viernes, 28 de diciembre de 2018

ENMIENDA DE LA ESPONTANEIDAD

¿No evoluciona, a partir de la espontaneidad educativa infantil y adolescente que ha hecho nido en las aulas, el cotilleo mediático adulto posterior, del que estamos padeciendo su fase más virulenta? Ese cotilleo que pretende elevar a categoría de verdad universal la precariedad propia de la existencia de todo ser humano, manifestada ahora con desparpajo a través de sus múltiples cuitas en las redes sociales. Ahí, sobre todo ahí, busca su alimento ese trabajador tan de moda que trata de solucionar entuertos mediante teclado o pancarta: el Guerrero de la Justicia Social, una especie de reciclaje urgente del héroe antiguo que pretende validar sus actos, a la velocidad de La Luz, únicamente mediante su voluntad particular y la eminente talla que él dice, solo él, que tiene su carácter. Lo que trascendió al claustro de profesores el primer día de clase después de las vacaciones navideñas bien podría interpretarse como una un intento de revisión y puesta al día del mito de Aquiles, el héroe griego que combatió hasta la muerte en la guerra de Troya, tal y como nos lo cuenta Homero. Fue Ernesto Arozamena quien trajo la anécdota que le había contado David Requejo, un familiar suyo el mismo día de la comida de Navidad, en un momento en que se quedaron a solas en la cocina de la casa. Al parecer su mujer, Laura Santino, que también trabaja en el gremio docente, continua empeñada en que sea la espontaneidad del hijo de ambos la que, de forma exclusiva, guíe su destino educativo. Ve en ella la forma más adecuada para que todo lo que tenga que ver con la educación de su vástago no acabe envuelto en un sin fin de cortinas abstractas que impidan, al fin y a la postre, saber sobre la idoneidad de lo que está aprendiendo. Lo que dejó sorprendido a Arozamena de la anécdota de Requejo fue comprobar que la espontaneidad educativa que defendía su mujer Laura no era un fuga hacia adelante, más o menos caprichosa, sino una enmienda perfectamente meditada al sistema educativo vigente. Esto era lo que más le avergonzaba. Y a Arozamena le sorprendió porque hasta ese momento solo se había imaginado la espontaneidad educativa como una degradación de un sistema educativo caduco. Lo cual no presuponía su desaparición sino su cambio por otro. La mujer de Requejo defendía la espontaneidad educativa, muy al contrario, como una vuelta a los valores antiguos. Su sensibilidad hacia la educación pública, tal y como la habían inventado los ilustrados en su enciclopedia, era nula en estos momentos. A su entender, desde que los romanos se encargaron de la herencia recibida de los griegos, la educación que estos había imaginado para forjar el carácter y la voluntad de ciudadanos concretos, se fue haciendo cada vez más abstracta a servicio de unos ciudadanos inexistentes. El cristianismo, la ilustración y la ciencia positivista (hasta llegar a las teorías de David Hubel y la política de Facebook) se encargaron de elevarla a unas latitudes inalcanzables para alguien que se quiera seguir llamando humano. La espontaneidad educativa, dice Laura Santino, es una enmienda a la totalidad a todo ese despropósito que dura ya más de dos mil años. Es, en primer lugar, un dique de basta ya contra la incompetencia de tantos profesores que siguen creyendo en el valor supremo de su hacer profesional cotidiano, rubricado por la bendición académica. Y, en segundo lugar, volver a poner el foco de la atención educativa donde nunca debió dejar de estar, en la voluntad y el carácter en ciernes de los alumnos. Y a eso no puede dejar de llamarlo, subraya Laura Santino, espontaneidad educativa. Y será así hasta que no tenga la justa complicidad de unos profesores, que todavía no existen ni se les espera, pero que deberán ser los primeros en reconocer ante los alumnos, cuando entren en el aula, que son los que más saben porque no saben nada. Para entendernos, ese Guerrero de la Justicia Social no es Aquiles, viene a decir Laura Santino. Es un heredero del sistema romano, no un descendiente de Atenas. La enmienda de la espontaneidad educativa a la herencia del sistema Romano, que es la nuestra, pasada por el cedazo del cristianismo y las ilusiones definitivamente perdidas de la ilustración, lo que pretende es salvaguardar lo único que nos queda de la paideia griega: voluntad y carácter, potencialmente solo existente hoy en la fuerza imaginativa de los niños y los adolescentes. Y es que la vida educativa moderna, en escuelas, institutos y hogares familiares, ha vuelto a ser, más de doscientos años después, un caso de minoría de edad autoimpuesta. Por aquellas fechas Inmanuel Kant, en su respuesta a ¿qué es la ilustración? dejó escrito, “Ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad autoimpuesta. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. Autoimpuesta es esa minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino de resolución y valor...”

jueves, 27 de diciembre de 2018

ESPONTANEIDAD EDUCATIVA

David Hubel (desde 1960 trabajó en el departamento de neurofisiología de la Universidad de Harvard, y en 1981 recibió el premio Nobel por sus trabajos sobre la fisiología de la corteza cerebral, específicamente aquella parte del cerebro que se relaciona con la visión) afirmó, después de efectuar una demostración impecable, que el cerebro es una máquina que ejecuta sus tareas conforme a las leyes de la física. Daniel Villaescusa, pedagogo contratado por el ministerio de educación para impulsar un nuevo modelo para la enseñanza basado en las teorías demostradas de Hubel aplicadas a la pedagogía en la era digital. Sin embargo (al parecer de los críticos, tanto de uno como del otro campo de investigación), a partir de esa concepción neuronal demostrada por el fisiólogo y aplicada con la fe inquebrantable de un creyente por el pedagogo, han convertido el cerebro de los niños y las niñas que en la última década asisten a los centros educativos en algo que no es, lo mismo que su mente. La cosa, sin embargo, viene de lejos. Más o menos por aquella época en que Hubel llevaba a cabo sus investigaciones cerebrales y que Villaescusa acababa de llegar al mundo, el estado sueco decidió acabar con la dependencia de sus ciudadanos, algo que a su entender (uno tener que estar pendiente del otro y de lo otro) era un estorbo de matriz religiosa que impedía alcanzar los ideales de una sociedad moderna, democrática y laica, fundada y fundamentada en la locución de un ciudadano u voto. Fiel a ese principio, debieron pensar las autoridades suecas, el individualismo sin restricciones debe ser el único motor de la sociedad escandinava. El plan, llevado a cabo por una nueva generación de políticos entre los que se encontraban el malogrado Olof Palme, consistía en que las instituciones estatales se encargarían de que todos los ciudadanos pudieran autorrealizarse. Es de suponer que de este ambicioso programa, puesto en marcha después de arduos debates sobre su viabilidad, no estuvieron ausentes esas intuiciones que las nuevas investigaciones neurofisiológicas en marcha acabarían confirmándose pocos años después. Para entender mejor estos giros de la humanidad, nada como echar mano de la metáfora de la luna, a propósito del ejemplo de Calígula recientemente comentado. Que el sueño de poseer la luna es el símbolo que mejor representa, al menos dentro de la cultura occidental, la insaciabilidad de que están hechos nuestros deseos, fuente, a su vez, de nuestra perfecta infelicidad y de los “crímenes” que a su costa no dejamos de cometer, parece algo evidente, si tenemos en cuenta las páginas y obras de arte en general que llevan este tema de una u otra manera. De nada ha servido que el 19 de julio de 1969 el primer hombre diera los primeros pasos por la superficie lunar. Lo único que demostró aquella epopeya, producto genuino de la guerra fría entre potencias que controlaban el terror nuclear, fue que la tecnología, que desde entonces no ha dejado de invadir nuestras vidas con formas cada vez más sofisticadas, sirve para apuntalar más nuestros deseos insaciables y, sobre todo, para justificar éticamente los “crímenes” cometidos en su nombre. Lo más representativo de esta evolución (que se inicia hace cuarenta años con las intuiciones neuronales de Hubel  y la autorrealización de los ciudadanos suecos a cargo de su propio estado y concluye, de momento, con la política del Facebook, que domina la vida política y educativa en la actualidad) es que la autoexpresion se ha impuesto a la de la persuasión y el yo identitario al nosotros comunitario. Daniel Villaescusa, comprometido activamente con la nueva pedagogía, tiene claro que la espontaneidad de los niños, que muestran nada más nacer, es el principal soporte en que se debe apoyar la potencia de su futura creatividad. Es por ello que lleva trabajando desde hace años, dentro de la comisión de renovación pedagógica del Ministerio de Educación, para que los diseños curriculares de las escuelas e institutos tengan este principio vertebrador como eje prioritario e irrenunciable de toda la estrategia docente para el centro donde cada uno de aquellos se deba aplicar. Lo que Villaescuasa no tiene en cuenta, al parecer de algunas voces críticas que ha salido dentro del ministerio y en el seno de la comunidad educativa, sobre todo de quienes llevan dando clase desde hace ya muchos años, es, como lo repiten una y otra vez, que la teoría de Hubel y sus aplicaciones docentes, por parte de Villaescusa y los defensores de la nueva pedagogía, convierten al cerebro en algo que no existe, por ejemplo, dentro de la caja craneal de los alumnos. Sin embargo, es comprensible dentro de la lógica matemática que lo inspira, dicen los docentes más tradicionales, que el mecanicismo del funcionamiento cerebral, tal y como lo entiende Hubel, si se adapte, como la mano al guante y aunque sea una paradoja, al principio de espontaneidad del alumno y su capacidad de autoexpresarse cuando, como y donde le pete, vía Facebook fundamentalmente, tal y como lo defienden, a su vez, el nuevo pedagogismo imperante. Y es que no hay nada más previsible del comportamiento humano que la espontaneidad por sí sola, que nos  asemeja así a las conductas de los animales. Solo cuando sobre esa espontaneidad de índole animal actúa lo propio de la naturaleza humana, a , interrogar, dudar, etc, en fin, pensar, la espontaneidad encuentra la dificultad necesaria no prevista de lo otro y los otros, que tiene que superar y con quien tiene que dialogar si quiere obtener los beneficios que ocultan toda su potencia creativa. En algunas de las enmiendas que han escrito los más críticos con el nuevo pedagogismo, y que se pueden leer en los diseños curriculares de los centros educativos, talmente en el que trabaja Ernesto Arozamena, vienen a decir que no hay nada que pueda ser visto si no entra en acción una particular configuración de la manera de percibir, hecha a base de experiencia y a base de cultura. El mecanicismo físico, como la corrección política, valen para apaciguar algunos efectos no deseados de las costumbres humanas, pero nuestro cerebro es algo más que un sin fin de neuronas en marcha, como si fueran legiones romanas a la conquista y dominación de los bárbaros que no se someten a las leyes del Imperio. 

lunes, 24 de diciembre de 2018

NIÑOS LEYENDO

“En tiempos de Unamuno, la alternativa a la lectura era la calle, el barrio, la relación más o menos bulliciosa y asilvestrada con otros niños, bajo el control más o menos estricto de los padres o más bien de los preceptores, o los criados, o las niñeras. 

En la actualidad, sin embargo, viene a ser algo bastante parecido, exteriormente, a permanecer en el cuarto leyendo. Y, sin embargo, sustancialmente distinto, en cuanto relega los siempre deseables impulsos de pertenencia y sociabilidad.

Puede que algunos padres todavía se envanezcan de la afición a la lectura de su hijo. Pero sospecho que irán siendo cada vez más aquellos a los que tranquilice que les haya salido un niño normal, que se pasa el rato mirando la pantalla, cualquier pantalla, por mucho que haya que vigilar que no vea o que no juegue con según qué cosas. O mucho me equivoco, o a la literatura para niños le quedan dos recreos. Así que aprovechen.”

viernes, 21 de diciembre de 2018

PODER ABSOLUTO

Cuando Thomas Jefferson redactó la Constitución de la nueva república americana es bastante probable que estuviera pensando en el poder absoluto siempre encarnado por tiranos que, hasta entonces, no habían tenido ningún escrúpulo en hacer uso de las armas contra cualquiera que se opusiera a su voluntad. De nada había servido que ese poder brutal hubiera sido condenado de manera axiomática desde los griegos. Lo que no podía imaginar, en ese momento de la redacción constitucional, fue que muchas de las palabras allí vertidas sobre el papel iban a rodear de un aura de legitimidad, muchos años después, a los peores dictadores que accedieron al poder en Europa durante la primera mitad del siglo XX. Lo peor fue que su antítesis, ganadora en la contienda contra aquellos, y con la que hay relacionarse desde entonces en el continente fue y sigue siendo a todas luces, como toda antítesis, también muy intimidatoria. Así lo constata Lucas Carnac, un profesor de literatura venezolano que se ha instalado en España huyendo de la satrapía de su país. Lucas Carnac es bipolar y tiene una relación muy conflictiva con las medicinas que toma. Sencillamente no confía en ellas. Le gustaría no tener que estar bajo su influencia, antes que esperar a que los medicamentos mejoren su tecnología y pueda confiar más en sus efectos terapeúticos. La enfermedad estaba en estado latente en Caracas, la ciudad donde daba clases en secundaria, pero, contra todo pronóstico, se le ha agudizado nada más poner los pies en Granada, ciudad donde ahora vive. Su problema, según dice, tiene que ver con la forma tan brutal con que lo trata el diablo. Mientras estuvo en su país el diablo está fuera, digamos, del ámbito de su vida cotidiana, pero al llegar a Granada se ha escondido en rincones o huecos a los que no sabe cómo acceder. Aparentemente no tiene ninguna razón para quejarse de la vida que lleva, pero él ha dejado de sentirse valioso tanto en el trabajo como en el seno de su familia. Al contrario de lo que imaginaba el presidente Jefferson, Carnac piensa que el poder absoluto que aquel creía se iba a erradicar de la faz de la tierra, como si fuera una enfermedad, mediante la aplicación cabal de la constitución que redactó, se ha inoculado entre la letra pequeña de sus líneas. Lo que Jefferson no previo, como nadie después de las barbaridades cometidas por los dictadores del siglo XX, fue que el diablo sabe leer. Es más, insiste Carnac, sabe leer mejor que ninguno de los lectores constitucionalistas que han aparecido desde entonces tratando de interpretar cabalmente la Carta Magna . La mejor prueba de ello la tuvo el otro día cuando entró en clase. Hacía dos semanas que les había dicho a sus alumnos que leyeran la novela de Adous Huxley, Un mundo feliz, para que, al cabo de ese tiempo, comentar sus experiencias lectoras en clase. Después del consabido caracoleo alrededor del relato, sin que nadie entrara de verdad en su interior para empezar a leerlo, Lucas Carnac les preguntó, de sopetón, que cual de los dos personajes principales les parecía más acorde con el mundo que les ha tocado vivir hoy en día. Salvo un par de ellos, que se decantaron por la libertad y el romanticismo que les inspiraba Salvaje, la mayoría creyó ver en Mond la encarnación de los neurólogos y genetistas que se encargarán en un futuro cercano de la felicidad de los seres humanos. Todo lo demás, al entender de esos alumnos, significa no aceptar lo que la vida tiene de impostura, fuente principal de todos nuestros males y sufrimientos. El poder absoluto de la ciencia, piensa un descreído Lucas Carnac en las virtudes con que imaginó la política y la educación un soñador empedernido como Jefferson, debe ser interpretado no en el sentido tradicional y cruel del poder de uno solo, sino, muy al contrario, el poder absoluto de la ciencia traerá el disfrute del poder para todos y cada uno. Absoluto en el sentido de que si, por ejemplo, alguien quiere ser guapo o listo lo será, bastará con eso, erradicando el aspecto indeseable de querer ser el más guapo y el más listo, fuente, como todo el mundo sabe subraya Carnac, de lo peor del absolutismo democrático, la meritocracia. Algo que la letra impresa de la Constitución y los diseños curriculares educativos acaban favoreciendo en contra, incluso, de los que leen aquella y escriben estos con lo mejor de su voluntad igualitarista. 

jueves, 20 de diciembre de 2018

CALÍGULA 2

Como decía ayer, un hombre perfectamente cuerdo llamado Pablo Derqui sube al escenario y dice que es Calígula, un emperador romano perfectamente loco. El dilema a partir de ese momento se centró en ver si ese pacto inicialmente aceptado entre Derqui y un servidor cumplía las expectativas por ambas partes, a saber, las de Derqui respecto a Calígula y las mías respecto a las de ese artefacto de ficción así creado nada más pisar las tablas del escenario. La pregunta que se despliega sobre el escenario nada más aparecer Calígula vestido de etiqueta, es por que un tipo como ese manifiesta de forma explicita su deseo de poseer la luna no de forma retórica sino literal, como lo hubiera manifestado y exigido un niño, para el que toda la realidad, incluida la de la bóveda celeste, es ficción a servicio de su ilimitada imaginación.  Siempre me ha parecido acertada, para entender la lógica interna de un sátrapa, la razón siguiente compuesta por estas dos proposiciones, a saber, un niño es a un sátrapa como un gato lo es a un tigre de bengala. El Calígula que sale al escenario es un gran felino herido de muerte y acorralado en el centro neurálgico de su imaginación que ha dejado de estar enteramente a su servicio, pues, sencillamente, ahí se ha roto la relación sin tapujos que mantenía con lo infinito. De repente algo falla, pide la luna y la luna no viene. A partir de ese momento y durante el resto de la representación todo son zarpazos de ciego hasta el zarpazo final contra sí mismo. Entre medias quien se haya puesto bajo su área de influencia peor para el, como peor es también, parece decir Calígula en su momento de máximo delirio, para realidad de la luna. Por eso cuesta tanto entender la explosión de los totalitarismos, sobre todo los que vienen legitimados por ideologías venerables, como es el caso de los acontecidos en el siglo XX, bajo cuya influencia escribió Camus su pieza teatral. Lo que hace Mario Gas es construir, por decirlo así, la “guardería” donde el niño grande en que se ha convertido Calígula pasa los últimos años de su vida. Quien entra y sale del escenario a voluntad, quien grita y ordena cuando y cuanto le peta, no es un Calígula político, por mas que el campo semántico de sus palabras así nos lo haga creer, sino un Calígula existencial. ¿Que quiere decir eso? Que lo que se ve y se oye no es otra cosa que lo que Calígula ha hecho con su existencia, mejor dicho, en que se ha convertido con eso que ha hecho o ha dejado de hacer. Ni más ni menos que lo que hace cualquier ser humano con su propia existencia, aunque no le dediquemos el tiempo suficiente a averiguar en que nos hemos convertido o como nos vamos convirtiendo a medida que pasan los años y no conseguimos la luna. Uno de los aciertos de la puesta en escena es la escasa relevancia que Gas le da a los protagonistas que acompañan a Calígula, convirtiéndolos en títeres que se mueven al son de sus gritos y sus órdenes, mientras que interpela en momentos de alta significación, como cuando habla de la hacienda pública o con la insistencia de manifestar su deseo inaplazable de querer la luna, a los espectadores que tiene delante, convirtiéndonos así en cómplices callados de su desquiciamiento. La pregunta se hace entonces ineludible, ¿quien escribe y como los caminos erróneos del poder? ¿No queremos todos la luna ante el abismo que abre ante nuestros pies el tener conciencia de nuestra finitud y nuestra infelicidad? El arco temporal de la obra de Camus arrastra sus preguntas y su misterio desde la época donde la sitúa en los inicios de nuestra era, pero escrita a pocos meses de su acabamiento con las grandes catástrofes de 1945, hasta su aparición ante unos espectadores protagonistas de una actualidad que pudieramos estar tentados de aparentar, mediante el celo con que defendemos nuestro bienestar, no sentirnos tocados por tanta perplejidad que despiden de forma constante, quienes llenan sin descanso el escenario durante las dos horas de su representación. 

miércoles, 19 de diciembre de 2018

CALÍGULA 1

Voy a ver la adaptación de la obra de Albert Camus a cargo de Mario Gas con el pre-juicio inevitable, tal y como lo he leído en las crónicas históricas, de que el emperador Calígula fue un tirano político y un pervertido sexual (pues mantenía relaciones íntimas con sus hermanas), y fue, también, el primer emperador romano que se presentó ante su pueblo como un dios. Fui, también, a sabiendas de que la acción de la obra del autor francés transcurre en el palacio de Calígula, que hay un intervalo de tres años entre el primer acto y los otros tres que componen la pieza teatral, y que fue estrenada en el Teatro Hébertot de París, el 26 de septiembre de 1945. Es decir, casi seis meses después de que Hitler (ese Calígula moderno, más tirano si fuera posible pero menos promiscuo sexual) se suicidara en su búnker, junto con su mujer Eva Braun. Antes de asistir a la representación de Mario Gas, como no, leí las palabras que Camus escribió a propósito del estreno de su obra en Estados Unidos en 1957. Dicen así, “Calígula, hasta entonces príncipe relativamente amable, se da cuenta cuando muere Drusila, su hermana y su amante, de que "los hombres mueren y [...] no son felices". Desde entonces, obsesionado con la búsqueda de lo absoluto, envenenado de desprecio y horror, intenta ejercer, a través del asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, una libertad que finalmente descubre que no es buena. Rechaza la amistad y el amor, la solidaridad humana sencilla, el bien y el mal. Toma la palabra los que le rodean, les empuja hacia la lógica, nivela todo lo que está a su alrededor por la fuerza de su negativa y por la furia de la destrucción que conduce su pasión por la vida. Pero, suponiendo que la verdad sea rebelarse contra el destino, su error consiste en negar a los hombres. No se puede destruir todo sin destruirse a sí mismo. Por eso Calígula desaloja a todos los que le rodean y, fiel a su lógica, hace lo necesario para armar a aquéllos que finalmente lo asesinarán. Calígula es la historia de un suicidio superior. Es la historia del más humano y más trágico de los errores. Infiel a los seres humanos debido a la excesiva lealtad a uno mismo, Calígula consiente en morir después de darse cuenta de que no se puede salvar solo y que nadie puede ser libre si es en contra de otros.”
Dio cuenta de esta, digamos, confesión previa con el ánimo de poner al cuerpo en la mejor disposición ante la representación teatral que dirige Mario Gas. Pero, ¿qué es una representación teatral? ¿Debería hacer lo mismo si Calígula fuera una novela? Por decirlo rápido, yo pienso que una novela se representa así misma,  mientras que una pieza teatral necesita el concurso efímero de unos actores sobre un escenario para que que puede emerger la verdad eterna de lo que el autor de la obra teatral ha dejado por escrito para siempre. La novela y el teatro son dos formas de acceder a la verdad a través de los caminos de la ficción, pero el modo de abordaje es diferente en cada caso. La novela solo necesita un lector que represente la dramaturgia o comicidad que lleva dentro en su cabeza. Su cabeza, para entendernos, es el único escenario donde aquella tiene lugar realmente, no en las páginas escritas. Por contra, la pieza de teatro puede ser leída, como no, por un lector que se la imagine en su cabeza, pero la verdad de sus palabras necesita una representación fuera de la cabeza de ese lector (es lo que lo convierte en espectador). Y esa representación necesita un escenógrafo, un iluminador, un estilista de vestuario, un músico, un técnico de caracterización, en fin, un director que ponga y mueva en escena toda esa dramaturgia. Pero sobre todo, y de forma irreductible, necesita un actor o un elenco de actores que pacte de forma implícita con los espectadores, que ese día han decidido asistir a esa representación, la ficción que va hacer posible que, en nuestro caso, Pablo Draqui sea verdaderamente Calígula. Dicho de otra manera, leer solo una pieza literaria convierte a su lector en lo que no es: un director teatral, o, si se quiere, en un director teatral nada fiable. Mientras que leer solo una novela convierte a quien lo hace en lo que verdaderamente es en su vida: un lector. 

jueves, 13 de diciembre de 2018

REFLEJOS DIGITALES

Todo lo que los alumnos de Arozamena observaron en el vídeo del ingeniero Ignacio Martínez, en el que da a conocer su proyecto Ayúdame 3D es, a la vez, subjetivo y objetivo. Es decir, está formado por hechos, a saber, los que muestra Martínez para llevar cabo la construcción de las prótesis en su casa mediante una impresora digital,  y como, en las siguientes imágenes, las prótesis ya están colocadas sobre los muñones de los receptores africanos, que agradecidos muestran, a parte de sus mejores sonrisas a la cámara, las nuevas mañas que les otorgan las prótesis recién estrenadas. Las explicaciones que va dando el ingeniero Martínez sobre su proyecto Ayúdame 3D no solo construyen el producto que ofrece (lo objetivo), sino que también, y esto para Arozamena es lo decisivo, el escenario económico y social donde se aplica (lo subjetivo). De repente, ese trozo del continente africano (eso es lo que teme Arozamena que sea lo único que hayan captado sus alumnos) puede aparecer ante la manipulable y arrogante sensibilidad de estos, muy proclive a la fascinación inmediata e incondicional (no tanto por el aspecto humanitario del documental como por el tecnológico, un alumno dijo en clase, apoyado por las risotadas inevitables de sus compañeros: ¡que guai, se parecen a robocop!), como un lugar flexible, en cambio continuo, un espacio autónomo que ofrece posibilidades infinitas, sin que sean capaces de captar (ni Arozamena sabe como explicárselo) que todo ello es un elemental consecuencia de la puesta en escena que ha construido, sin duda con su mejor intención de ingeniero, Ignacio Martínez, para dar a conocer al mundo, y de paso promocionarlo, su proyecto Ayúdame 3D. O dicho en plan más generalista, a estas alturas de su desarrollo parte, por no decir todo, del nuevo escenario social y económico puede interpretarse como un simple reflejo de la tecnología digital. Cierto que ese mundo ofrece posibilidades innumerables, pero también lo es que es un mundo que carece de anclajes, un mundo flotante, que se mueve a una velocidad demasiado rápida para que sus habitantes (sobre todo los más jóvenes) puedan tener una experiencia existencial que vaya más allá de la superficie donde surfean con sus intercambios permanentes, un mundo, en fin, sensorialmente fragmentado para que cada una de sus partes pueda ser traducido a números que es la base de la digitalización. Y aquí radica el aspecto más espinoso del asunto, al parecer de Arozamena. Pues la única manera de acceder a las innumerables posibilidades que promete la digitalización es a cuenta de que el usuario fragmente con igual precisión quirúrgica lo que de suyo es único e irrepetible, su propio carácter (debiendo seguir unificado si quiere que siga siendo suyo), para que puede estar en condiciones de leer de forma exclusiva el lenguaje alfanumérico o algorítmico que aquella fragmentación lleva incorporado de forma exclusiva y excluyente. De ahí que la corrosión del carácter, no otro es el precio inmediato a pagar por parte de su propietario debido a esa fragmentación sensorial (como la silicosis lo es para el cuerpo de quien trabaja en la mina) que exige la digitalización a sus clientes para poder disfrutar de sus ventajas innumerables, no haya que esperar su inicio a la entrada en mundo laboral (tal y como argumenta Richard Sennet en su libro homónimo) sino que ya está inscrita en la experiencia de la educación obligatoria debido a la digitalización del diseño curricular que la constituye. ¿Por qué consideras que se parecen a robocob esos niños y adultos africanos que salen en el documental del ingeniero Martínez?, preguntó Arozamena a quien así había opinado. Me trasmite la misma imagen que ese personaje, mitad humano mitad maquina, de la peli que vi por recomendación de mi padre, respondió Alfredo. Pero aquel un policía a servicio de la ley, y estos receptores de las prótesis son damnificados de algo, ¿cual  crees tú que es la causa de su mutilación? Que más da, lo importante es que ya pueden utilizar de nuevo el miembro amputado, respondió Carmen, la compañera que tenía al lado Alfredo. ¿No consideráis que esa fragmentación sensorial que ofrece el documental a vuestra percepción y a la que habéis respondido sin resistencia alguna (interpeló Arozamena ahora dirigiéndose a toda la clase), mostrando la solución técnico digital del problema protésico de aquellas personas de Kenia como la única protagonista en el documental, y dejando oculto, aunque imaginable, la causa principal de semejante catástrofe humana, lo pensáis o es posible pensarlo, os pregunto, como otra forma de mutilación en sí misma? La respuesta me la traéis por escrito en la próxima clase. 

miércoles, 12 de diciembre de 2018

REALIDAD FALSA

El ingeniero Ignacio Martínez anunciaba la iniciativa o el proyecto Ayúdame 3D, como la última novedad en asuntos de prótesis. Apoyándose en la tecnología digital, más en concreto en la fotocopiadoras 3D de última generación, explicaba ante la cámara como desde su casa construye las diferentes prótesis, en su caso relacionadas con las extremidades superiores. Son tres modelos que tienen que ver con los tres posibles casos de mutilación. Pérdida de la mano, pérdida de la mano y el antebrazo hasta la altura del codo y pérdida de todo el brazo incluido el codo. Con un desparpajo propio de quien domina plenamente la puesta en escena de lo que representa dice en la pantalla que todo empezó, más o menos y de forma resumida, cuando decidió darle una utilidad a un puñado de manos (sic) que tenía en casa desde hacía tiempo. Eso unido a un viaje que tenía previsto hacer a Kenia alumbró la idea final en que consiste el proyecto Ayúdame 3D. Hoy varias personas de este país disfrutan de las ventajas de esta nueva tecnología. Uno de ellos, entre los otros cinco o seis que dan testimonio de su hermosa experiencia, dice ante la cámara y al lado de su benefactor, que le da las gracias pues después de toda una vida manco al final puede conducir un coche. Como colofón, en la parte final de su entrevista, el ingeniero Martínez invita a los espectadores, así en general, a llevar a las aulas la experiencia del valor social que tienen las nuevas tecnologías, para que las generaciones que ahora se están formando entiendan su importancia en la toma de conciencia y solución de muchos de los problemas que hoy tiene la humanidad. El vídeo donde aparece Martínez anunciando su buena nueva se lo envío por correo electrónico a Ernesto Arozamena uno de los compañeros del claustro del instituto, Arturo Bartolí. A raíz del futuro de la asignatura de filosofía en la educación secundaria, por un lado, más las manifestaciones espontáneas de miles de docentes contra la mal uso del dinero público que hacen las autoridades educativas, por otro, el malestar dentro de la comunidad de enseñantes no ha hecho nada más que crecer. Para muchos de estos enseñantes, la atrofia de la situación actual les devuelve en buen medida al momento cuando comenzó todo y así lo reflejan en sus escritos. Se refieren, como no, a la figura del marqués de Condorcet y su propuesta para una educación republicana. Y, apoyándose en el impulso de su memoria, se preguntan, ¿es superior la originalidad o novedad moderna cartesiana buscada siempre con ahínco más allá de la raya que delimita lo conocido de lo desconocido, que el despliegue de las potencias que hay en lo ya conocido y que como tal está ya concluido, según imaginaba el mundo el pensamiento aristotélico? ¿O son, más bien, dos maneras de enfrentarse el ser humano a lo mismo, al misterio de  su mortalidad? Werner Jaeger dice, al respecto, lo siguiente en su libro, Paideia, teniendo en cuenta que el griego antiguo, como el ciudadano moderno actual, no creían en la inmortalidad del alma, es decir, que todo se acaba con el último suspiro del cuerpo. “Pero si alguien, mediante la ofrenda de su vida, se eleva a un ser más alto, por encima de la mera existencia humana, le otorga la polis la inmortalidad de su yo ideal, es decir, de su «nombre». Desde entonces la idea de la gloria heroica conservó para los griegos este matiz político. El hombre político alcanza su perfección mediante la perennidad de su memoria en la comunidad por la cual vivió o murió.” Días más tarde, cuando Arozamena pasó el vídeo a los alumnos de bachillerato de su clase, la mayoría valoró la facilidad con que el ingeniero Martínez lograba su propósito de construir las prótesis con la fotocopiadora 3D que se había comprado. El sufrimiento de las personas por las mutilaciones que habían sufrido no tuvo mención alguna entre los alumnos, en la conversación posterior al visionado del vídeo, todas las palabras que salieron a la palestra fueron para mostrar su fascinación por el éxito del invento novedoso del ingeniero Martínez. La pregunta que Arozamena le hizo después a Bartolí, en la sala de profesores, fue si esa falta de empatía de los alumnos con respecto al dolor ajeno era una elipsis involuntaria por su parte, ante el bienestar indiscutible que las prótesis habían introducido en sus vidas, o simplemente era otra de las falsedades que las sociedades modernas ocultan bajo la forma de su éxito tecnológico. Y si la grandiosidad y aparente facilidad con se logra  ese éxito tecnológico (y por extensión todos los demás), tal y como nos lo quiere hacer ver el ingeniero Martínez, daba cuenta, término a término, de la dimensión del fracaso de quienes ofrecen sus vidas en las grandes ciudades que es donde se encuentra, por decirlo así, la matriz original. Impidiendo el propio éxito elevarse, a quien lo obtiene, a un ser más alto por encima de la mera existencia humana. Al fin y a la postre, le dijo Arozamena a Bartolí, Martínez no deja de ser un joven ingeniero entre otros muchos jóvenes ingenieros.

martes, 11 de diciembre de 2018

INTERLOCUTORES

Atender está antes que entender. Cómo negarlo. Pero, ¿cómo se hace, como se atrae la atención de un interlocutor hasta hacerlo válido? Diciéndole lo que no tiene previsto escuchar. No diciéndole lo que quiere oír, el cambio más corto hacia su servidumbre voluntaria, que es la otra cara de su incompetencia como interlocutor. Por irritante que parezca, el interlocutor inapropiado o el servidor voluntario no quiere oír hablar de lo que la realidad tiene de falso. Por ejemplo, cuando oye con frecuencia: “¿Qué prefieres? el plebiscito permanente de los mercados globales o el plebiscito cuatrianual de las urnas. Lo que el interlocutor inapropiado no tiene previsto escuchar es que le digas, lo que más te conviene es el plebiscito permanente de las ofertas de al lado de casa, tanto el de las frutas, como el de la oficina bancaria, como el del restaurante, como el de la recogida de basuras, como el de la librería o el cine, el teatro o el auditorio, etc. Por la misma razón que no se te ocurre para curarte un catarro acudir al mercado global de la sanidad, sino al médico de cabecera. Te conviene porque durante el periodo cuatrianual entre urnas, lo que haces son transacciones exteriores de todo tipo (intereses) nacidas en la intimidad de ti mismo (pasiones), siendo la globalidad digital la que busca encarnarse en esa cercanía humana (como el dios padre hizo con su hijo, la matriz cristiana sigue mandando), no al revés. Luego, cada cuatro años toda esa experiencia cercana formada por magnitudes no globales sino del tipo interior/exterior, visible/invisible, determinada/indeterminada, la resumes, a modo de validación comunitaria, en un voto particular dentro de una urna concreta que esta ubicada al lado de tu casa. ¿Es que acaso todo eso puede ser viable y mejor de otra manera? Otra cosa es que, llegados aquí, el interlocutor te entienda. Si es que no, te dará la espalda y seguirá escuchando a los que separan lo global de lo particular, la parte objetiva del mundo de su falsedad. Pero esa es otra historia. La historia del entender.

lunes, 10 de diciembre de 2018

PENSAR COMO SE VIVE

En una ocasión un periodista le afeó a John Maynard Keynes, autor de la teoría general del dinero, que cambiará de opinión ante lo que estaba sucediendo. Keynes le respondió que él cuando los hechos cambian cambia también de opinión. Es decir, Keynes había aprendido a pensar como vivía. Al contrario de Lenin que, a parte de liderar la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, es también conocido justo por lo contrario, a saber, Lenin siempre defendió que si la realidad no coincidía con lo que él pensaba, pues peor para la realidad. Es decir, seguía empeñado en vivir como pensaba. Ni que decir tiene que el que haya habido poco entusiasmo oficial y oficioso para celebrar el centenario de aquellas dos revoluciones de 1917, la artística dé Duchamp y la política de Lenin, debe ser porque la realidad, digámoslo así, les ha hecho un amable y discreto corte de mangas a esos dos arrogantes señores para significar que peor peor a quien les ha ido peor ha sido a sus respectivas revoluciones, que nacieron con la voluntad explícita de poner patas arriba al mundo, y el mundo les ha respondido de muchas y diversas maneras durante estos cien años que se pueden resumir en que él (el mundo) quien decide poner sus patas como, cuando y donde quiere. Dicho de otra manera (coincidente con Spinoza), el orden de los hechos que determinan el movimiento del mundo es del propio mundo, vendría a decir éste, quita las patazas de tu arbitrariedad de encima, les diría éste a quienes pretender torcerle el brazo. O sea, misterio, mucho misterio, que es lo constituye nuestro ser en el mundo. El último intento de que los seguidores de vivir como pensaban se salieran con la suya, lleva la fecha de Mayo de 1968. Una revolución que sus protagonistas, misteriosamente, la hicieron a medias, pues barrió todo lo antiguo proveniente, para entendernos, de la lucha de clases de sus padres y abuelos, pero no construyeron nada sobre el solar vacío; nada similar al verticalismo totalitario y criminal de las revoluciones clásicas con la francesa al frente. Dejando paso así a una nueva forma de imaginar, que bien podría denominarse lucha de egos, menos dogmática y autoritaria si se quiere, pero, sobre todo, menos predecible que su predecesora lucha de clases. A estos egos los representa con acierto aquello de que “para tener éxito tienes que ser siempre la imagen del éxito.” Es una frase que dice uno de los protagonistas en una de las escenas de la película de Sam Mendes, American Beauty. ¿Qué es lo que ha dado de si, con el paso de los años, esa nueva forma de imaginar que dejó la revolución inconclusa de mayo de 1968? Una forma de vida representada por esa clase media de extrarradio (la que vive en las urbanizaciones que han ido creciendo como hongos a las afueras de las grandes ciudades) a la que pertenece la familia de Lester Burham, su mujer Carolyn y su hija.  Si la lucha de clases pretendía acabar de forma abrupta con las desigualdades e instalar por decreto de la razón la igualdad universal, los egos que viven en estas urbanizaciones de la periferia parecía que en un principio se hubiesen desprendido de ese lastre que supone vivir como pensaban, iniciando un modelo de vida que residiera en la necesidad de los ciudadanos de romper con las costumbres más rancias y paralizantes, formado una comunidad basada en ideas claras de quienes son los ciudadanos, que necesitan y a que se oponen. Vamos, pareciera que aquella nueva forma de imaginar pretendía construir, digámoslo así, una nueva Paideia. La cosa, como indica claramente la película de Mendes, no ha ido por aquí, y la lucha de esos egos acabó primero no buscando una vida mejor sino una vida más cómoda y con menos responsabilidades, y en su fase más virulenta, envenenada por el virus del éxito, la vida en esas urbanizaciones periféricas (o lo que es lo mismo, el último intento de hacsr realidad el espíritu revolucionario) se ha convertido en un callejón de odios y de resentimientos, sin salida.

viernes, 7 de diciembre de 2018

MUERTES DE PERRO

Alguien le debió decir a Pinedito, cuando entonces allá en el pueblo de San Cosme, que la sombra de Antón Bocanegra iba a ser alargada, muy alargada. Alguien también le debió soplar al oído, en alguna de las reuniones que Bocanegra celebraba en el baño con sus más fieles allegados, que la dictadura del “Padre de los pelaos” (tal era su apodo cuando medraba sin parar en la oscuridad para sentarse el sillón presidencial del Palacio Nacional) es, su sombra así parece hoy confirmarlo allí donde se proyecta, una dictadura militar de corte decimonónico, con sus espadones de cocorota emplumada, sus asonadas esperpénticas, su costra provinciana, sus casposos opositores, etc. Alguien por último le tuvo que decir a Pinedito (es más que probable fue que algún corresponsal centro europeo de esos que cubren algún aspecto del entramado folclórico con el que los regímenes tipo Bocanegra se legitiman ante el mundo) que estos nada tienen que ver con el fascismo italiano, el nazismo alemán o el estalinismo soviético, totalitarismos todos ellos nacidos al calor y el entusiasmo de la hipermodernidad vanguardista del principios del siglo XX. Dicho de otra manera (le aclararía a Pinedito insistiendo en que cogiera buena nota al respecto), si estos dictadores modernos tuvieron el apoyo de las mentes más preclaras de la modernidad europea de la época, ¿quienes de los cerebros pensantes de esas fechas honran con igual determinación e inteligencia la dictadura de Antón Bocanegra? Así que siguiendo mi costumbre de hace unos años, decidí seguir la actualidad, digamos, analógica, de la mano del ínclito narrador y cronista que me acompaña en este momento, PINEDITO, y que construyó Francisco Ayala para dirigir la orquesta polifonica que da forma a su novela de inequívoco corte cervantino y total actualidad, “Muertes de perro”. Que mejor artefacto demoscópico que un tullido en la corte de cualquiera de los Bocanegra que pululan hoy a lo largo y ancho del planeta, que hablan y razonan como si se encontraran en plena asonada esperpéntica, otra para colección de su particular siglo XIX donde viven y obligan a vivir. Item más, van y vienen de boca en boca, aparecen y desaparecen en las diferentes panatallas, como si formaran parte de la colección de los tipos delirantes que la cordura loca de don Quijote y su leal escudero Sancho van sacando a La Luz en su andar por esos caminos de Dios tan oscuros como impenetrables. ¿Qué mejor narrador que no parecerlo, como el del Quijote? ¿Qué mejor demoscopia que la que siempre falla, pues sirve para nutrir al esperpento que nunca declina? ¿Qué mejor circo para seguir chapoteando en esa sombra alargada que nos ha legado Antón Bocanegra? ¿Qué falta le hacen las estadísticas a los Tadeos Requena, Conchas, Loreto, Luisillo Rosales, Chino López, Aitenor Malagarriga y el resto de fauna que hoy llenan el censo electoral de esas democracias de economía emergente que suspiran porque venga a poner orden el Bocanegra de turno? PINEDITO, fuera del foco narrativo, les preguntaría a los votantes actuales de las democracias formalmente existentes, ¿de que os asombráis ciudadanos-con-el-encefalograma-plano de que haya subido al poder Bocanegra II, no lo hizo su nemesis hace unos años y lo llamasteis Bocanegra I? Que PINEDITO tiene autoridad como narrador, como amo y señor de lo que cuenta ahí dentro donde, paradójicamente, no cuenta nada, ya me parece evidente después de leer el libro. Pero las preguntas que se desprenden a continuación no se hacen esperar, son las siguientes, ¿de donde le viene esa fuerza y poderío narrativo, esa autoridad, a este tullido invisible ante quienes lo rodean y lo escuchan? ¿Qué se lo otorga, su invisibilidad? Nada como acudir a mi querido John Berger para aprender algo del asunto en uno de los pasajes de su Cuaderno de Bento. Tiene que ver con una de las visitas que hace al Museo Del Prado. Dice así, “voy a última hora de la tarde al museo a ver los bufones y los enanos de Velázquez. Encierran un secreto que me ha llevado años comprender y que, tal vez, todavía se me escapa. Velázquez pintó a esos hombres con la misma técnica y la misma mirada escéptica y carente de crítica con la que pintó a las infantas, los reyes, los cortesanos, las doncellas, los cocineros y los embajadores. Sin embargo, entre él y los bufones había algo diferente, algo cómplice. Y su discreta y tácita complicidad tenía que ver, creo yo, con las apariencias, es decir, en ese contexto con la pinta y la facha de la gente. Ni ellos ni el pintor eran unos inocentones o unos esclavos de las apariencias, mas bien jugaban con ellas: Velázquez como un maestro ilusionista; ellos como bufones.” Yo creo que PINEDITO sabe bastante de este juego, ¿cómo, sino, ha sobrevivido en la corte de Antón Bocanegra? ¿Y de dónde saca tanta lucidez y autoridad para contarlo? Como seguro es que también ha leído la Ética de Spinoza. Me refiero a ese pasaje que Berger elige, en su diálogo con el pensador holandés, para dar entrada al lector a la visita que hace a los bufones de Velázquez en el Museo Del Prado. Dice así Spinoza, “Mientras el cuerpo humano está afectado por un modo que implica la naturaleza de un cuerpo exterior, el alma humana considerará ese cuerpo como presente y, consiguientemente, mientras el alma humana considera como presente un cuerpo externo, esto es, mientras lo imagina, el cuerpo humano está afectado por un modo que implica la naturaleza de ese cuerpo externo...”

miércoles, 5 de diciembre de 2018

DEL INFINITO AL CERO

Los entusiastas del cambio a toda costa para poder llevar a cabo sus expectativas han pasado por alto las efemérides más elocuentes que a ese respecto se celebraron en 2017. Ni los trabajadores docentes ni los sanitarios, tan cómplices en las ocasiones del carácter crematístico de sus demandas, tuvieron la gentileza de dedicar algún tipo de recordatorio a lo que sucedió hace cien años, la revolución soviética de Lenin y la revolución artística de Duchamp, por un lado, y los cuatrocientos cuarenta años de la muerte de Baruch Spinoza, por otro. De lo que se trata, al recordar, era volver a pensar el significado que tiene para nuestra vida actual ese arco temporal que va de 1677 a 1917, y que no es otro que la llamada época moderna, inaugurada a trompicones y entre todo tipo de persecuciones por Spinoza y clausurada en falso y en olor de multitud por Lenin y Duchamp. Una palabra separa al holandés del soviético y el francés, lealtad a la tradición del pensamiento de su época para poder llevar a cabo el suyo. En efecto, frente al largo aliento de la lealtad de aquel, la búsqueda desesperada y urgente del atajo en corto por parte de estos. Esta es nuestra herencia. Ítem más, la lealtad conscientemente aceptada forma parte incuestionable del orden natural de todo lo que pertenece al universo que nos rodea, mientras que la infidelidad, como reacción reactiva a esa lealtad, es la herramienta utilizada para provocar el desorden artificial de los seres humanos en ese universo al que, lo quieran o no, siguen perteneciendo. A lo que la lealtad de la filosofía de Spinoza nos enfrenta es, superado el espantajo de la teología vaticana y judía, a la idea de infinito desde nuestra irreductible  finitud. Mientras que en lo que ha acabado la altiva infidelidad de Lenin y Duchamp (por seguir con los nombres propios) es en el concepto de cero o menos que cero, pues el mundo nuevo que mediante su deslealtad al mundo antiguo iba a alumbrar con todas las luminarias terrenales ni ha llegado ni se le espera. Y es aquí, al entender de Arozamena, donde entronca ese malestar paradójico de muchos de sus alumnos de segundo de bachillerato, que cuentan como generación con todas las ventajas y también todos los peligros de la era digital donde viven, pero que sufren de forma silenciosa y silenciada la realidad diaria y su corrosiva precariedad laboral y espiritual. Y, sin embargo, ninguno de ellos (progenitores y demás profesores incluidos) quiere oír hablar de volver a poner la mirada en ese concepto de lealtad dentro del orden natural de las cosas. No para copiarlo de forma estricta y literalmente, sino para ver qué discontinuidades ha provocado la irrupción como método de la deslealtad o infidelidad en nuestras vidas, y en qué medida sigue latente dentro de nosotros la necesidad de algún tipo de continuidad con aquellas lealtades ante lo que hemos heredado. Prefiero morirme, dice Alfredo con tono paródico uno de los alumnos de Arozamena, antes que tener que ser fiel a lo que tengo delante, tengo la necesidad, y el derecho, de hacerlo a mi manera, dice convencido, haciendo valer su exaltado orgullo creativo. Arozamena piensa que de ese orgullo creativo, que ha llevado algún activista cultural de última hora a decir en voz alta en más de una entrevista que le han hecho: “los pobres, al fin, crean”, es responsable el atentado simbólico (al que le puso un nombre: fuente), que llevó a cabo Duchamp hace cien años al darle la vuelta a un inodoro y decir que, con ese gesto de absoluta deslealtad a todo lo que hasta entonces se había creado, quedaba inaugurado el arte contemporáneo. O sea, que lo contemporáneo, ya sea social (pues Lenin hizo lo propio con su atentado político contra la legalidad constitucional vigente, no confundir con el zarismo esclavista) o artístico, no sabemos exactamente lo que es, pero lo que sí sabemos es lo que no es, es decir, que no se funda y se fundamenta en la fidelidad o lealtad a lo que ya existe y a su pasado. Sin duda, se queja amargamente Arozamena, es, a parte de la verdad, la educación la principal víctima de este giro que se produjo hace cien años, con transfondo de advertencia spinocista respecto a la abismal deriva en que entraba el mundo a partir de las consecuencias de su infiel itinerario. Una advertencia que nos viene a decir que no es la necesidad de un orden lo que nos estorba, sino la arbitrariedad de quien lo ejecuta. La rebelión no deber ser, por tanto, contra el orden natural de las cosas, sino contra las tiranías contingentes que se interponen en su normal desenvolvimiento. Y nos deja una intuición digna de tener en cuenta en estos momentos de confusión en el aula, en los hogares, en la calle, en fin, en cualquier rincón donde se esconde la deslealtad propia del diablo: si estamos rodeados de forma continua por la imperfección y la finitud, no puede no existir la perfección y lo infinito.

martes, 4 de diciembre de 2018

EL ALMA Y EL CAMBIO

Ernesto Arozamena suele utilizar con frecuencia el concepto del Alma en el club de lectura mensual, que organiza con sus alumnos de segundo de bachillerato. Lo hace para contrastarlo con el de Ente Político Interno que es, como se decía ayer, lo que mueve el entendimiento de aquellos, y comprobar así lo que se ha perdido y lo que se ha ganado al dejar de usar aquella en beneficio de éste. Y también para tratar de entender si en todo ello hay algún tipo de correspondencia con el celo fanático con que padres y profesores cuidan y protegen la figura de sus hijos y alumnos. Carmen Fito y Alberto Cifuentes son los padres adoptivos de Iñigo, genuinos representantes de esa manera de entender la vida como cambio continuo sin preguntarse nunca que cambia el cambio. Iñigo tiene como cómplices de sus padres en el aula a Antonio Carvajal, profesor de informática y Chus Farnesio profesora de historia del arte. La pregunta que nunca se hacen, bifurca, sin embargo y a su pesar, su repuesta en dos caminos, al entender de Arozamena. Uno hacia dentro de la intimidad de los padres y de los profesores, en la que la adulación y proteccionismo de Iñigo es la manera que tienen de reconocer y asociar el alma del mundo a la inocencia y pureza de su hijo y alumno. Y otra hacia el exterior donde para esos padres y esos profesores todo es cambio o la nostalgia de no poder llevarlo a cabo. Chus Farnesio llega a decir que sólo el disfrute de la pasión  creadora hace que la vida valga la pena de vivirla. Algo sin embargo no encaja, dice Ernesto Arozamena que siempre anda buscando los huecos negros donde se aloja el fracaso que oculta con proverbial eficacia, desde hace ya más de doscientos años, ese optimismo creador y la pasión por el cambio que le acompaña. Pues si padres y profesores ven a sus hijos y sus alumnos como la última reserva del alma occidental, fuente de toda pureza espiritual pues queda ajena a cualquier tipo de corrupción, ¿cómo es que esos vástagos cuando crecen y están a punto de ingresar en la universidad o encontrar su primer trabajo, se refugian en ese Ente Político Interior, que no necesita de la guía u orientación exterior, ya que se basta a sí mismo para relacionarse con el mundo sin tener en cuenta las aptitudes emocionales e intelectuales del dueño de semejante Ente? De momento Arozamena se ha limitado a enganchar en el tablón de anuncios del instituto el artículo del columnista Ross Douthat que el otro día público en el The New York Times con el título de “la trampa de Huxley”. El ese artículo dice, entre otras cosas, que “La única persona que realmente lo vio venir fue Aldous Huxley en Un mundo feliz –asegura Douthat–, la distopía esencial para nuestros tiempos, que captó la característica más importante de la vida social posmoderna: la forma en que el libertinaje, que en un tiempo fue una fuerza radicalmente disruptiva, podría ser domesticado, reeducado y utilizado para estabilizar la sociedad mediante la combinación de la tecnología y ciertas drogas”. Se atreve a resumirlo todo en una fórmula para los amantes del dataismo o de los titulares. Netflix + Tinder + Instagram han conseguido domesticar los sueños y obsesiones de quienes propugnan la salvaguarda del alma infantil y adolescente en un mundo que pide cambio sin límite y sin fronteras.

lunes, 3 de diciembre de 2018

MAYOR DE EDAD

Inmanuel Kant en respuesta a la pregunta: ¿qué es la Ilustración? escribió, que mayor de edad es el sujeto capaz de servirse del propio entendimiento sin la guía del otro. En este sentido tiene razón Slavoj Zizek cuando afirma en su libro Perdidos en el paraíso que hoy la revolución no la pueden hacer los parias del mundo (como en su momento lo hicieron, inaugurando de paso el concepto de revolución, los sans culottes franceses en 1789, o ponerlo a punto de acuerdo al horario del siglo XX, misión que le correspondió a los súbditos del zar Nicolás II en 1905) sino aquellos que ven frustradas sus expectativas. Natalia Cánovas, antigua alumna de segundo de bachillerato en el instituto donde da clases Ernesto Arozamena, estuvo mucho tiempo convencida sin haber leído a Kant, que ella, al igual que todos los antiguos compañeros de su clase, podían utilizar su propio entendimiento sin tener que recurrir a la ayuda de sus profesores y padres. Cuando Arozamena le preguntó en su día a Natalia de donde sacaba la seguridad que mostraba, haciéndose eco con el mismo impulso del sentir de sus compañeros, le respondió, sin pensárselo dos veces, que había decidido seguir el ejemplo cuando la descubrió un día en internet, de la hija de Aristóteles Onassis, Cristina. Arozamena reconoce que esa forma de entendimiento es muy habitual entre los jóvenes de hoy en día, fomentado por la adulación incondicional a que se han entregado sus padres y muchos de sus profesores respecto hacia cualquier cosa que hayan hecho o puedan hacer desde el primero día de la guardería. Vamos, como si todos fuesen hijos o hijas del magnate griego. Es una idea del entendimiento que, como tantas otras cosas en sus vidas, lo interpretan de manera demasiado estricta o literal. En forma resumida se trata del conjunto de reacciones de un ser humano para consigo mismo, es decir, hacia dentro, y con el mundo hacia afuera, al margen de las facultades anímicas e intelectuales con que se ejerzan. Es lo que algunos filósofos existencialistas denominan el entendimiento como Ente Político Interior. Nadie que vea a mis alumnos hablar en clase o discutir en la hora del patio sobre el tema que sea habrá notado en ellos inseguridad o deseos de dejarse guiar por otros, sus profesores  sus padres, etc. Oyéndoles hablar nadie dudará de sus sensatez y sabiduría. Sin embargo, cuando se presta más atención a lo que dicen y a cómo lo dicen,  varía mucho la percepción de si sobre sus conversaciones actúa la amenaza de algún episodio exterior difícilmente asimilable por esas facultades antes mencionadas. Él episodio más significativo en la vida de estos estudiantes de bachillerato suele llegar con la proximidad de la prueba de acceso a la universidad. Un día cualquiera de esos, de repente, todo cambia. La observación de sus conversaciones revelan el pozo insondable de inseguridad y soledad en donde viven. Las chicas se consideran poco agraciadas y los chicos pierden rápidamente su condición de macho alfa a que se habían acostumbrado sin resistencia alguna. Una apreciación a todas luces acertada, teniendo en cuenta el pedestal a que su engreído entendimiento sin necesidad de ayuda alguna los había empinado, que coincidía con el lugar desde donde ellos observaban el mundo. A partir de ese momento son chicos y chicas, digámoslo  así, normales. Una normalidad que no tiene utilidad práctica para ocultar los flancos débiles que ahora dejan ver, sin poder evitarlo, al descubierto. Este primer envite de lo real no deja las suficientes huellas como para evitar que se produzca el segundo, años más tarde, cuando hayan acabado los estudios universitarios. Así lo reconoce hoy Natalia Cánovas en la justificación que hace de su tesis doctoral titulada con un nombre inusualmente largo, teniendo en cuenta el ámbito académico en que se ha gestado, dice así, “Nunca hemos estado solos, aunque siempre muy mal acompañados”, donde pretende  hacer visible el trayecto de un entusiasmo que se fundó  dentro de la matriz de aquel entendimiento que no necesitó nunca guía del exterior, y que está hundido en el momento presente en una frustración de la que la autora se niega a echar la culpa, sin más, a esa falta de cumplimento de las perspectivas que aquella forma de entender le ha generado a ella y a los de su generación. Sin embargo, no deja Natalia de rendir un sincero homenaje a su mentora Cristina Onassis en ese momento de su vida en que descubrió, como ella ahora, la inutilidad del entendimiento como Ente Político Interior. Se refiere a la geopolítica internacional de la época, cuando la avidez de los estrategas del bloque soviético orientaron su acción hacia las flotas de petroleros del armador griego. ¿Cómo acceder hacia esa línea de transporte? ¿Cómo asegurarse que colaboraría en caso de una emergencia? ¿Habría que contar con la heredera? Después de que instructores y psicólogos analizaron la situación llegaron a la conclusión de que el soborno y la extorsión eran impracticables. Cuando se pusieron a observar a la heredera se dieron cuenta de que no era agraciada. Algo en lo que ella también estaba de acuerdo, lo que le provocaba una gran inseguridad como heredera. Era como si la despreocupación que le proporcionaba su riqueza, que a ella le había ayudado a construir ese Ente Político Interno dentro del cual se había sentido feliz, ahora, cuando la miraban los estrategas soviéticos se sentía rodeada, de manera ininteligible, por un número impar de amenazantes fantasías.