En esta nuestra cultura extraviada y dirigida por lerdos, nada es verdad ni mentira todo depende de la identidad con que se mira. As fue como respondió el activista cultural a la pregunta que le había hecho el periodista de una televisión local. Yo estaba cerca y escuché tal y como cuento la conversación que ambos mantuvieron con ese fondo espectaculo tam propio de estos encuentros callejeros. Había ido ha comprar unos cartuchos de tinta para mí fotocopiadora cuando inesperadamente me topé con esta concentración en la pedían libertad de expresión cultural también para los inmigrantes. Hay palabras o frases que cuando las vuelves a escuchar una vez más, después de haberlas escuchado sin descanso durante toda tu vida, tienen la virtud o la impertinencia, no sé, que hacen empezar a desfilar delante de ti las escenas donde las oísteis en su momento como si nada hubiera cambiado desde entonces o como si todo fuera irreconocible. Es lo que me ocurrió al escuchar al activista cultural, una veinteañero con rastas, volver a pedir la libertad de expresión, que al incluir también a los inmigrantes me pareció que estaba ante una alocución hecha con toda la solemnidad propia del Santo Pontífice, cuando habla desde los balcones del Vaticano. Clamaba a favor de un urbi et orbi que en su caso, al contrario de lo que predica el Papa, era más que una bendición pues exigía que se debía cumplir ya de forma inexorable.
