martes, 17 de julio de 2012

DIME COMO LO CUENTAS, TE DIRÉ QUE CRISIS TENGO



Desde su creación intuimos que el mundo está mal hecho. No sabemos por quien, ni por qué, ni a cuento de qué. Por esa misma razón igualmente, desde entonces, las criaturas que lo venimos habitando nos empeñamos en desmentir la obra de su misterioso y desconocido arquitecto, imaginando nuestra propia obra que, como no podía ser de otra manera, trata de responder una por una a todas aquellas preguntas, construyendo sitios y lugares de hechuras impecables. Y es así como, al final, va el mundo. De ilusión en fracaso. Ilusionándonos cada vez más con una imaginación menos pomposa,  fracasando cada vez con menos ahínco. Lo que marca, no la decadencia sino la madurez de una civilización. 

Ocurre que eso no se puede transmitir siempre por vía genética o cultural, y cada generación se lo tiene que imaginar como si todo empezara de nuevo. Y hay generaciones, como las de ahora, que producen un número insostenible de “plurales espalilaos” que corren dando codazos para suplantar la figura del arquitecto misterioso y desconocido, haciendo que su historia sobre lo que ocurre sea la única verdad sobre lo que nos ocurre. Pero las prisas no son buenas para nada y normalmente lo que nos cuentan es una mala història. La historia de nuestra maltrecha economía, que es un correlato paralelo de la sempiterna mediocridad de nuestro cine. Por algo será. La una solo sabe hacer caja con “el ladrillo”  y el chanchullo sumergido, y el otro hace lo propio el año que Santiago Segura saca a la luz una nueva secuela de Torrente. Malas historias las dos, que nos ayudan a olvidarnos de nuestras endémicas miserias poniendo bálsamo sobre el dolor de los problemas que las acompañan, pero que no nos animan a entender a las unas y menos a encontrar soluciones para los otros. Esa forma tan nuestra de ir al cine y de mirar la vida.

Crisis ha habido siempre, crisis hay todos los días, lo que no hay son buenos narradores de las mismas, y al frente de todos ellos, cada día, hoy mas que nunca, los peores de todos, los profesionales de los medios de comunicación, empeñados en que no nos enteremos de nada. Nunca ha habido tantas pantallas y medios de comunicación, y nunca ha habido tanta confusión respecto, por otro lado, a los problemas de siempre. Caben dos suposiciones. O a los tramperos de las nuevas tecnologías informativas y de la comunicación les vienen grandes los problemas de siempre. O los problemas de siempre han mutado, por influencia de las nuevas tecnologías informativas y de la comunicación hacia una perspectiva, y en consecuencia, un misterio hasta ahora desconocidos, y definitivamente van a su libre albedrío.

Sea como fuere, lo que no puede ser es meterle todos los días mas suspense y confunsión a un mundo, el nuestro, para hacernos creer que es inaceptable. Sabemos, por experiencia, que esto pasa en las ficciones cuando al director se le escapa de las manos la película, y pretende que no se le note el engaño. A cambio tiene la virtud de sostener la atención y, si llega el caso, mover el culo ante lo inaceptable de la situación. Pero también sabemos, porque ya hemos visto muchas películas malas, que detrás del suspense no viene nada, excepto lo que sabíamos o temíamos. Mejor dicho, detrás del suspense y la confusión, así en la vida como en la ficción, se atrinchera la mentira.

sábado, 14 de julio de 2012

LA VIEJA SENSIBILIDAD



Es la que se resiste a apartarse a un lado y ponerse a la cola para pedir un plan de jubilación, la que, como decía en el anterior post, mantiene en pie cada día a los salvadores de todos y a los que tienen respuestas para todo. Es transversal porque afecta a toda la población, pero cada tribu por su lado defiende numantinamente pertenecer a un solo lugar y un único ideario. Su lugar y su ideario con su gente dentro. Aquí radica el principal obstáculo para su extinción. Llegados a este extremo, no queda más remedio que hacerse el harakiri a lo japonés.

No es ninguna novedad, lo que pasa es que la memoria busca la ayuda del alzeimer antes de tiempo y antes de que el conocimiento se ponga a funcionar. Estos sacrificios ancestrales perduran porque son inevitables y se han repetido en diferentes momentos de nuestra historia reciente, formando parte  del Gran Harakiri a que se sometió nuestro siglo europeo anterior, entre 1914 y 1989. Pasó con la extinta Unión Soviética y pasó con la República de Weimar, y a otra escala pasó con el final de la España franquista. El conjunto de la sociedad con la casta política dominante al frente, hecha mafia con toda la legalidad vigente de su lado, implosiona hacia dentro porque es incapaz de explosionar hacia afuera. Se raja de arriba abajo. Quien maneje la cuchilla es lo de menos, uno que pasaba por allí. El mundo ha quedado a la deriva y lo que venga a continuación es impredecible. Guerras, crisis, golpes de mano, en fin, todo eso que en situaciones de “normalidad” está sujeto y controlado en los recodos de las alcantarillas estatales o en los pliegues del alma de cada cual. En esas estamos.

En semejante situación solo tienen futuro los que mejor sepan utilizar en su beneficio la desconfianza que todo lo anterior produce a espuertas. Esa es la materia prima de la parten, porque es la única con la que se puede contar. Así se va formando una nueva sensibilidad que poco a poco se va imponiendo, arrinconando a la vieja. Cuanto más se desconfie más vivo se está y de más fuerzas se disponen para organizar proyectos sociales e individuales viables y obras de arte verosímiles. El recelo y la suspicacia se van convirtiendo, aunque les pueda parecer increíble a los del antiguo régimen, en el espirítu de los nuevos tiempos. No tardará en aparecer una de esas organizaciones que se autodenomine algo así como Desconfiados sin fronteras.

Tanta impiedad escandaliza, sin duda, a los antiguos creyentes que siguen repitiendo sus jaculatorias ante una cada vez mas menguada audiencia. Acostumbrados a tener plaza fija en el púlpito, no alcanzan a entender que la desconfianza esté sustituyendo, como la mejor y mas eficiente argamasa que hoy une a los corazones y los cerebros, a los herrumbrosos dogmas predicados sin desmayo por ellos durante tantos lustros, desde aquella desquebrajada atalaya. “Toda la vida he sido de aquí y he trabajado en lo mismo, pero me fascina haber descubierto, ahora que no tengo nada, lo parecido que somos todos expuestos a la intemperie, zurrados como estamos por la que nos está cayendo. Si te he de ser sincero, y de forma inopinada, antes que el grito y el lamento, es ese descubrimiento lo que me da fuerza para seguir. Y no me preguntes hacia donde, porque no se qué decirte.” Así me hablaba el otro día uno que ha perdido definitivamente la fe en la vieja sensibilidad.


viernes, 6 de julio de 2012

LA NUEVA SENSIBILIDAD


Como no podía ser de otra manera, nadie, de los que viven de darle al pico, habla o escribe sobre como se esta cuajando la nueva sensibilidad que acogerá a lo que quede el dia de después de la salida de esta  guerra. O de la crisis, como les gusta llamar eufemísticamente a lo que nos sucede. Como si en verdad estuviésemos delante de una de esas hambrunas bíblicas, que como una maldición nos envía el Divino, aparentemente la peña solo se dedica a replegar velas y a llenar la despensa de provisiones por si acaso. Y a dar la tabarra, a todo el que quiera oírle, con el sonsonete de que hay vivir el presente y tal. Y da igual que todo el mundo sepa de que está hecho el presente. De nada. Si no miramos hacia atrás y no nos proyectamos hacia adelante no somos nadie. Resumiendo, la nueva sensibilidad se estaría constituyendo a base de nada y será el atributo principal de un don nadie.

Ahora bien, no piense que estamos ante un tipo de gente sin ningún tipo de interés, ni atractivo. Derrotados o muertos los defensores de las grandes causas salvadoras, y los que tenían respuestas para todo, ellos serán los que cogerán el testigo en medio de los escombros, y tendrán la alta misión de que el mundo vuelva a soñar. No son muy diferentes en términos emocionales, salvando el tipo de bombardeo al que están sometidos, a los que sobrevivieron, pongamos por caso, a la segunda carnicería europea. Si prestamos atención, a partir del esfuerzo de aquellos don nadie de antaño se empezó a construir el mundo que hogaño se está hundiendo. Estos de ahora, como los de entonces, hacen lo indecible para desconectar del mundo en ruinas que les rodea y centrarse únicamente en conectarse con ellos mismos. ¡Qué otra cosa pueden hacer! Lo único que es diferente son los chismes tecnológicos a su alcance. Por eso ni se molestan en manifestarse ni en revindicar nada, escapando de este basural aumentan su capacidad de resistencia. Salen así duros como el acero, protegidos contra el sufrimiento innecesario (me recuerdan, y a veces los confundo, a los inmigrantes que cruzan el mar en patera para ganarse aquí la vida), de escasos ademanes sentimentales, no pierden el tiempo defendiendo principios inaplicables entre tanta herrumbre, son escepticos pero al mismo tiempo fuertes y decididos. Supervivientes como sus antepasados continentales de hace casi setenta años, son los que mejor se están adaptando a los nuevos tiempos. Superan cada golpe y se hacen mejores con ellos. Como no podía ser de otra manera aprenden a base de hostias. Humildemente, y sin que sea su propósito, nos recuerdan, después de tanta megalomanía, que la vida siempre es así. No tiene solución porque no es un problema.