Hay una frase que, en los momentos de máxima cólera adolescente, los padres tiene que escuchar con frecuencia de sus hijos: “no me pedisteis permiso para venir al mundo.” Como todos los adultos sabemos la colera adolescente esta inmejorablemente representada en la ficción por el personaje griego de Aquiles, en la Ilíada de Homero. Es un sentimiento, el de la cólera, que está vinculado con otro igualmente adolescente, el de la inmortalidad. El mito de Aquiles que abandona el gineceo adolescente para hacerse mortal y morir frente a las murallas de Troya, corre pararlo en nuestra cultura occidental al de Jesús de Galilea, que abandona el cielo y decide hacerse mortal muriendo en la cruz para perdonar los pecados de todos los hombres.
En el libro de Hannah Arendt, “la condición humana”- inspirado a partir de la obra del padre de la Iglesia San Agustin - la natalidad, en sentido amplio, es la capacidad humana de comenzar algo nuevo. Sea un ser humano, una idea, un amor, en fin, un camino. Sea todo aquello que nos eleva como seres humanos. Cada nacimiento es un nuevo comienzo. Y en esto consiste precisamente la libertad: en la capacidad de iniciar una acción nueva. Así es como Arendt asocia la natalidad humana con la libertad. En contra de la ideología hoy dominante, que impone una libertad que no produce nacimiento alguno. Una libertad que consiste en hacer lo que a cada cual le venga en gana, cuando le venga en gana, casi siempre de forma previsible.
Feliz Navidad