FICCIÓN DE FILMAR Y FICCIÓN DE VIVIR
La película Cuento de verano, de Eric Rhomer, glosa las relaciones de amistad y de aproximación al amor de unos adolescentes que juegan a mayores, entre inseguridades, dudas, inquietudes, inexperiencia, curiosidad y temor al fracaso. Los cuatro hacen uso de simulaciones, ocultaciones, pequeñas mentiras, palabras ambiguas y falsas apariencias, para protegerse de compromisos que no desean y de debilidades que no quieren revelar. Como es habitual en el realizador, el azar ocupa un lugar relevante en la historia.
Sin embargo, ver hoy ésta película es como hacer la lectura de la Ilíada o la Odisea de Homero, o la Eneida de Virgilio. Es una una narración que me da la impresión que forma parte de una época lejanísima, tan lejana, como pueden ser los tres textos clásicos mencionados. Es imposible hoy imaginar esta película (o una novela) donde la acción narrativa transcurra sin la mediación determinante de los dispositivos digitales que dominan el espíritu de nuestro tiempo. Es imposible imaginar esta película (o una novela), y que claro está te la acepten los productores o las editoriales del ramo, donde la gran parte de su duración lo ocupen los diálogos entre sus jóvenes protagonistas, mientras bajan y suben, van y vienen, pasean por la playa y se meten en el mar, etc., mirándose cara cara, o de soslayo, mirando a la cámara o al cielo o al suelo, pero siempre uno al lado del otro, acompasando sus pasos o entrecruzándolos, aguantando con total entrega los mohines del cuerpo de cada cual. Todo lo cual convierte a la película de Rhomer en una pieza de carácter arqueológico que nos remite a cuando los seres humanos aún mantenían su condición de mamíferos hablantes y sociales. Una pieza de museo donde, no obstante, todo es efímero y eterno al mismo tiempo, digna de estar en el arqueológico o en la filmoteca nacional, donde descansar en su eternidad a la espera de que algún estudioso extraiga de sus entrañas la explicación del misterio de tal anomalía temporal.
Y espero esa explicación con especial afán, ya que al escuchar los interminables diálogos y ver los sinuosos movimientos andarines de los protagonistas, en todos y cada uno de los planos y secuencias que ha construido el director para llevarlos por la ficción de la película y, aquí está lo importante, también por la ficción de sus vidas, tengo la impresión al final de la película - como cuando una vez más miro las pinturas de Velázquez o escucho las sonatas de Mozart - que Rhomer ha hecho esta película para que yo la admire hoy, casi cuarenta años después, y la sigan admirando los que la vean cuarenta años después de que yo la haya visto. Rompiendo en ambos casos el abismo temporal que la tecnología digital ha abierto en nuestro presente respecto el inmediato pasado y el futuro por venir.
¿Conviene preguntarnos si hay continuidad de aquel ayer en este hoy?¿En donde sí y en donde no? Sin duda, aunque sea más una intuición que una evidencia. Serán preguntas pertinentes siempre que nos situemos más allá de la actualidad, es decir, más allá de la servidumbre propia de nuestra vida mortal que solo tiene lugar ahí en esa actualidad. Preguntas que si nos posibilita la mirada de este Cuento de verano.
Llevo más de 22 años coordinando un club de lectura y un cine forum. Desde la primera novela y la primera película he defendido - en el momento de su presentación ante los lectores/espectadores y antes de comenzar la conversación entre ellos sobre lo que ha significado su lectura y su visionado - que vida y literatura/cine se nutren mutuamente sin llegar a fusionarse. Por decirlo con Jean Paul Sartre, desde el lugar que ocupemos en la vida la literatura/cine nos llama. De cómo preguntemos a esa llamada nos convertiremos en unos lectores/espectadores o en otros. Eric Rhomer filma en este Cuento de verano, ni más menos, que esa doble llamada, que en Sartre es un concepto inimaginable. Nos llama como seres vivos y actuales en la butaca: eh, despierta de la complacencia de tu comodidad o del miedo paralizante de tu cobardía. Pero también nos llama como seres espectadores para que enfoquemos nuestras atención hacia los planos y secuencias que aparecen en la pantalla mas allá la actualidad que nos atornilla a nuestra butaca.
Y fue entonces cuando, una vez más me imaginé sentado en la mesa habitual del cinefórum y del club de lectores, rodeado de todos los asistentes aquella tarde nublada, el silencio dominando cada molécula del aire inmóvil, y sin nada más que decir, aunque por primera vez con la duda de que se pudiera decir algo hoy de esta cuento veraniego, al margen de lo que ya han dicho lo especialistas y estudiosos del ramo. La ficción de la vida y la ficción del cine se dan la mano, sí, incluso un abrazo, en un gesto de reconocimiento mutuo. Pero cuando iba a hacer la primera pregunta para iniciar el debate, continúe imaginado, el ruido estrepitoso de dos móviles saltaron a la palestra sin miramiento. Poco antes, en plena sala de proyección otro móvil no perdió la ocasión de salir a competir con esa primera pregunta que, más allá de actualidad de aquel dispositivo felón, se iba incubando en mi mente.