Todo apunta a que al final correrá la sangre, aunque también he de decir que no será tanta como para que pueda llegar al río. Alcanzar la eternidad, ya sea en el cielo como en la tierra, no merece que aparezcan los cuchillos. Verán, el compañero que se ha incorporado recientemente a la oficina es católico practicante y suele acumular los quince minutos del bocadillo para ir los viernes a la misa de 12, que celebran en la iglesia que hay al lado de donde trabajamos. El compañero más antiguo del departamento es comunista de toda la vida y un ateo recalcitrante donde los haya, y no ve con buenos ojos esa praxis de su compañero pues la interpreta como una concesión al Vaticano. Yo, que soy delegado sindical electo, le digo al comunista que lo que hace nuestro compañero creyente es perfectamente legal según el convenio actual vigente; luego le añado que llevar siempre un pegatina en la pechera en contra del capitalismo es, según su propia teoría, una concesión al bolchevismo de Moscú. Yo pienso que los dos tienen el mismo anhelo: huir de la finitud y precariedad de su vida laboral, y por extensión de su vida en general. Lo que ocurre es que la eternidad no es algo que encaje, y mire que lo hemos intentado, en alguna de las razones que postula el nuevo sindicalismo digital.