miércoles, 18 de junio de 2014

LA TRISTEZA CIVIL

Aunque los turistas digan en las encuestas lo contrario - ya se sabe que el turista estándar suspende por unos días su mirada crítica habitual por un puñado de horas de sol y un plato de paella - la tristeza civil es el sentimiento al que estamos destinados, y el que mejor nos identificará, una vez que la justicia sea mas difícil de representar y, mas difícil, aún, de conseguir parcialmente. Y lo peor de todo es que no dejaráhueco a la nostalgia de lo se fue para no volver, ni a la melancolía de lo que pudo ser y no fue. Convengamos: nada fue y nada pudo llegar a ser. Todo fue, y solo eso pudo llegar a ser, una cruel estafa de casino. Por tanto, tampoco tiene sentido recuperar, ni aunque fuese de forma espuria para que no decaigan los ánimos en los parques temáticos, la recomendación gramsciana de que el pesimismo temporal de la razón lo combatamos con la fuerza del optimismo de la voluntad. La tristeza los alcanzará igualmente, ya los está alcanzando.

La tristeza civil a que me refiero no es un sistema de pensamiento, ni tampoco es una disciplina, ni una filosofía, ni una religión, ni una forma de psicología, ni una ciencia, etc. Es más bien una enfermedad crónica. Forma parte de una herencia ancestral, ajena a la razón y al optimismo de la voluntad e, incluso, ajena a los fastos de las bonanzas económicas coyunturales. Y no hace falta conocer los entresijos de esa herencia para entender lo que digo, basta con fijarse atentamente en el presente. Ahí vive, al igual que el primer día, todo. Como la sal sobre la estalagmita, ha ido precipitando sin descanso sobre las vidas anónimas conducida por una manera de mirar el mundo siempre indudable, porque siempre se encuentra afiliada a algún bando, y cuyo goteo implacable ha petrificado la perspectiva de sus propietarios.

Respecto a lo que nos queda, continuará la despreocupación de la mayoría por la búsqueda de la verdad. Que es un trabajo propio de los espíritus solitarios, más acuciante aun, cuando el cuerpo ya no sabe donde meterse, o se meta donde se meta le da lo mismo. 

En definitiva, nuestro mundo será más pequeño todavía. Pero no más feliz ni más bello. No nos hará tan pobres como para hacernos llorar, pero si, irremediablemente, que seamos bastante mas tristes. A pesar de todo, aquí, seguiremos mirando y escuchando. Sin dar nada por acabado, ni nada por definitivo. Aceptando el desafío de que algo o alguien modifique nuestra visión habitual de la realidad.

martes, 10 de junio de 2014

OH BOY, de Jan Ole Gerster


Quien me acompañaba se dio cuenta de inmediato de lo que movía la película. Tal fuerza se encontraba, paradójicamente, en la quietud extrema y exasperante del personaje Nikolas Fisher. A Niko, para entendernos, lo conoce el espectador con la vitola de lo que se conoce socialmente hoy como un Ni Ni. Ni estudia. Ni trabaja. Únicamente sus abusos insignificantes - principalmente dirigidos contra su padre, que le da cada mes mil euros para sus gastos -,  son su único horizonte. Y tomar un café. Nico - incluso después de que el padre le cierra el grifo de los mil euros, acusándolo de ser un vago y un jeta - solo quiere que alguien le sirva un café. Es en este momento cuando me di cuenta del significado de lo que había dicho mi acompañante. Esa manía cafetera ya no cae dentro del departamento social comunmente compartido (el de los Ni Ni), sino que es el santo y seña de toda esa quietud, ese no querer hacer nada, solo esa obsesión por querer tomar una taza de café, lo que pone a la claras toda la neurótica y estéril movilidad de los que rodean a Nico. Convertido así en Bartleby, de nuevo. Preferiría no hacerlo, la lapidaria e inquietante frase negacionista del personaje de Melville es capaz, con su pertinaz insistencia, de poner patas arriba todo el andamiaje de la sociedad donde vive. Nico estándose quieto niega la razón de ser toda la movilidad que lo rodea. Consigue, a su pesar, moverlo todo y que todos giren a su alrededor, dejando en evidencia, con su quietud negadora, el alcance de la manera de ser y de moverse afirmativa de los otros: patinando por la superficie con la mas absoluta indiferencia y sordera.

Nico forma parte de la cofradía de los personajes que reivindican el No. De quienes prefieren no hacerlo, ni esto ni lo otro. Prefieren no hacer nada. Todo lo más, tomar un café. Son tipos que con la fuerza de su silencio e inactividad ponen al descubierto la función decorativa de todas las palabras que, de forma incansable y a diario, pronuncian quienes nos rodean. La banalidad y estulticia de toda la movilidad permanente que acompaña a semejante verborrea. Para estar, al fin y al cabo, siempre en el mismo sitio, vendría a decirnos Nico con su quietud y su silencio.