Cortarle la pelambrera que le crece de forma rápida y abundante a su caniche que le acompañaba, es lo que me estaba contando mi amigo que se disponía a hacer en cuanto nos despidiéramos de la cafetería donde habíamos quedado para charlar un rato, cuando saltó la noticia en mi móvil que hacía mención a unos ladrones que le habían cortado la mano al transeúnte que querían robarle la mochila, pues no encontraron una amenaza verbal suficientemente intimidatoria que le obligara a soltarla y dársela, por decirlo así, por las buenas. Creo que fue Pessoa quien dijo que éramos de la estatura moral de lo que oíamos y veíamos. Así que sin previo aviso me encontré metido en un dilema de difícil salida. Si seguía mi camino ateniéndome a lo que había visto: un chucho con los pelos largos y enmarañados que le iban a hacer un trasquilado de diseño. O seguía mi camino ateniéndome a lo que había oído: un ciudadano había perdido su mano por no dejarse robar. En esa encrucijada sentí que empecé a tener mala conciencia de morderme las uñas, pero igualmente de repente me dio vergüenza de ir por la calle con mis rastas en bandolera. Todo lo cual me hizo llegar a la conclusión, si prestaba atención a Pessoa, que no había crecido mucho.