años, nos dice, tratando de que los ministeriales le abran la puerta del castillo que le de acceso al despacho donde recibe el señor Plessenberg dueño del castillo. Tiene el encargo del mismo dueño de tomar unas medidas para hacer unas obras de mantenimiento en una de las alas del castillo. A medida que subimos la fatiga aumenta, haciendo la respiración más difícil lo que afecta directamente también a la imaginación. El agrimensor se distancia y el coche de caballos de los ministeriales ha desparecido de nuestra vista después de dar una vuelta cerrada. Al mismo tiempo una capa de niebla va cubriendo abajo los tejados de las casas de Kulmbach y  arriba el sol ilumina con fuerza las murallas del castillo aumentando la nobleza de su estatura medieval, que no se arruga ante el concierto de música rock que están preparando en medio del patio de armas. Hemos llegado justo en uno de esos días del año, nos dice el agrimensor, en el que los ministeriales abren las puertas del castillo y facilitan la entrada gratuita a los vecinos del pueblo. Mas tarde el agrimensor nos dice que son de esos días en los que el mundo medieval da cobijo a lo más exitoso del capitalismo anímico actual, hecho de hedonismo ruidoso y narcisismo a raudales sin tregua. Más tarde, mientras cenábamos en la plaza alargada del pueblo, después de haber dejado el equipaje bicis incluidas en el hotel, lo pudimos comprobar con la subida hacia el castillo de muchos autobuses cargados de fans del concierto que se iba a celebrar al anochecer. La cena la hicimos en un falso griego pues no había musaka. Destacar que un año más en nuestras visita a Alemania, no hay tortillerías, ni tapearías ni tintos de verano a la vista, aunque sí abundan las pizzerías. Lo cual significa que, a parte del fútbol, somos incapaces de exportar a Europa lo mejor y más popular de nuestra gastronomía.


Fue el peor día para el agrimensor, pensaste, pues siendo como es, según nos confesó, un gran aficionado a la música electrónica comprueba, al entrar al castillo después del paseo en autobús, que su condición profesional queda humillada sin remisión en medio del patio de armas. Como agrimensor no ha podido pasar de la puerta, pues los ministeriales le cierran el camino con la disculpa que el señor margrave del castillo está ocupado con su colección de soldados de metal, la más importante del mundo, o ausente en alguna de sus partidas de caza. El agrimensor puede dar gracias al señor margrave que no esté enzarzado en alguna de las guerras contra sus vecinos margraves por asuntos de lindes o de honor nobiliario. Debido a tal intermedio de paz, puede el agrimensor estar agradecido de poder hacer su trabajo en el castillo, pero tiene que tener paciencia, le dice uno de los ministeriales a la entrada del castillo. Por hoy basta grita el agrimensor, dejó los trastos abajo y se subió en autobús a escuchar a los músicos. Dicho y hecho.


Al sur de Kulmbach el río Meno se forma mediante la confluencia de los arroyos Meno blanco y Meno rojo, enfilándose después  hacia su destino. A nosotros los ciclistas abnegados, solo nos queda seguir la traza que nos indica su cauce.