Era más que una bendición pues exigía que se debía cumplir ya de forma inexorable, pues no era otra cosa lo que había estado soñando desde que ascendió a director de la sucursal del banco de su barrio. Me estaba hablando, para eso me había citado en la cafetería debajo de su casa, del viaje a Atenas que estaba preparando y de la ilusión que le hacía, desde que descubrió su existencia en el instituto, hacerse una foto con el Partenón a su espalda, y de inmediato colgarla en su cuenta de Instagram. No me dijo nada del significado que para él tuvo aquel descubrimiento temprano, ni si lo descubrió en tratos librescos posteriores con el edificio ateniense a lo largo de su vida. Para él, deduje, el Partenón era una foto fija en la que faltaba una pieza, que no era otra que el mismo delante. Esta intuición me parece el epítome publicitario de todas las agencias de viajes. Lo que no sé es el porqué ninguna la ha incorporado, al menos yo no lo he visto, en sus incansables y agresivas campañas de promoción viajera. Siendo tan explícita, tal vez los creativos de tales agencias, tan suspicaces ellos para los detalles de sus ocurrencias, piensen que los consumidores puedan entender - como dijo Madame de Stael, una mujer que se movió mucho a lo largo de su vida -, que viajar con tal propósito sea, al fin y al cabo, uno de los placeres más tristes de la vida. Viajar es triste, sí, cuando uno no sabe adónde va.